Narcotráfico: una estrategia disruptiva para Colombia

Narcotráfico: una estrategia disruptiva para Colombia

La guerra contra este fenómeno solo sirve para encubrir, hacer más negocios y mantener ensimismado al pueblo mientras las élites siguen multiplicando su dominio. ¿Qué hacer?

Por: Henry Mesa Balcázar
julio 27, 2020
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Narcotráfico: una estrategia disruptiva para Colombia
Foto: Las2orillas

Quien estas líneas escribe nació y creció en uno de los territorios latinoamericanos más golpeados por la inequidad, la exclusión, la violencia, la miseria y también, precisamente, por uno de los factores estructurales de las grandes tragedias colombianas: el narcotráfico. Hablo específicamente del Cauca, tierra feraz habitada por un pueblo honesto, generoso, laborioso y digno (campesino, mestizo, afro e indígena), crisol de etnias y culturas que, sin embargo, por la estratégica ubicación geográfica de su territorio y por ese caldo de cultivo que son para el crimen nacional y transnacional la desigualdad y la pobreza generalizadas, no pudo escapar a ese demiurgo sediento de sangre y dólares que cambió para siempre la suerte y el destino de la nación colombiana.

Es un hecho irrefutable que el narcotráfico es uno de los grandes motores de la economía mundial, manejando un monto transaccional cercano al billón de dólares cada año. Es así mismo claro que esta actividad ilícita ha permeado implacable y astutamente todas y cada una de las esferas económicas, sociales, políticas y geoestratégicas de la mayor parte del mundo. Es hora de dejar de hablar con eufemismos y medrocidad: el narcotráfico es el combustible omnipresente, secreto y "mágico" detrás de los proyectos políticos más significativos, de los éxitos empresariales más ambiciosos y de las intrigas geopolíticas (guerras, choques de civilizaciones, planes globales, etc.) que han construido la historia de este planeta durante los últimos 50 años.

Dicho de otro modo, el narcotráfico se ha convertido en el gran hacedor de reyes, magnates y políticos, en el gran financiador de los proyectos de poder, globales, nacionales y locales. Y hay una verdad aún más estremecedora, y es que el sistema bancario mundial no sería todo lo que hoy en día es sin el más apetecido y reverenciado de sus clientes: el narcotráfico.

Seguramente habrá contadas y meritorias excepciones, empero es un hecho a todas luces evidente que los grandes banqueros han devenido en los mejores socios de los mafiosos para el lavado y monetización estratégica de las ingentes cantidades de dinero y utilidades arrojadas año tras año por este meganegocio global.

El narcotráfico es, en suma, uno de los grandes titireteros de este mundo, y el motor poderoso, despiadado y arrogante que impulsa y nutre el tenebroso "imperio del mal" que actualmente sojuzga sin piedad alguna a la humanidad.

Sin embargo, no todo está dicho hasta aquí. Es menester expresar sin miedo y sí con absoluta certeza una última reflexión antes de entrar en la propuesta que es el verdadero propósito de este breve documento: los amos todopoderosos, los verdaderos titireteros detrás de esta "gasolina ilimitada del mal" que es el narcotráfico, no son —contrario a lo que piensan la inmensa mayoría de ciudadanos del común— los amplia y dolosamente publicitados jefes de los cárteles (ya sean estos colombianos, mexicanos o asiáticos), a los que de forma tan valiente y decidida combaten y persiguen día y noche las fuerzas de seguridad de los diversos países. Todo esto no es más que una gran puesta en escena para ocultar que estos "meganarcotraficantes" no son más que simples "lavaperros", testaferros o criminales útiles al servicio de los únicos y genuinos amos del juego, aquellos que jamás aparecerán en los notidiarios con "alias" y letreros de "se busca", aquellos que mueven siniestramente los hilos de este mundo y que, en realidad, ni siquiera aparecen muchos de ellos en los otros listados, aquellos en donde solo se reseñan a los prohombres de esta humanidad, tales como Forbes, Time... Empero, esa es otra discusión que —al menos por ahora— no tiene cabida aquí.

Es necesario aclarar, finalmente, que muchos de los integrantes de las fuerzas de seguridad que valerosamente combaten al narcotráfico, lo hacen realmente con dignidad y con la convicción de estar luchando contra las fuerzas del mal. Muchos han dejado sus vidas en esta guerra sin cuartel, sin saber que todo no es más que una gran puesta en escena, y que esa guerra en la que sacrificaron su existencia y el porvenir de sus familias, es y será siempre de antemano una guerra perdida.

