No conocí mis abuelas. Oí desde niño que habían muerto muy jóvenes. Creo recordar alguna fotografía vieja, en donde aparecía una, no recuerdo cuál. Esa fue mi única referencia de ellas. Ahora que miro atrás, papá contaba que su madre había quedado ciega tiempo antes de morir. Desde niño oía hablar a mis compañeros de colegio de su abuelita, o su nona, yo nunca pude hacerlo.
En cambio mamá fue siempre referente en mi vida, seguramente la mujer que más influyó en mi formación. Para alegría de sus nueve hijos, aún vive, viejita, desmemoriada, caminando siempre con un bastón. El ama de casa típica. Madrugaba a preparar desayuno y despachaba todos sus hijos al colegio, lavaba, planchaba, arreglaba la casa que mantenía reluciente. Y se encargaba de todos los demás asuntos. Papá trabajaba fuera de la ciudad.
Mamá nos educaba con la correa o el cable de la plancha, sin dar mayor espacio a las justificaciones. En realidad era ella quien llevaba las riendas del hogar. Y creo que algo semejante ocurría en todo el vecindario. La madre fue siempre una institución respetable para los de nuestra generación. Papá ponía el dinero para los gastos, pero sin duda era mamá quien decía la última palabra.
Todo eso ha cambiado. Se lo considera arcaico y se lo llama patriarcado, una dominación masculina que proviene de miles de años atrás. Resulta excepcional hallar vidas en común entre un hombre y una mujer, que superen los diez o quince años de existencia. Las mujeres han tomado enorme conciencia de su igualdad de derechos, reclaman y exigen un papel distinto en la vida familiar y social.
Viví ese cambio en otro espacio, en las Farc. Allá no se veían los conflictos que la sociedad convulsionada soporta por esas transformaciones. De entrada, por disposición estatutaria, los hombres y las mujeres eran iguales en derechos y deberes. Las dificultades podían hallarse en la mente de quienes provenían de la sociedad machista, hombres y mujeres, que debían aceptar de repente unas reglas de juego distintas.
La mujer en la guerrilla es libre, establecieron distintas Conferencias Nacionales.
No pertenecía a nadie, ninguno podía imponerles su voluntad,
excepción hecha de los planes militares y políticos aprobados por las direcciones
La mujer en la guerrilla es libre, establecieron distintas Conferencias Nacionales. No pertenecía a nadie, ninguno podía imponerles su voluntad, excepción hecha de los planes militares y políticos aprobados por las direcciones, que también desde luego obligaban a los hombres. Si los hombres podían ser infieles a su pareja y cambiarla por otra, las mujeres también podían hacerlo. Y nadie podía condenarlas por ello.
Eran las dueñas de su vida personal, lo cual establecía unas reglas de juego muy distintas en la relación de pareja. Manuel Marulanda explicaba alguna vez que las Farc se encargaban de alimentar, vestir y sostener en todo sentido a los y las combatientes, ninguno dependía para nada de su pareja. Eso necesariamente generaba independencia y libertad de criterios. A menos que el amor generara relaciones enfermizas.
Como también ocurría con muchachos y muchachas provenientes de la sociedad atrasada, que no siempre asimilaban el orden de cosas nuevo. Había casos, el tipo que por celos violentaba a su compañera, y la compañera que por idénticas razones violentaba al suyo. Hasta cierto nivel se lo consideraba como riña entre los miembros del movimiento, y se sancionaba con rigor. En casos más graves había un consejo de guerra.
Así que la violencia contra la mujer estaba prohibida. Como también contra el hombre. No creo que haya habido un caso en el que el asesinato de cualquiera de los dos por su pareja, se hubiera zanjado con sanción distinta al fusilamiento. El repudio colectivo a cualquiera de esas conductas, proviniera de quien proviniera, se llegó a convertir en una cuestión moral, mucho más que legal, que lo era. Cada vez se presentaba menos.
Pienso que la misma igualdad derivada de condiciones materiales idénticas para ambos, excluía la actitud arrogante de la mujer, pues se sabía respetada, valorada y amada. Allá si su pareja no obraba así, la perdía para siempre y ya. Ella seguía siendo la misma. Las mujeres en las Farc no vivían prevenidas, como se observa en la sociedad a la que nos reincorporamos, donde buena parte de las feministas destilan cierto grado de hostilidad.
La experiencia de las Farc puede aportar mucho en esta hora de igualdad de la mujer, que solo será plena cuando se equiparen las condiciones materiales en la sociedad. Feminismo que se respete debe luchar por esto último también. La tarea es larga y plagada de obstáculos, pero la impone el sentido de humanidad, de fraternidad, de sororidad. Las mujeres que luchan por sus derechos son hermosas y merecen todo el apoyo.
Creo que es lo más importante a tener en cuenta en el Día Internacional de la Mujer. Y lo que constituye la real razón de su conmemoración. Somos iguales, y si aún no todos lo consideran así, hay que convencerlos, sin odios.