A Nariño no lo vencieron las mujeres pastusas

A Nariño no lo vencieron las mujeres pastusas

Según este recuento, la idea de que estas lo derrotaron es una falsedad histórica de consumo local

Por: Carlos Bastidas Padilla
enero 09, 2019
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A Nariño no lo vencieron las mujeres pastusas

Con la acción del 9 de enero de 1813, en Santa Fe, terminó la guerra civil entre centralistas y federalistas, con el triunfo de Antonio Nariño. Centralizado el sistema de gobierno y dejándolo en manos de su tío don Manuel José Álvarez, el Precursor, en calidad de Comandante Supremo del Ejército Nacional, apoyado por el Congreso y por Camilo Torres, emprendió la campaña del sur. Iba a Quito a enfrentar al presidente de la Real Audiencia, Toribio Montes, y de allí al Perú. Pero tendría que pasar por Pasto, el baluarte inexpugnable del poder realista (No venía a destruir Pasto, como aseguran por aquí: debía pasar por esta puerta condenada para los republicanos; como tendrá que pasar Bolívar en el 22, con rumbo también a Quito).

El 21 de septiembre se puso en marcha. Salió de palacio a caballo, sin querer ir en el coche que lo esperaba a la puerta; tal vez para gozar al aire libre del calor del pueblo que salió a despedirlo con aclamaciones y manifestaciones de deseos de verlo regresar pronto nimbado por los laureles de la gloria. “Salió muy bizarro, cuenta el cronista Caballero, con sombrero de mariposa al tres, con un famoso plumaje de independencia tricolor. Salió mucha gente a sacarlo. La Compañía de Caballería, con espada ancha, pistolas y fusil y además el coche”.

En La Mesa de Juan Díaz lo esperaba el grueso del ejército y detrás de él una bandada de mujeres que querían irse con sus hombres. Los siguieron hasta el Portillo, cuenta, José María Espinosa, en sus “Memorias de un abanderado”. El ejército pasó el río en barcazas. El capitán ordenó a los balseros que no las hicieran pasar. Allí las dejaron. Pero a ellas no las iban echar a escobazos. Llegado el ejército a Purificación, las voluntarias se les volvieron a unir. “Ya era visto que el Magdalena no las detenía, y así el general dio orden de que dejasen seguir a estos auxiliares, por otra parte muy útiles, a quienes el amor  o el patriotismo, a ambas cosas, obligaban a emprender una dilatada y trabajosa campaña”.

El 25 octubre el ejército llegó a La Plata. Aquí se fraguó una conspiración federalista que retrasó la marcha de la expedición por dos meses. Lo cuentan José María Espinosa y José Hilario López en sus “Memorias” y el doctor Alejandro Osorio (secretario de Nariño) en el diario que llevó de la campaña. Los oficiales Campomanes, jefe del estado mayor y  Serviez, entre otros, impuestos por el congreso federal, trataron de desconocer la jefatura de Nariño. Persistía la guerra civil entre Nariño y el congreso. Se les siguió un consejo de guerra, tras del cual estos oficiales fueron remitidos presos a Cartagena.

El 30 de diciembre, la expedición está en el Alto Palacé en donde espera Sámano para disputarles el puente a los patriotas. Nariño, como aún no llegaba el grueso del  ejército, en previsión de que el enemigo lo cortase, envió una columna de granaderos, al mando del teniente coronel José María Vergara (según el doctor Osorio) a desalojarlos; Cabal fue el héroe de la jornada, según Espinosa, y López se atribuye los laureles de esa primera acción de armas (la victoria tiene muchos padres; la derrota es huérfana). Sámano se retiró a Popayán y de allí al Tambo a esperar los refuerzos que traía el coronel Ignacio Asín. Nariño también espera refuerzos.