Y Colombia sí que conoce a fondo esta "guerra perdida". En el transcurso de los últimos treinta y seis años nuestro país se embarcó (por orden directa y sin rodeos de los Estados Unidos de América) en una "lucha frontal contra el narcotráfico", en la cual han perdido la vida cientos de miles de colombianos (policías, soldados, jueces, políticos, líderes sociales, campesinos, miembros de grupos ilegales), se han gastado cientos de miles de millones de pesos en recursos públicos y se han terminado por sacrificar, en definitiva, casi cuatro décadas ensimismados en una guerra sangrienta, inhumana, costosa desde todo punto de vista e inútil, porque a día de hoy el narcotráfico no solamente no ha sido derrotado, sino que muy por el contrario se ha consolidado como el dueño inexpugnable de extensos territorios, esclaviza a cientos de miles de colombianos en los rincones más pauperizados y, lo que es aún más devastador, ha terminado por hacer del país una verdadera mafiocracia.

Y en esto es necesario dejar de jugar al avestruz y sacar la cabeza del lodo para poder ver por fin de frente la realidad, por dolorosa o temible que sea. El narcotráfico ha financiado (ya sea directa o indirectamente) a los últimos cinco presidentes colombianos (comenzando por Ernesto Samper en 1994), ha permeado e incluso cooptado a sectores estratégicos del empresariado y la banca y se ha apoderado del inconsciente colectivo de todos los sectores y estratos de la sociedad colombiana.

El dinero "fácil" del narcotráfico corrompió indefectiblemente el alma del pueblo colombiano. Los antivalores de la riqueza rápida, de la corrupción a ultranza, de la ley del más fuerte y despiadado, de la adoración por el más "vivo" y el más "matón" campean a través de la sociedad. Las niñas de los estratos 1,2 y 3 sueñan con darle un hijo al sicario más "duro", al "lavaperro" o al traquetico más avezado. Las "niñas bien" de los estratos 4, 5 y 6 se desviven por casarse con el "empresario" más "avión", ese que podrá pagarle un apartamento en Miami y vacaciones a Europa cada año, sin importar que dicho "empresario exitoso", también un "niño bien", sea en realidad un mafioso de cuello blanco empapado hasta las narices de dineros provenientes del narcotráfico y de las conexas redes de corrupción, politiquería y saqueo de los recursos públicos que dominan en las diferentes regiones colombianas.

En suma, la guerra contra el narcotráfico es una gran tramoya que solo sirve para encubrir, hacer más negocios (ventas legales e ilegales de armas, costosos empréstitos, exorbitantes contratos de toda índole) y mantener ensimismado al pueblo mientras las élites del poder (plutocráticas, politiqueras, estrechamente aliadas con las mafias e indefectiblemente corruptas) siguen multiplicando su dominio y sus patrimonios.

No en vano Colombia es uno de los países más inequitativos del mundo, y sí muy en vano un país pobre y atrasado como este se ha gastado durante los últimos treinta y seis años cerca de ochenta billones de pesos (trayendo a valor presente neto todos los recursos apropiados para la lucha directa o indirecta contra las mafias) y ha sacrificado más de cien mil vidas humanas en aras de una guerra que nunca quiso ser ganada.

Una salida disruptiva

Así las cosas, ha llegado la hora de plantear soluciones, propuestas y salidas capaces de hacer trizas las mentiras, mitos y falacias, desenmascarar actores e intereses ocultos y, por sobre todas las cosas, permitir por fin que la única y verdadera gran víctima de todo este flagelo siniestro, el pueblo colombiano, pueda escapar de este círculo vicioso de esclavitud, sangre, crimen y muerte.

Ahora bien, antes de exponer la propuesta específica es pertinente establecer cuatro parámetros fundamentales al momento de entrar a justificar el porqué y el para qué de la propuesta. Dichos parámetros son:

1. Colombia es una víctima inexorable de los propósitos geoestratégicos de las grandes mafias, estructuras e intereses del poder global, así como del vicio y las ansias de drogas ilegales por parte de cientos de millones de habitantes del primer mundo. En ese orden de ideas, Colombia está y estará en todo su derecho de establecer una demanda por daños y perjuicios morales, económicos y sociales a los países del primer mundo, y exigir una indemnización integral por los horrores sufridos por un delito y una guerra que están y siempre estuvieron por fuera del margen de acción del país y del pueblo colombiano.

2. El narcotráfico jamás se acabará, al menos mientras existan cientos de millones de consumidores con alto poder adquisitivo en las naciones del primer mundo, y mientras las élites mundiales estén estrechamente ligadas a dicho macronegocio ilícito.

3. La única solución efectiva, estructural y perdurable para acabar con el negocio del narcotráfico sería una legalización total en la comercialización y consumo de todas las drogas hoy consideradas ilícitas (incluyendo las llamadas drogas duras) a escala mundial.

