La pasión futbolística que se desata cada cuatro años en los países clasificados al certamen mundial permite evidenciar con mayor precisión la general miopía latinoamericana. Durante este tiempo se exalta el patriotismo mediante un deporte que se yergue como estandarte de las más altas virtudes, esfuerzos y sacrificios. Durante este tiempo afloran, con mayor frecuencia, las historias “heroicas” de los deportistas nacionales que han tenido que pasar por situaciones difíciles (lo convencional en este país de lágrimas) para salir adelante en una suerte de tragedia cíclica como la que citó García Márquez respecto del libertador Simón Bolívar a través de una frase lapidaria: en la larga historia de la humanidad se ha demostrado muchas veces que la vocación es hija legítima de la necesidad.
Si hay algo que abunda en Colombia es la necesidad y de esta condición provienen tales historias que, en lugar de ser tenidas en alta estima como ejemplo y esperanza para la nación, son una vergüenza colectiva, no para los protagonistas de las mismas, sino para la sociedad que contempla impávida tantas pruebas de injusticia, de indolencia e infortunio que agobian a nuestros hermanos de los cuales algunos pocos logran salir, producto de su propio esfuerzo y su familia, y la voluntad férrea de rebelarse al destino trazado, no por el azar, sino por los infames cálculos políticos de nuestros gobernantes desde la fundación de nuestro bien amado país. Gobiernos que, como he escrito anteriormente, son elegidos por nosotros mismos; los votantes, los no votantes y los que no se sienten representados.
Nuestra miopía es permitir la exacerbación de los sentimientos patrióticos por acciones tan pueriles como vestir una camiseta y elevar a categorías heroicas logros individuales o grupales deportivos o artísticos que deben ser destacados en su justa proporción pero que no son heroicos; y, en segunda medida, la inclinación perniciosa de declarar loable un trato ignominioso. ¿Es motivo de admiración la historia de un futbolista que recuerda a su padre decir que cada vez que escuchara una balacera se metiera debajo de cualquier cama hasta que un día salió y el muerto era su padre? ¿No esto un motivo de infinita vergüenza para Colombia? Bernard Shaw dijo en una entrevista, en la que se le mencionaban los sacrificios por lo que se pasaba en un país, que ser maltratado no era un mérito.
Esta afirmación sigue vigente y pesa sobre nuestra patria y nuestro continente latinoamericano porque el reto no está en exaltar a los pocos que salen de las desgracias, por su vocación de no morirse de hambre ni caer víctima de la violencia, sino en examinar, elegir y trabajar meticulosamente para poner en marcha medidas concretas que permitan que nuestros hermanos no tengan que ser sujetos de la necesidad para ser exaltados posteriormente por sus penurias pasadas. La verdadera hazaña es lograr un estado de bienestar y de dignidad que sea la piedra angular de nuestra sociedad y quienes estén dispuestos a conseguir este fin ulterior, y lo logren, serán los verdaderos héroes.