El 15 de enero de 1814, los patriotas están en la hacienda de Calibío, en las inmediaciones de Popayán, frente a las tropas del rey: más poderosas en hombres, armas y recursos. Nariño recibió la esperada tropa que venía del norte, comandada por el coronel José Ignacio Rodríguez (apodado el “Mosca”). Se dio la batalla por los lados de la hacienda de Calibío. La pérdida del español  fue total. En el campo, el coronel Asín fue derribado de su caballo de un balazo. Herido lo llevaron a la casa de la hacienda; allí Rodríguez, de un machetazo, le mochó la cabeza. Riente, se la llevó a mostrar, como un sangriento trofeo, al general Nariño. Indignado, el Precursor reprendió duramente a este oficial. “Este desagradable incidente contribuyó, a no dudarlo, a que Rodríguez, que había sido anteriormente partidario de Baraya, o por lo menos inclinado a la causa de la federación que este sostenía, acabase por indisponerse con Nariño”, lo que vino a causar con el tiempo la pérdida que tuvimos en Pasto, la retirada desastrosa…”, dice el Abanderado de Nariño. Cuenta, además, Espinosa que entre los prisioneros que cayeron en Calibío hallaron varias mujeres vestidas de hombre “que peleaban al lado de los soldados, y entre los muertos se hallaron también algunas”.

Tomada Popayán, Nariño se ocupó de reorganizar el ejército; para tal fin solicitó al Cabildo y al gobernador un préstamo por 100.000 pesos; pero siendo esa ciudad de influencia federalista: cuna de Torres y Caldas, las autoridades hicieron caso omiso al pedido; ante esa situación, con amenazas y apremios en todos los sentidos, el Precursor apenas pudo reunir 10.000 pesos. El ejército había llegado a Popayán en estado lamentable: desnudo, sin víveres, diezmado por las enfermedades, con oficiales y soldados imposibilitados para seguir la marcha, dice Espinosa; al entrar a Popayán “hacía tres días que nos alimentábamos sino escasísimamente. Ni el día en que entramos a Popayán ni el día anterior habíamos desayunado. Era preciso esperar algunas compañías que se habían pedido al Valle del Cauca, y la tropa que debía venir de Antioquia”; pero no había seguridad de que esa tropa viniese a ponerse a órdenes de Nariño, sigue diciendo el Abanderado, porque el comandante Gutiérrez y el gobernador Corral alegaban fútilmente cuestiones de soberanía, pues siendo federalistas no podían poner las tropas al servicio de Cundinamarca, como ellos creían, participando en esa campaña a la cabeza del jefe de los centralistas que los había hecho morder el polvo en Santafé.

Más de un mes permaneció el ejército en Popayán. En marzo se abrieron operaciones. Con cerca de 1.500 hombres, Nariño enrumbó para Pasto. El paso por el Patía fue terrible, el clima enfermó a los soldados de fríos y calenturas, y así tenían que marchar, pues no habiendo hospitales no se podía dejar a los enfermos por ahí para que los asesinaran. La muestra de la ferocidad de esa gente la trae Espinosa. Cuenta que ya por los lados de Mercaderes se perdieron cuatro soldados y que no se sabía si se habían ido o extraviado por ahí. Un día, pasando por un  camino, encontraron a una de las mujeres que iban con sus hombres, sentada al pie de un árbol, llorando; al preguntarle por la causa de su llanto, señalando hacia el monte, ella contestó: “vean allí a mi marido”; los soldados miraron hacia un árbol y vieron a un hombre que colgaba de él. “Era un sargento a quienes los patianos habían cogido y colgado de un garabato por la barba, y el gancho le había salido por la boca.

Acosados por los patianos, pasaron el puente del Mayo, Berruecos.  El paso del Juanambú fue una epopeya homérica. López cuenta que en ese terrible paso más de 300 hombres se perdieron. Vinieron  los triunfos republicanos de Cebollas y Tacines, y los godos se refugian en Pasto. Otra vez, aquí en Tacines vuelven a conspirar contra el comandante general. Un oficial trata de convencer a los soldados de emprender la retirada hacia Popayán, que de seguir adelante, decía, iban a un sacrifico seguro. Empezó a cundir con eso el desaliento. El general en jefe convocó a una junta de oficiales y les hizo ver que hasta allí, no obstante las dificultades del camino, habían salido victoriosos en todos los combates, y que Pasto estaba cerca; que de regresar a Popayán, les recalcó, según el doctor Osorio, “el paso del Juanambú se haría precipitadamente, allí sería necesario abandonar la artillería al enemigo y se perdería por lo menos la mitad del ejército, y que el resto ¿con qué municiones contaba para defenderse del enemigo, que lo perseguiría hasta Popayán?, ¿y con qué víveres haría la marcha de 18 días, por lo menos, cuando solo había para un día, y en Pasto, que no distaba sino algunas horas, se hallaba en abundancia?…”. El Precursor los convenció a medias, los alentó para seguir la campaña, y amenazó con mandar a fusilar a todo aquel que difundiera el desaliento entre la tropa. Pero los temores y la desconfianza quedaron latentes en el ejército, afectado por la Patria Boba que se negaba a morir, aún viendo que el lobo de la Reconquista ya venía por sus cabezas.