4. Como los tres puntos anteriores son por el momento prácticamente inviables (y lo serán al menos por los próximos cincuenta años), se hace entonces perentorio estructurar y ejecutar una estrategia nacional para liberar plena y definitivamente a Colombia de las garras del narcotráfico y de esa cruel falacia que es la mal llamada "lucha global contra el narcotráfico", una estrategia estructural, ambiciosa, disruptiva y efectiva, desde Colombia, por Colombia y para el bien de todo el pueblo colombiano.

Pudiendo ahora sí entrar en materia, la propuesta integral y disruptiva que se plantea consiste, de manera escueta y sin ambages, en establecer un gran pacto nacional encaminado a diseñar y ejecutar una "Estrategia Integral de Desmovilización, Reincorporación, Legalización, Reparación Económica, Social y Ambiental y Compromiso de No Reincidencia de las Mafias, Carteles y Organizaciones del Narcotráfico y de las Economías Ilegales con Ámbito de Operación en el Territorio Colombiano".

Evidentemente, una estrategia de estas características y alcances solamente podrá ser implementada a partir de un gran y sólido pacto nacional al respecto, avalado y acompañado por todas las fuerzas y sectores sociales, económicos y políticos, e indefectible y mayoritariamente aprobada por la mayoría del pueblo colombiano en las urnas vía referendo.

Ahora bien, los parámetros primordiales en torno de los cuales se configuraría el modus operandi de la estrategia serían:

1. Sería un proceso de alcance nacional, establecido constitucionalmente vía referendo y por una única vez.

2. Sería aplicable únicamente a aquellas organizaciones mafiosas, narcotraficantes, del crimen organizado y economías ilegales (pequeñas, medianas y grandes) que demuestren una estructura y un ámbito de operación en territorio colombiano.

3. Estas organizaciones ilegales entregarían al Estado colombiano cada una de sus rutas, procedimientos, estructuras principales y satélites, modos de operación y redes directas e indirectas de acción, así como todo su arsenal de armas sin excepción alguna.

4. Estas organizaciones ilegales declararían y entregarían al Estado colombiano —sin excepción alguna— el cien por ciento de sus recursos, patrimonios, propiedades, títulos valores, redes de testaferrato, cuentas bancarias, activos de toda índole, caletas, etc. A cambio de ello, el Estado colombiano, por una única vez y como medio de estímulo a la desmovilización, la reparación y la no repetición, les permitiría a estas organizaciones (y/o sus cabecillas e integrantes individualmente considerados) legalizar y retener la tercera parte de dichos patrimonios, recursos y activos. Estos patrimonios legalizados, entrarían de este modo a hacer parte de la economía formal del país, incluyendo la pertinente tributación, y fortaleciendo integralmente los circuitos económicos locales, regionales y nacional, incluyendo la generación de empleo formal y digno.

5. Con las dos terceras partes restantes de lo declarado y entregado por las economías ilegales, y en el marco del gran pacto nacional para ello establecido, el Estado colombiano crearía un gran fondo de reparación a víctimas de las economías ilegales, recuperación ambiental del territorio y desarrollo estratégico de los territorios y poblaciones más vulnerables del país (infraestructuras, conectividad, servicios esenciales, proyectos productivos de gestión colectiva y comunitaria, potenciación de mipymes, materialización de macroproyectos de alcance regional o nacional, entre otros aspectos.).

6. El Estado colombiano tomaría todas las medidas suficientes y necesarias para monetizar eficientemente los bienes y activos entregados por las economías ilegales, evitando con ello la generación de desequilibrios macroeconómicos y permitiendo en cambio que esos ingentes recursos, que podrían estimarse en cerca de mil billones de pesos del 2020, entran a potenciar de modo estratégico un gran salto del país en sus niveles de desarrollo humano, económico y social.

7. Una vez en ejecución la estrategia, el país tomaría medidas estructurales para blindarse efectivamente del crimen transnacional, perseguiría hasta liquidarlos a los reductos del crimen organizado que no se hubiesen acogido a la estrategia y acometería una gran cruzada nacional para consolidar una cultura de la legalidad, de la equidad y de la reconciliación perdurable.

8. Finalmente, a través del fondo ya mencionado, se financiarían programas de transformación económica, productiva y social encaminados a erradicar estructuralmente la miseria y la pobreza extrema, llevar a mínimos históricos los niveles de pobreza monetaria, maximizar las clases medias y consolidar unos parámetros sustentables de equidad, competitividad y productividad nacional integral de profundo rostro y sentido humano.

Todo lo anteriormente expuesto puede parecer una utopía a ojos de una gran mayoría, pero aún las utopías son preferibles a la cruda y descarnada distopía que actualmente asola a Colombia y al mundo entero y, como si fuera poco, quien esto escribe está irrevocablemente convencido de que los años por venir demostrarán fehacientemente que lo aquí planteado no solamente no era utópico, sino que era en realidad posible y perentoriamente necesario.

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