Hoy, cuando con el corazón henchido de orgullo escuchábamos el himno nacional en el podio de La Vuelta a España, en la histórica plaza de Las Cibeles; cuando veíamos ese rostro indígena del nuevo cóndor de Los Andes llamado Nairo Quintana, triunfador en una de las tres grandes del mundo, en medio de su enconado rival Chris Froome y su amigo y compatriota Esteban Chaves, comprendimos que esa raza invencible de nuestros corredores andinos había retornado al corazón del viejo continente, para gritar a los cuatro vientos que somos los mejores del mundo en el deporte de las bielas y que, después de la hazaña de hace 29 años del 'Jardinerito' de Fusagasugá, reconquistamos a España venciendo a la élite del ciclismo mundial.
Nairo Quintana, ese niño indígena de Cómbita Boyacá, ese nuevo cóndor que bajó de Los Andes a Los Pirineos españoles, esta vez sin problemas físicos, venció a los más grandes del mundo en la ronda ibérica y se coronó campeón 29 años después de la hazaña de su compatriota Lucho Herrera.
Con un ritmo envidiable en la montaña, con la humildad pero con el coraje invencible de la raza colombiana, Nairo nos devolvió la fe en nuestros ciclistas, la fe en nuestras capacidades y nos rebosó de alegría esa copa de orgullo que durante lustros estuvo vacía de grandes conquistas y que hoy nos permitió saborear de nuevo las mieles del triunfo.
Un nuevo cóndor del ciclismo cubre hoy con sus alas gigantescas el deporte de las bielas.