Impaciente por entrar a Pasto, en donde había consternación por el triunfo de los patriotas en Tacines, el general Nariño, esa misma noche, apresuró la marcha sobre la ciudad, apenas con el batallón Granaderos de Cundinamarca, el batallón Socorro y parte del Cauca, dejando el resto del ejército con la orden de marchar al día siguiente. Al amanecer llegó a Pasto, la fortaleza imbatible, santuario del realismo. El Precursor saborea la victoria entrando a la ciudad. Para ello había tenido que pasar por la antesala del infierno, que fue el paso mortal del Juanambú, bajo el fuego de patianos y pastusos. Desde los ejidos, cuenta José Hilario López, “veíamos el camino de Quito, cubierto de gentes que emigraban, de bestias bien cargadas y aun de partidas de soldados. El general Aymerich ya se había retirado a Yacuanquer (…). Todo nos presagiaba la ocupación de la ciudad, en donde esperábamos descansar un poco, y, sobre todo, comer, pues ya era el tercer día en que carecíamos absolutamente de víveres”. El entusiasmo y tal vez la promesa de comer, hizo que a la vista de la ciudad el general Nariño arengase así a sus huestes, según Espinosa: “¡Muchachos, a comer pan fresco a Pasto, que lo hay muy bueno!”. Ya se ha dicho que donde hay mal hambre, hay buen pan.

Apenas llegados a los ejidos, los realistas cayeron sobre los patriotas quienes los rechazaron hasta las primeras calles de la ciudad. Se combatió durante todo el día, de el Ejido al El Calvario y de aquí, ante el empuje realista, de nuevo al Ejido. “De allí vimos, cuenta Espinosa, que por la plaza iba una procesión con grande acompañamiento, y llevaban en andas con cirios encendidos la imagen de Santiago”; que eso llenó de pavor a los republicanos, se dice por estos lares. Qué pavor ni qué ocho cuartos, cuando, lleno de coraje, desde este punto “mandó Nariño una intimación y no la contestaron. Entonces dispuso este el ataque; pero las guerrillas pastusas se aumentaban por momentos, cada hombre iba a sacar las armas que tenía en su casa, y temiendo las venganzas de los patriotas, exageradas por los realistas, formaron en un momento un ejército bien armado y municionado, que parecía que había brotado de la tierra”.

Por los lados de El Calvario, mataron su caballo. Parapetado detrás del cadáver de la bestia, descargó sus pistolas sobre dos realistas que corrían hacia él y que cayeron alcanzados por su fuego. Sin tiros ya, desenvainó su espada para repeler a sus enemigos que se le abalanzaban para matarlo o capturarlo. “Este fue el momento en que yo vi a mi general más grande y más heroico”, escribió José María Cabal en el parte de la batalla. El capitán París entró a rescatarlo.  “Por la noche, dice el doctor Osorio, atacó “el ejército enemigo en tres divisiones, y el general formó otras tres para oponerse a cada una de ellas. La del centro, que la mandaba él mismo, derrotó completamente al enemigo hasta obligarlo a evacuar la ciudad; pero las otras dos divisiones, en vez de reunirse a la tercera, juzgando que esta había sido envuelta y destrozada, se vinieron al campo donde estaba la artillería”, o sea, a Tacines.

Los pastusos no daban treguna. Mientras se combatía, dice López en sus “Memorias”, “El pueblo paseaba en procesión por las calles a la Virgen de las Mercedes y Santiago, que son sus patrones. Las mujeres arrastraban a los soldados que huían, y aun les quitaban los pantalones y se los ponían ellas, manifestándoles que eran indignos de llevarlos”. El enfrentamiento seguía, sin pedir ni dar cuartel, por otro cauce. “Una tercera vez nos atacaron, sigue López, y corrieron la misma suerte. De esta manera  pasamos todo el día, ocupando y abandonando posiciones con el designio de entretener el tiempo mientras llegaba el deseado refuerzo, que en vano esperamos hasta las ocho de la noche”. En vista de estas circunstancias, dice el doctor Osorio, Cabal convenció a Nariño de ir a reunirse con el resto del ejército; le dijo que el enemigo había sido derrotado, que era mejor volver al amanecer, que su división ya no contaba sino con 200 hombres, que  las municiones se habían agotado y que la última victoria se había obtenido a punta de bayoneta. “El general resolvió venirse a las once de la noche, para volver al día siguiente a tomar Pasto”. Era la voz de la prudencia, que fue escuchada por el capitán patriota, pero ya era tarde.

