"Para eliminar la miseria sexual, acabemos con los razonamientos perversos que la hacen posible: (...) el sacrificio de las mujeres y de lo femenino en ellas; y los niños convertidos en verdad ontológica del amor de sus padres".
Michel Onfray
Varias de mis amigas lo son.
Con el paso de los años su número ha crecido sustancialmente.
Convivo con una hace casi veinte años.
He acumulado conversaciones con ellas a lo largo del tiempo y debo decir que mientras más escucho sus argumentos y mientras más me empapo de su visión de la vida, (hasta donde mi limitada condición de varón me lo permite), más las admiro.
Hablo de las mujeres que han decidido no ser madres.
Mi ferviente simpatía por las mujeres NOMO —como se las etiqueta en estos tiempos de etiquetado compulsivo, por la abreviatura en inglés de No Mother—, no esconde un desprecio por la maternidad. Ni más faltaba.
Conozco muy de cerca hermosos ejemplos de maternidades deseadas y ejemplares. De mujeres que han luchado contra viento y marea para poder tener un hijo, de otras que han estrechado sus finanzas para encontrar la vía práctica para sostenerlo o de algunas admirables cuyo proyecto vital es la de ser madres y se han embarcado, felices, en la búsqueda de un semental, incluso sin exigirle que provea sustento para el hijo.
Pero debo decir también que estos ejemplos de mujeres que han meditado con detalle y responsabilidad su opción reproductiva, representan una franca minoría.
La mayoría de las que conozco se enfrentan a la maternidad como resultado de esa inercia impuesta por la mecánica social y que se ha traducido por generaciones en casi un imperativo: si eres mujer, creces, te casas y tienes hijos.
Y no digo que vayan a la maternidad como van al cadalso. Claro que no. Pero en muchísimos casos su decisión reviste un halo de inconsciencia que asusta.
A eso me refiero. A la consciencia de la maternidad. A masticar lo que implica para la madre y para la sociedad. A concederse ese derecho que por primera vez en la historia de la sociedad humana tiene la mujer: el de preguntarse si se le antoja o no tener un hijo.
Y por eso muero de admiración por las mujeres que deciden no reproducirse.
Porque la totalidad de ellas han implicado a su cerebro, a sus sentimientos y a su proyección como persona en la decisión.
Porque todas han reconocido su derecho a la felicidad y por eso se preguntan si la maternidad las hace o no felices.
Porque reclaman el cuerpo como suyo y ejercen sobre el esa maravillosa dictadura a la que tienen derecho.
Porque no puedo imaginar una mayor muestra de lucidez e inteligencia que sobreponerse a la principal de las presiones sociales para buscar la felicidad personal.
Admiro y defiendo la maternidad deseada y responsable. Pero me pongo de pie para ceder el paso a las mujeres que buscan su felicidad más allá del lugar que la sociedad les impuso.