En Colombia, país en donde todo es posible, por estos días se habla de la influencia del narco en la política nacional. Concretamente, de la plata que este le ha proporcionado a la clase dirigente que hoy la desconoce. Esto no es nada del otro mundo, porque su presencia se ha hecho imprescindible en todas las campañas electorales. Diría que este capital, aparte de financiar muchas campañas, es el que también compra los votos y pone los tamales cada cuatro años. Que no se piense que su padrinazgo es cosa del pasado, por más que los capos del cartel de Cali, los hermanos Rodríguez Orejuela, hayan revelado su presencia en el escenario político de hace cuarenta años.
Digo esto, amigo lector, porque muchos creen que el narcotráfico ya no tiene la incidencia social de viejos tiempos. Por ejemplo, se piensa que Duque ganó la presidencia sin la ayuda del Ñeñe Hernández, y que este era un simple ganadero al que inocentemente mataron en Río de Janeiro. No, no nos engañemos: el Ñeñe era un bandido, y el mundo del narco sigue financiando las estructuras del poder nacional. Desconocer estas verdades, inexistentes para algunos, es como decir que después del acuerdo de paz alcanzamos la tranquilidad que espera cualquier sociedad civilizada.
Sin embargo, por más que se diga que nuestra política ha sido mafiosa, siempre se va a poner en duda su existencia, a menos que sea para incriminar a Ernesto Samper. ¿Acaso Andrés Pastrana ha reconocido que él también recibió plata del cartel de Cali? No, porque sabe que está tan manchado como cualquier otro que haya recibido dinero del narcotráfico. Su problema radica en que se cree moralmente superior –cosa que no es cierta– porque al Partido Conservador, según la carta que publicaron hace poco los hermanos Rodríguez Orejuela, también se lo ayudó de la misma manera que a su archirrival: el Partido Liberal.
Vivimos en una sociedad en donde todos han sacado su tajada del negocio del narco. Por eso no podemos pasar por alto a todas las familias, prestantes e importantes ante los ojos de la gente, que se enriquecieron con el tráfico de estupefacientes; que simplemente aprovecharon una época, los años setenta y ochenta del siglo pasado, para ascender socialmente y limpiar su pasado criminal a medida que sus arcas bancarias iban creciendo. Desconocerlas es negar que nunca pasó nada, cuando realmente muchos capitales se consiguieron lavando dinero o traficando con la complicidad de las autoridades del momento. Así que es un acto de memoria decir que nuestro escenario político, en algunos casos reconocidos, se ha beneficiado del ilícito, con el fin de llegar a las esferas en donde todo se tapa o se desconoce.
Que no nos engañe Pastrana ni ningún otro politiquero: muy bien se sabe que nos toco nacer en una tierra en donde el honrado es tonto, y el bandido, cuando es hijo prominente de un gran apellido, los más ilustre de la comarca. Ojalá algún día se revelara toda la verdad que en la JEP se va a maquillar, para decirle al mundo entero que Colombia es un narcoestado, el más corrupto que se podría encontrar en esta parte del mundo.