Por cosas de la vida, en medio del ejercicio de mi profesión, me ha tocado conocer sin proponérmelo asuntos que mientras estudié jamás se me pasaron por la cabeza, ya que no eran de mi resorte de interés.
Pero la vida es así, extraña, cambiante, indescifrable y sorprendente. Además, siempre tiene el ánimo de querer enseñarte algo. De hecho, así como le dije a una conocida en estos días, la vida te mostrará que entre más conoces menos sabes.
Inicié conociendo del tema migratorio, por una casualidad de diligenciarle una visa a un extranjero que, entre otras, se hizo famoso en la ciudad por cuenta de un asunto de faldas, sin imaginarme en ese momento lo desigual que puede ser el trato cuando los extranjeros quieren permanecer de manera regular en Colombia.
Desde allí hasta acá he atendido personas de diferentes nacionalidades, todos con una necesidad: quedarse en Colombia. Lo anterior ya sea por cuenta de un arraigo familiar, una pareja o, en el mejor de los casos, porque quieren invertir, ya que consideran que es un buen lugar para emprender un negocio y un excelente sitio para vivir.
Pero la historia rosa se acaba cuando tramitan las visas conforme a las necesidades que cada uno tiene. Es allí donde el Estado hace aprecio de su poder y estatus de vaca muerta en la vía para hacerse notar.
El Estado colombiano posee algo que se llama la facultad discrecional para conceder o no una visa. En palabras jocosas, esto quiere decir que como se te salga un hilo del pantalón simplemente no te vistas que no vas. Y me expreso en esos términos, porque me ha tocado ver cómo ciudadanos extranjeros, quienes llenan todos los requisitos legales para que se les conceda una visa, les han dicho simplemente que no.
De hecho, he visto extranjeros que se sumergen en luchas legales para que el Estado les reconozca ciertos derechos, y una queja repetitiva de parte de estos es por qué a ellos los tratan así y a los venezolanos sí les dan todas las facilidades para que estén en el país. Inclusive, me han sacado a relucir hechos violentos de parte de estos últimos, situación que se me ha hecho imposible debatir.
Este es una temática que debe abordarse por fuera de la perspectiva de la xenofobia, de la cual muchos políticos se guindan para ganar visibilidad. Es una situación real, donde hay nacionalidades de primera y de segunda cuando de tramitar visas se trata.
El Estado colombiano, a través de la Cancillería, debe dejar de esconder la forma pretenciosa, descortés y caprichosa en la que hace ejercicio del poder discrecional para simplemente decidir quién sí y quién no se queda en el país.
Si les relatara todo lo que he visto creo que no terminaría este año. Es más, en el último caso abordado en la semana que pasó, me encontré con una instancia que se atreve a decirle no a un padre extranjero que desea gestionar la visa para permanecer más cerca de su hija colombiana. Él cumplió con todas las formalidades y requisitos del caso, y en cambio la entidad le ofreció a este que tramitara un nuevo visado, no de manera virtual, como se está haciendo en estos momentos, sino exponiéndolo a que vaya a un consulado que le queda a más de tres horas.
Esto que hoy estoy contando es apenas una cara de la moneda, falta lo que viven connacionales fuera de Colombia con el trato que reciben del personal apostado en las embajadas y consulados, que será un tema que intentaré tratar en otro escrito.
