Me preguntaron en días pasados cuál consideraba yo que podía ser la herencia de las Farc al país, después de más de medio siglo de enfrentamientos con el Estado colombiano. Se comprende la inconformidad de muchos. Durante décadas les suministraron un alud de informaciones en las que siempre fuimos una especie de chicos malos empecinados en causar dañar al país.
Para mucha gente debía habérsenos aniquilado a punta de bombas y de fuego. O en el mejor de los casos, extraditado a USA, o habernos encerrado en la más fría mazmorra por el resto de nuestros días. Un alto número de colombianos llegaron a vernos como cucarachas a las que había que eliminar del modo más rápido y efectivo. Eso ha cambiado mucho, no tanto como quisiéramos, pero se ha logrado avanzar. La claridad penetra más que poco a poco.
Lo hicieron posible el proceso de conversaciones de paz de La Habana, la firma del Acuerdo Final y la forma como la antigua guerrilla ha cumplido con sus compromisos. Haber terminado el cruento conflicto armado fue un logro extraordinario. Solo personas enceguecidas por el fanatismo pueden desconocerlo. La desaparición de la confrontación con las Farc señaló un destino completamente distinto para Colombia. Que no quepa duda.
Que en las propias Farc hubiesen existido manifestaciones de descomposición ideológica, política o moral, no resta importancia al hecho de que su dirección, consciente de las realidades históricas y fiel a sus concepciones revolucionarias, haya sabido alcanzar una solución política. Ni al hecho de que la inmensa mayoría de sus integrantes lo hayan comprendido y cumplido. Lo que queda por ahí, reclamándose Farc, no son más que la parte gangrenada de la organización.
No entiende uno cómo haya medios o personajes que insisten en otorgarles calidades políticas o alguna fuerza militar apreciable. Incluso hasta la capacidad de crecer y convertirse en una organización semejante a las Farc que firmaron el Acuerdo de Paz. Esas Farc requirieron de medio siglo para llegar a ser lo que fueron, basadas en concepciones ideológicas y políticas profundas, forjadas por cuadros revolucionarios formidables, en un contexto nacional preciso.
Se le ha mentido tanto a Colombia, envenenar y cegar de tal manera,
que se le ha impedido apreciar la magnitud y las potencialidades
que encierran los Acuerdos de La Habana.
Cosas inexistentes en los grupos de Gentil, Guacho, Cadete o John 40. Las violencias subsistentes en el país no son consecuencia de los acuerdos de paz. Son continuación de viejos fenómenos que se percibían menos por causa de la guerra con las Farc. Se le ha mentido tanto a Colombia, se la ha querido envenenar y cegar de tal manera, que se le ha impedido apreciar la magnitud y las potencialidades que encierran los Acuerdos de La Habana.
Ellos contienen las soluciones más razonables a los grandes problemas del país.
Soluciones que no son el discurso de las Farc, sino fórmulas pactadas de común acuerdo y tras larguísimas discusiones y debates, con todos los sectores dominantes en el país. Nadie fue ajeno a La Habana, ni de abajo, ni de arriba. Todos y todas opinaron, y hasta el último momento.
Por eso los Acuerdos de Paz son la expresión del más grande consenso registrado en la historia nacional, continental y quizás mundial. La dirección del ELN se reunió varias veces con la de las Farc para discutir al respecto. Allí también estuvo el representante de los Estados Unidos, y estuvieron los de la Unión Europea. Hasta las aproximaciones con el clan del Golfo para su sometimiento tuvieron algo que ver con ello.
Por eso los Acuerdos de Paz no reflejan el pensamiento completo de ninguno de sus hacedores, aunque contienen partes del ideario de todos. En eso radica su mérito. En un pacto memorable se acordó cómo desterrar el atraso del campo, cómo modernizarlo. De qué manera la democracia colombiana podía ampliarse y profundizarse, qué garantías habría que otorgarles a los excluidos, cómo asegurarles su derecho a la protesta y a la vida. Cómo terminar por fin con la guerra.
Cómo acabar con el problema de las drogas y los cultivos ilícitos, de las mafias, de la corrupción. Cómo desterrar el crimen de la política y las luchas sociales. Cómo hacer efectivos los derechos humanos. Cómo tratar judicial e históricamente los graves hechos contra el derecho internacional que se presentaron durante el conflicto. Si todo eso se aplicara hoy, qué país tan distinto estaríamos construyendo. La gran tarea de Colombia es cumplir con los Acuerdos de Paz.
Se requirieron más de 50 años de guerra para llegar a ellos. Ahí están, a la espera de su cabal implementación. Esa debe ser la principal agenda del movimiento social y popular en el futuro que se viene. Pero también de todos los sectores que comprendieron en un acto de lucidez, que había que llegar a ellos para bien del país y de las generaciones futuras. Contamos con una carta de navegación para sacar el país adelante. No nos la pueden arrebatar.