Nariño regresó a Tacines, campo que encontró abandonado, como si un huracán hubiese pasado por ahí. ¿Qué había pasado allí, mientras Nariño combatía en Pasto?; pues que los fugitivos del combate habían llevado la noticia de la derrota y prisión de su comandante general; noticia esta que obligó a quienes estaban al mando de la tropa a emprender la retirada. José Hilario López culpa, entre otros, al coronel José Ignacio Rodríguez de haber tomado esa determinación que malogró la  campaña de Nariño. José María Espinosa acusa al mismo Rodríguez. La noticia de la pérdida del ejército en Pasto fue llevada por los que llegaron a Tacines huyendo del combate; entonces, “el coronel Rodríguez (…) sin aguardar más informes, se retiró con la tropa, no obstante la oposición y aun resistencia de algunos oficiales más previsores y menos pusilánimes”. El doctor Osorio, que Rodríguez, sin aclarar las cosas de lo que había pasado en el frente con Nariño y su tropa, “dio orden de que fuera clavada la artillería y que el ejército se retirara sin demora”. José Antonio Obando en su “Autobiografía” es más contundente en culpar a Rodríguez de la fuga de Tacines y abandono del general Nariño. Dice que en medio de la confusión del campo de Tacines por las noticias de la muerte de su general en jefe, llegó el comandante Vergara y aseguró que eso no era cierto, “que el General y Cabal quedaron vivos en la casa de el ejido de Pasto, a donde se habían retirado después de cesado el combate, por la oscuridad de la noche, y que este había quedado indeciso, sin haber decidido la batalla por ninguna de las dos partes; y que a él lo había mandado el General a saber qué novedad había ocurrido en el Ejército cuando no había llegado la infantería a Pasto, según sus órdenes. Con esta relación era creíble que Rodríguez insistiese en la retirada? La efectuó pues en aquella madrugada, abandonando la artillería, equipajes, armamento, municiones y una infinidad de heridos que no podían moverse, entre ellos muy buenos oficiales que perecieron en manos de aquellos asesinos”.

Ya en Tacines, Nariño ordenó a Cabal ir a buscar la tropa en retirada; él quedó con los oficiales Pombo, Díaz, Pardo y Antonio Nariño, su hijo, a quienes más tarde ordenó que fueran a reunirse con Cabal. Su hijo le ofreció su caballo para que se fuera con ellos; el general no lo aceptó y le ordenó marchar de inmediato, diciéndole que él quedaba allí esperándolos para regresar a Pasto. El hijo obedeció porque era una orden militar. Solo, Nariño se internó en el bosque en donde fue encontrado por dos paisanos que lo llevaron a Pasto y lo entregaron a las autoridades. Era la madrugada lluviosa del 12 de mayo de 1814 en el sombrío cerro de las Lagartijas. En el camino les había dicho que él sabía el lugar donde estaba escondido el general insurgente. Cuando Cabal y el teniente Antonio Nariño Ortega regresaron con la escasa tropa que reunieron, no lo encontraron. Tuvieron que devolverse, definitivamente en retirada. Todo había sido un fracaso. Al respecto, el doctor Osorio dice que “no contribuyó poco al desaliento de las tropas la conducta del gobernador de Popayán y del coronel Gutiérrez. Desde que el ejército salió de la ciudad no se tomó la más ligera providencia para saber de él, no se le envió un cartucho ni víveres, ni aun se prestaron auxilios para que siguieran los que el general dejó acopiados”. Los federalistas vencidos por Nariño en Santafé, incorporaron al ejército expedicionario, al mando del general Nariño, sus odios de partido y sus inquinas personales.

