Sucedió muy lejos, por allá en las tierras del medio oriente, donde tenemos la imagen de países cuyos pueblos levantan los brazos alabando a Dios; tierras desérticas, de mucha historia y conflicto, donde las grandes guerras se libran sobre la arena y el petróleo. Es extraño para los que vivimos en occidente saber que estas personas a pesar del abrasador calor andan con cantidades de sábanas y turbantes, y las mujeres hermosas con su rostro tapado. Conocemos de la crueldad de sus costumbres por videos que rondan por ahí, donde los niños que roban los torturan, en las guerras la gente se inmola y los revolucionarios son guerreros hasta donde no más.
Nadia Murad Basee, una mujer que vivió en el norte de Irak, es una de aquellas que pertenece a la minoría religiosa yasidí. El Estado Islámico atacó su población, donde vivía con toda su familia. Sus seis hermanos fueron torturados y asesinados. Ella fue secuestrada y violada junto con 3000 niñas y mujeres, ya que el E.I. usaba este tipo de violencia como un arma para generar poderío y miedo contra las minorías religiosas.
Esta mujer tuvo el coraje de escapar y empezó a denunciar por todo el mundo los abusos sexuales a los que fue sometida junto con otras mujeres, contó su propio sufrimiento. Fruto de sus denuncias, la Academia del Nobel le concedió a esta activista femenina el Premio Nobel de Paz 2018.
Nadia, en sus múltiples narraciones, dice: “Me violó todos los días durante seis meses”. Ella y cientos de mujeres yazidíes fueron secuestradas, vendidas y pasadas de mano entre hombres que hacían con ellas lo que les daba la gana. Fuera de violadas eran golpeadas y muchas asesinadas, al final fueron víctimas de lo que el E.I. llama “yihad sexual”. “A cambio de que no nos pasara esto, teníamos que convertirnos al islam”, cuenta.
"Todo el mundo sabe lo que es Estado Islámico. Me escuchan con atención, pero no prometen nada", indica. "Dicen que examinarán el caso y verán qué pueden hacer, pero nada ha pasado todavía". Esto refiriéndose a todos los organismos de derechos humanos que visitó.
En Colombia
Sara Morales es una colombiana, no se cubre el rostro con velo porque eso no está en nuestra cultura, seguramente profesa otra religión, pero igual, como en todas, levanta los brazos a Dios. Se podría decir que a Sara le pasó exactamente lo mismo que a Nadia, fue secuestrada y violada sistemáticamente desde los once años, durante más de diez años, por cualquier cantidad de hombres, todos ellos miembros de las Farc. Ellos la secuestraron, la juntaron con otros trescientos niños de la misma edad, reclutados a la fuerza para hacer la guerra contra el Estado colombiano. Cuando puso la queja a sus superiores, allá en el interior de la selva, estos la obligaron a bailar con sus violadores.
Sara también tuvo el valor de fugarse de sus captores y anda haciendo lo mismo que Nadia, contando su historia, tocando puertas, diciéndole a todos los organismos del Estado colombiano lo que le pasó y pidiendo que sus verdugos sean condenados. Seguramente no ha salido del país, seguramente sus palabras no las conocen los organismos internacionales, seguramente por eso no le dieron el premio Nobel de Paz 2018, pero igual se lo merece.
¿Por qué a Nadia Murad le dieron el premio Nobel de paz y no a Sara Morales?, ¿cuál es la diferencia?, ¿es importante saber la cantidad de veces que violaron a Nadia y a Sara? La respuesta a estas preguntas no es necesaria, lo importante es que Nadia Murad se merecía el premio, que su lucha es valerosa y su clamor servirá para frenar esta forma de lucha cobarde que hacen muchos grupos armados en el mundo. Sin embargo, las denuncias de nuestra compatriota Sara Morales (quien ha creado una Fundación llamada Rosa Blanca) y su labor también merece un premio igual. Parece que sus palabras no tienen mucho eco, su clamor poco se escucha, pero tuvo igual sufrimiento. Qué bueno sería que se conocieran Nadia y Sara, la primera con el premio Nobel, la segunda sin premio. Las palabras de las dos servirán para que alguna vez entendamos que a una mujer no se la toca ni con el pétalo de una rosa, a menos que ella lo permita.