No hay duda de que la música como negocio —o el negocio de la música— murió finiquitado por las nuevas tecnologías y las descargas piratas que propician. Sin embargo, más problemático resulta averiguar cuándo murió exactamente la música como arte y quiénes son los responsables de su muerte, aunque entre ellos seguro que se cuentan los protagonistas del concierto organizado por Richard Branson en la ciudad de Cúcuta.
Hace bastante tiempo, los buenos músicos malviven dejándose la piel en los conciertos en directo y las actuaciones que realizan en la puta calle muchas veces; los otros, los músicos sin talento ni vergüenza subvencionados con el dinero falso que imprimen a voluntad los burócratas del imperio, siguen asesinando a la música cada vez que nos atormentan con la espantosa lata que supone su música prefabricada.
Las descargas piratas no pueden matarlos, ya están muertos en vida; la suya es una música zombi para zombis que caminan insomnes por las calles con el móvil en la mano como si fuera un arma. Su música descerebrada es más o menos la misma con la que se atormentaba día y noche a los presos inocentes acusados de terrorismo por los terroristas y elegidos al azar frecuentemente (mañana puede tocarnos a cualquiera de nosotros) de la cárcel de Guantánamo; los verdaderos terroristas financiados por la CIA se pasean libres por las calles de Estados Unidos o de Europa gracias a los visados que dicha organización les proporciona cuando no están violando a mujeres y asesinando a niños en sus pseudo-Estados mafiosos, donde a menudo se prohíbe la música ya sea buena, ya sea mala (en Occidente solo es la buena la que está prohibid o sobrevive clandestinamente).
Es esa mala música desangelada y cutre e impuesta por las cadenas de radio y televisión, compradas con el dinero robado de las élites fascistas, la que sonó en Cúcuta ante un público descerebrado y conformista.
Los artistas que vomitaron en dicho evento su propaganda neonazi con sus acordes o desacuerdos carentes del más mínimo asomo de inspiración son aquellos que componen las listas de los cuarenta principales a la fuerza con las que nos aporrean las emisoras vendidas al mejor postor y que son en realidad, algo así como, los cuarenta mantas destinados al top manta.
El top manta y los cuarenta principales son prácticamente lo mismo y se ha establecido entre ambos fenómenos una especie de simbiosis monstruosa como la que mantienen los pececillos limpiadores con los escualos a los que desparasitan —los escualos son los músicos de Cúcuta, por supuesto—.
Es música de escualos para escualos o tiburones de las finanzas amañadas, no hay ningún delfín entre ellos. Que los discos pirateados de los músicos como Alejandro Sanz aparezcan en las mantas de los inmigrantes ilegales es lo justo: estos últimos son las víctimas de las guerras provocadas por los íntimos aliados de sus promotores y otros agentes de la CIA.
Difícilmente verás a un artista auténtico en el top manta: normalmente no graban discos, son demasiado buenos para eso. O se costean la grabación ellos mismos y por tanto nadie los publicita, como no se publiciten ellos mismos de puerta en puerta o de concierto en concierto. Es la suya una música ambulante que es la única música que queda digna de su nombre, aparte de la música de los artistas muertos y fusilados en YouTube.
Las grandes compañías discográficas, tras el descalabro que ha sufrido la industria, tan solo quieren ventas seguras: las que garantizan los fusiles y las bombas escondidas probablemente entre la ayuda inhumana que se pretende colar en Venezuela... es que los tiranos de Occidente están empeñados en obligarnos a bailar al espantoso son que sus malos músicos tocan y que no se parece en nada al son cubano.
Las grandes compañías discográficas tienen que machacarnos y lavarnos o mejor dicho ensuciarnos noche y día el cerebro con una música tan falsa como sus noticias falsas (la propia de “artistas” como Alejandro Sanz o Juanes y demás atormentapresos) y que desde luego no tiene nada de folclórica ni de culta y que no es ni del pueblo ni para el pueblo; es música descerebrada de masas para las masas de los sin nombre y sin futuro porque se lo quieren robar magnates como Richard Branson.
Tienen que bombardearnos constantemente con esa música odiosa por medio de sus grandes plataformas de forma que la gente se piense que esa música es la única que existe, la única música posible en nuestro espantoso mundo, es decir la mala, como la mala vida es la única posible en el nuevo imperio neo fascista.
De Richard Branson lo mejor que puede decirse es que es un magnate completamente desconectado de la realidad del mundo, que vive en la estratosfera, recluido en su burbuja de la Islas Vírgenes, financiada con las burbujas financieras que él u otros como él provocan, o haraganeando en uno de esos cruceros de lujo que organiza donde los niños, afortunadamente para ellos, tienen prohibida la entrada. Son cruceros destinados al infierno, porque en el paraíso tan solo entran los niños. Que le haya dado también por organizar viajes al espacio para los ultrarricos es algo que no me extraña nada.
Los viajes al espacio son la última moda de los multimillonarios que no saben de qué forma alejarse de las miserias de este mundo que ellos mismos justifican o provocan. Probablemente sueñan con construir en un futuro próximo alguna colonia de lujo en Marte, pero es posible que la revolución inminente los despierte de ese sueño que es la pesadilla de todos.
Branson se preguntaba no hace mucho por qué resultaba tan difícil sacar a la gente de la pobreza si magnates como él pueden llevar a la gente a la estratosfera (donde él reside) o al espacio. La respuesta es muy simple: son las malas prácticas de los que se apuntan a los viajes al espacio que él organiza las que mantienen a la gente en la pobreza. Y para atormentarla aún más le roban la buena música y subvencionan y publicitan a músicos como Juanes, cuya sonido solo puede compararse a las exclamaciones incongruentes de algún matón a sueldo borracho o a los berridos de un yihadista.
No hay nada de personal, único e irrepetible en esa música producida en serie por algún programa informático que desmiente el mito de la supuesta inteligencia artificial de las máquinas. Música cacofónica que recuerda el graznido de las cotorras, esa música es un crimen que se perpetúa gracias al crimen. Y a uno le dan muchas lástima los buenos intérpretes o técnicos de sonido que acompañan a veces a esas estrellas envilecidas —que deberían acompañar a Branson en uno de sus viajes intergalácticos e irse a vivir a Marte— arrastrados por la estela de su premeditada fama inmerecida.
La buena música está proscrita en los territorios del imperio sencillamente porque es sumamente subversiva como todo lo que hace pensar y soñar a la gente. Ahora que los muertos en vida pasean su putrefacción impunemente por la superficie del mundo, y los vivos malviven bajo tierra, la música de calidad suena tan solo en las catacumbas o en los antros de mala vida (la nuestra, la de los pobres), perdidos en alguna callejuela cutre o en los sótanos alejados de la fanfarria imperial de Juanes y su cohorte de destripa gatos... es una música secreta y oculta ahora que el ocultismo salió a la superficie y las sectas diabólicas se multiplican como las setas
Es una música de ultratumba para los que se esconden bajo tierra de los zombis y los asesinos a sueldo sin entrañas del imperio que han salido de nuevo a la superficie y han tomado las calles dispuestos a devorarnos las vísceras y apoderarse de nuestras almas, ellos la vendieron hace mucho a cambio de aparecer sonrientes en el “Hola”.
La mala música, que está en el aire como los demonios de los que hablaba San Pablo o en las ondas de la radio (excepto las de radio tres y alguna que otra radio pirata), es la que sonó en Cúcuta ante un auditorio de zombis.