Toribio Montes había reemplazado en Pasto a Juan Sámano, por su lamentable  campaña contra el general Nariño, por Melchor de Aymerich, ante quien fue llevado el capitán patriota. El jefe realista le preguntó que quién era, Nariño le contestó que primero le hiciera dar un poco de caldo, “después hablaremos”. En la plaza, el pueblo amotinado exigía que el prisionero le dijese en dónde se escondía el general rebelde para ir por él.  Entonces el general Nariño, cuenta Espinosa, “pidió permiso a Aymerich, y, presentándose al pueblo soberano, dijo: “¡Pastusos! ¿Queréis que os entregue al general Nariño? ¡Aquí lo tenéis!.. y volvió a entrar”. Aymerich le comunicó al presidente de la Real Audiencia de Quito, la captura de Nariño, y Montes ordenó que a la mayor brevedad lo ponga en capilla y le corte la cabeza. No fue la generosidad de los pastusos, ni la humanidad de sus jefes, como se dice aquí, lo que detuvo la ejecución de nuestro Precursor. Fue el alzamiento en masa de los caleños, al saber la prisión de Nariño en Pasto, lo que detuvo su anunciada sentencia de muerte. Se amenazó con ejecutar a los realistas prisioneros de Calibío, entre los cuales estaban Dupré y Solís. Hay una carta reservada, suscrita por Melchor Aymerich, dirigida al Presidente de la Real Audiencia de Quito, en la cual se expresa el temor de las autoridades españolas por las represalias que pudieran tomar los republicanos si se ejecutaba a Nariño.

Excelentísimo señor:

En el momento en que iba a poner en ejecución la orden de Vuestra Excelencia para la decapitación de don Antonio Nariño, evacuadas las preguntas indicadas en oficio reservado, el 23 del próximo pasado, he recibido la contestación de la intimación que hizo a don José R. de Leiva, política y militarmente, cuyos papeles originales adjunto para inteligencia de Vuestra Excelencia, como tenía ofrecido. Con este motivo me he asociado confidencialmente con el coronel don Tomás de Santacruz, quien es de dictamen suspenda la deliberación hasta segunda disposición con vista a estos documentos, resuelva si se ha de realizar el castigo. El mismo coronel Santacruz  me encarga apunte a Vuestra Excelencia su nombre, medite bien el asunto de tanto momento y tenga en consideración el riesgo que quedan corriendo nuestros prisioneros, la fermentación de aquel obstinado partido y cuanto ha manifestado en su oficio de contestación. Por mi parte me mantengo aguardando la pronta vuelta de este propio para cumplir con lo ordenado.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.  

Melchor Aymerich

Pasto y junio de 1814

Nariño estuvo trece meses prisionero en Pasto, y de allí fue conducido a Quito, en donde una Junta revolucionaria intentaba liberarlo y ponerlo a la cabeza de un gobierno provisional; pero el jefe español frustró el plan con sus precauciones, y Nariño fue enviado a Lima, y de allí a  España, en donde en una prisión de Cádiz purgó cuatro años de cárcel.

Nota. El presente texto emplea las mismas citas de Espinosa y López, utilizadas por quienes sostienen que las mujeres pastusas derrotaron a Nariño (las citas aparecen subrayadas por nosotros en el texto). El lector desprevenido verá si de ellas —tan tangenciales y episódicas— se puede asegurar, como se asegura por aquí, que nuestras valientes mujeres pastusas dieron al traste con la campaña de Nariño. Aquí, además de los autores antedichos, se ha acudido a otros que también fueron protagonistas y testigos actuarios de los hechos (José Antonio Obando, Alejandro Osorio y José María Cabal), hechos que nos limitamos a presentar, y no porque esta sea la finalidad de la Historia.

Bibliografía

Acosta de Samper, Soledad. Biografía del general Antonio Nariño. Pasto: Imprenta del Departamento, 1908? 192 pp. (para la carta de Aymerich a Toribio Montes).

Espinosa, José María. Memorias de un abanderado. Bogotá: Biblioteca Banco Popular. 224 pp.

López, José Hilario. Memorias. Medellín. Bedout, 1969. 437 pp.

Nariño, Antonio. Archivo Nariño. Tomo V. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la Republica, 1990. 449 pp.

Obando, Antonio. Autobiografía de Antonio Obando. Bogotá: Boletín de Historia y Antigüedades. 1913. Números 93-95.

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