Todo pasa, nada queda. Una de las cosas que aprendí en las campañas políticas es que casi nada tiene un impacto significativo y durable en la opinión pública. Como casi todas las verdades más interesantes, parece obvia cuando se mira para atrás. Explico: cuando uno está en la tarea de seguir las opiniones, entender el comportamiento de la “gente” y pasa un tiempo siguiendo las controversias políticas, tiende a pensar que cada evento es “importante”. Ese error resulta de un sesgo elemental pero común: pensar que a los demás les importa lo que a uno le importa. Que los demás están enterados de lo mismo que uno y que cuando reciben la misma información que uno recibe, la procesa de la misma manera. No es así, cada quien vive en burbujas distintas, oye historias diferentes y las interpreta con un marco conceptual particular.
El asunto de la buena política. Entonces, casi todo los “escándalos” que uno piensa afectarán profundamente a un candidato, un gobernante, una agrupación política, en realidad son pequeñas olas, llenas de espuma, que se van rápido. Pasa también con los grandes “éxitos” o las “transformaciones”: casi todos los cambios son pasajeros y pocas realizaciones mejoran un problema por siempre. Esto no es ni bueno ni malo. Algunos quisieran que unos “escándalos” tuvieran gran impacto, otros quisieran que sus “logros” transformaran la sociedad (o la opinión de la sociedad que son dos cosas distintas), y en buena parte de eso se trata la lucha política, la búsqueda de influenciar la opinión, de construir verdades sólidas, de explicar porqué las del otro no son verdades ni son sólidas, de convencer a tantos como sea posible de la “narrativa” propia. Bueno, la política en un sentido positivo de la palabra, ya sabemos que en Colombia ha habido violencia, clientelismo y demás, que son caminos más rápidos, o que evitan, el asunto de la controversia sobre la verdad y la mentira. Esa forma de entender la política, como un espacio para debatir sobre qué es verdad y qué importa, es una defensa de la política y la democracia. Es una crítica tonta la de juzgar al político porque da discursos o construye ideas con palabras. Ese es un paso importante. Se puede criticar la calidad, la coherencia o la consistencia del discurso, pero no el hecho de que exista. La actividad política necesita de los discursos y el choque entre ellos, solo así puede hacer pensar al ciudadano. El ciudadano que piensa, se transforma.
Irse de Twitter para vivir mejor. Pensaba en estas ideas, la de la intrascendencia de casi todos los hechos y el de la confrontación de las ideas como un fin en si mismo de la buena política, cuando leí el tuit de Ada Colau en el que anuncia que deja twitter. No he seguido de cerca la trayectoria de Colau, alcaldesa de Barcelona, pero sabía que su partida de Twitter es importante porque fue una política que usó muy bien esa red social para pasar del activismo a la política electoral. Decidió entonces dejar la herramienta que antes le sirvió. Es un caso con similitudes al de Trump, que también usó con mucha habilidad la red social para avanzar sus intereses, pero con la diferencia obvia que una se va porque quiere y al otro lo echaron por incitar a la violencia. Quien esté interesado en estos temas debería leer el texto completo de Colau, pero basta para esta columna rescatar algunas de sus ideas, empezando por la más fundamental: Colau se va de Twitter porque quiere vivir mejor. Lo dice quizás con otro énfasis, el de querer ser mejor persona, pero me parece que en el fondo está su búsqueda por vivir mejor. Es una búsqueda respetable esa, ir tras la buena vida. Es evidente que estaba sufriendo por estar en Twitter, tanto que ese fue uno de sus regalos de cumpleaños, dejar la red. A lo mejor, como en tantos otros, tenía algo de adictivo para ella. Dice entonces que, después de estar unos días por fuera de la red, encontró muchos beneficios: así se expresan muchas personas con adicciones cuando rompen las tenazas de algún vicio.
