Murakami, el japonés traidor que nunca ganará el Nobel

Murakami, el japonés traidor que nunca ganará el Nobel

Despreciado por la crítica de su país por su devoción hacia Occidente, los 60 millones de unidades que han vendido sus libros lo catalogan como el autor más popular que ha dado Oriente

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julio 05, 2015
Murakami, el japonés traidor que nunca ganará el Nobel

Haruki Murakami es con seguridad todo lo que los lectores de su obra no esperarían de él: un hombre común y corriente. Excepto cuando escribe. Se levanta todas las mañanas a las cuatro, prepara café, oye un poco música barroca, prende el computador y escribe sin parar hasta el medio día. En la tarde entrena para calmar otras de sus pasiones: correr y nadar. Dice que la escritura no solo requiere fuerza mental, requiere fuerza física. Y es que cuando escribe necesita esa fuerza para entrar  “a la otra habitación”, tiene que empujar la puerta y luego cerrarla. Afirma que solo así puede escribirse una novela, se debe llegar al inconsciente, entrar en ese caos. Claro que él, a esto lo llama ser “práctico”. Eso si, a las nueve de la noche ya está en cama con su mujer. Para él, la inquebrantable rutina, es lo que le permite escribir una novela, que es más que una prueba de supervivencia.

Nació en Kioto en 1949, en medio de una familia de clase media, su padre era profesor de literatura y su abuelo un monje budista. Estudió literatura en la Universidad de Waseda, dónde la bibliotecaria de su facultad, le entregó el título de lector compulsivo. Aunque muy poco se conoce de su vida privada, se sabe que es un melómano de tiempo completo y un deportista incansable. “No me considero un artista, solo un tipo que puede escribir” ha explicado el escritor en varias ocasiones. Se casó a los 23 con Yoko Takahashi y pasó los siguientes años administrado el bar de jazz que montaron juntos en Tokio. Vivía lleno de deudas y su única certeza era la incertidumbre del destino. Cuando tenía 29 años, sin ninguna premeditación o inclinación dramatúrgica, viendo un partido de béisbol se le ocurrió que podría ser escritor, y ahí empezó todo.

 

Murakami, a pesar de su reconocimiento mundial y los millones de seguidores que tiene alrededor del planeta, es un hombre reservado que evade entrevistas, que no hace parte de ningún grupo intelectual y que poco se le ve en eventos culturales. Es más: las corrientes literarias japonesas lo aborrecen, pues consideran que su obra traiciona el apego purista de la literatura oriental, la cual suele honrar con furia su lenguaje y cultura.

Su obra sorprende por la proximidad de los personajes y por que cada uno de sus libros es un viaje surrealista, en el que vidas ordinarias se entrelazan entre sueños, seres mitológicos y dimensiones desconocidas con una naturalidad casi imperceptible. “Mientras escribo creo que esas cosas ocurren, pero cuando no estoy con mis historias soy un hombre corriente con un fuerte sentido común. Voy y vengo entre esos dos mundos diferentes”, responde, al preguntarle si cree en los sucesos increíbles que narra en sus libros. Siempre prefiere escribir en primera persona, y reconoce que muchos de sus libros aluden a su vida personal: la música, los amores felinos, el deporte, la entrada a la madurez. Sus libros son admirados también por la forma como apela a sentimientos universales como el miedo a la muerte, el amor, el deseo y el sexo. Su fascinación por la música, que se representa en una colección de 7.000 vinilos de jazz y un amor obsesivo por los clásicos y el pop, siempre está presente en sus historias: “Imagino que el teclado del ordenador es como un piano e improviso sobre él", asegura.

 

Tal como lo explicó en una entrevista al periódico español El País, la música no solo es el fondo, es la forma de su obra “viene la melodía, que en literatura viene a ser un ordenamiento apropiado de las palabras para que vayan a la par del ritmo. Si las palabras se acomodan al ritmo de una manera suave y bella, uno no puede pedir más” asegura. “Lo siguiente es la armonía; los sonidos mentales que sostienen las palabras. Luego viene la parte que más me gusta: la libre improvisación. A través de algún canal especial, la historia fluye libremente desde el interior. Todo lo que tengo que hacer es sumergirme en la corriente”. Y concluye “lo más importante de todo: esa elevación, esa emoción que uno experimenta al completar su ‘interpretación’ y al sentir que ha alcanzado un lugar nuevo y significativo”.Desde que empezó a escribir ha vivido lejos de su país, en Europa y Estado Unidos. Ha dado clases en Princeton y Tuffs y ha sido también traductor al japonés de muchos de sus admirados autores como Raymond Carver, Tim O’Brien y Scott Fitzgerald. Desde su primera obra en 1979, “Oye cantar al viento”, ha escrito 12 obras más entre las que se destacan “Tokio Blues”, “Al sur de la frontera, al oeste del sol”, “1Q84”, “Los años de peregrinación del chico sin color”, y algunos relatos como “Hombres sin mujeres”. Ha ganado varios premios de literatura y lo han llamado el Dicaprio del nobel por las numerosas nominaciones a este premio, que aún no ha logrado conquistar.

Murakami, siempre cerca de la cultura occidental, se ha influenciado por Dostoevsky, Chandler y el jazz. En los años 60, la lectura y la música eran su pasaje para acceder a ese mundo que tanto lo atraía, cuando viajar a otros países, no era tan accesible en esta época. Al principio no tenía idea como se escribía una novela. Como sus lecturas orientales eran tan escasas, y por el contrario, las occidentales tan amplias y profundas, retomó el estilo, la estructura y forma de lo que conocía, y fue así como fue desarrollando poco a poco su propio estilo.

 

El primer manuscrito era tan malo que su lectora predilecta, su esposa, no lo terminó de leer. Así, descubrió la importancia de terminar un texto, revisarlo, corregirlo, reescribirlo, y así sucesivamente hasta ajustar la última palabra. Cuando empieza a escribir no tiene nunca un plan, solo abre “la puerta”, espera que la historia llegue y una vez ahí, empieza a escribirla. Solo a medida que escribe va descubriendo la continuación. Afirma que él y el lector siempre están en el mismo terreno, ya que tampoco sabe hacia dónde va la historia. Por eso sigue escribiendo, él también quiere saber que va a pasar. Aunque sabe también con toda claridad, que hay misterios que esconden las historias, y jamás se van a develar ni ante sus ojos ni ante los del lector

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