Decir que Uribe fue el presidente que le abrió las puertas de la política al narcotráfico es una verdad a medias, porque la influencia de este mal ya había sido infiltrada en otros gobiernos, hasta el punto que es un secreto a voces que mandatos liberales y conservadores se beneficiaron en su momento de él. Esa es la realidad: los dineros de las drogas han permeado por décadas la política colombiana. Sin embargo, ahora vemos que la desfachatez es tal, que ni siquiera nos inmutamos cuando sabemos que el actual presidente contó con el apoyo de un mafioso costeño para ganar unas elecciones. Todo indica que con el pasar del tiempo las cosas se van suavizando, y se ve como normal que se compre la conciencia de las personas con plata mal habida.
Se dice que López Michelsen y Betancourt llegaron a sus respectivas presidencias con el empujón del narco, aunque no hay fotos o alguna prueba fehaciente que lo compruebe. Pero tanto se ha hablado de ellos que basta recordar lo que los abuelos decían: cuando el río suena, piedras lleva. Así que se podría sospechar que no solamente los gobiernos uribistas hayan acudido a las mafias, cuando los partidos tradicionales han tenido contacto con ellas. Por ejemplo, Santofimio tenía una estrecha relación con Pablo Emilio Escobar, y Ernesto Samper, que siempre se ha hecho el desentendido, recibió plata de la familia mafiosa Rodríguez Orejuela. Ante estas revelaciones es como difícil tapar el sol con las manos.
Si esto es así, ¿por qué a Duque no se lo amonesta socialmente como se ha amonestado a Samper? Porque en el fondo todo está engolfado, y los que hoy sostienen las bases de la republica están corrompidos y comprenden que en este pueblo un escándalo deja ser problema al día siguiente. Hace unos meses se hablaba de la vicepresidenta y de su hermano mafioso, como también de su relación con un paramilitar que se hizo rico con plata de la cocaína, pero con el pasar de las semanas se hizo la que con ella no era la cosa y todo sigue normal por más que ya no se haga ver con tanta insistencia. Recuerde esto, amigo lector, aquí todo está corroído y lo que se haga es una simple parodia de lo que debería hacerse.
En definitiva, es tanta la podredumbre que se ve en el escenario político de este país, que se tiende a creer que nada va a cambiar. Ojalá este pensamiento sea derribado por una clase dirigente seria, honesta y competente. La sociedad colombiana no puede permitir tanta corrupción, tampoco la desfachatez que hoy reina en la gente que lamentablemente nos gobierna. Es que el narcotráfico y la política hoy se dan la mano de frente, sin que nadie tenga el derecho moral de condenar tan abominable gesto. Quizá por eso a Álvaro Gómez Hurtado lo mataron, ya que quería hacer de nuestro ambiente político, a través de su recto pensamiento, un escenario distinto al que la mafia ha impuesto con la cultura de la coima.