Entre lo bueno, dice Colau, fue que se reconcilió con la humanidad. Twitter la estaba convenciendo de que la “humanidad es mala, desconfiada, egoísta”. También, encontró que era mejor persona por fuera de twitter. La confesión de Colau evidencia que ella ha descubierto lo que describía, en parte, al comienzo de la columna: lo que ella veía cuando abría su twitter o lo que leía cuando comentaban sus trinos, la hacía pensar que eso era la “realidad”, que eso “importaba” a mucha gente y que lo que observaba era representativo de un fenómeno más trascendente. Como en twitter triunfan con mucha facilidad el odio y las calumnias, esa debía ser una experiencia muy desagradable para ella. Podemos rescatar varias lecciones de esto: hasta los políticos más hábiles, como ella, se autodestruyen cuando se les salen de las manos las herramientas que antes les sirvieron. Pasaron años para que Colau descubriera que había vida, más amable, por fuera de twitter. Hay valentía en su decisión, no es fácil romper una adicción. Recuerdo una política colombiana, exitosa e inteligente, que no podía dejar de mirar su celular por más de unos cuantos minutos, especialmente cuando estaba aburrida o ansiosa. Buscaba algún dato sobre el qué opinar, algún insulto que confirmara que su ansiedad estaba justificada, algún halago que la animara a pasar el mal rato.
Aprendemos también que, a grandes políticas, inteligentes y exitosas, les duele cuando las insultan en Twitter.
Cambiar la política. Más allá de la vida personal de Colau, que comento porque ella misma la comparte, el otro punto interesante de su texto es que propone que al dejar Twitter va a transformar la política, su actuar político. La hipótesis es provocadora: su objetivo es “hacer buena política” y su tesis es que Twitter la aleja de eso. Las razones son varias, pero principalmente argumenta que twitter no es un buen espacio para la discusión y el debate (por la violencia de los bots de la extrema derecha, aunque no menciona, como bien sabemos en Colombia, que hay tantos o más bots en la extrema izquierda), que le toca estar opinando de todo porque si deja pasar algo la juzgan como indolente, que pierde mucho tiempo y energía en controversias con adversarios que la distraen de asuntos más importantes, y que para encontrar lo que une a la gente, no lo que la divide, es mejor hablar que tuitear. No deja todas las redes: se quedará en otras -Instagram, Telegram y Facebook- que considera son menos “polarizadas y aceleradas”. Contrario a lo que tratan de proclamar quienes polarizan, Colau sabe que existe la polarización y es dañina. No hay nada de novedoso en lo que ella argumenta, pero sí hay gran novedad en quién lo argumenta: esta es una política influyente y con presencia significativa en esa red, durante años. Volviendo al primer punto de la columna, me pregunto: ¿será que la decisión de Colau es una de esas que sí cambian algo? ¿Será que su ejemplo lleva a que otros líderes dejen twitter y que, sumado a la ida de Trump, cambie la forma en que la mayoría de políticos trazan líneas sobre sus ideas?
Parece difícil. En parte, porque Colau no es candidata en este momento y sus necesidades políticas son bien particulares. Veremos si logra mantener su decisión cuando empiece una campaña y qué tanta razón tiene en que otras redes le sirven, por menos “polarizadas y aceleradas”. Sería interesante que algo cambiara por su ejemplo, creo que Twitter le hace más daño que bien a la calidad de la política que, en general, ya es bastante baja.
Leí un análisis interesante sobre la decisión de Colau que dice que su error fue un manejo “demasiado personal” de la red. Que por estar ella misma controlando sus redes y prestando atención a las interacciones que generaba, se desgastó. La recomendación, paradójicamente, es que debería ser menos “auténtica”. Curioso, por lo menos, casi nunca vemos que se critique a un político ser auténtico.
Yo, por mi parte, aprecio su texto que me hizo pensar y seguiré su evolución política, atento, como siempre, a qué queda después que la espuma se desvanezca.
@afajardoa