Carolina, la indomable y despierta amiga, había dejado de hablar del tema. Ahora prefería guardar un silencio cabizbajo y adolorido ante la perplejidad que le causaban los hechos. Las noticias, una tras otra, le espinaban su sempiterna confianza en la democracia norteamericana. Se le habían agotado las razones y se le empezaban a acabar la mayoría de las esperanzas. Llevaba casi veinte años viviendo en una altiva y congelada ciudad de la costa este. Allá estudió, se enamoró y formó una generosa familia con mi amigo el Gato. Carolina estaba triste y vivía entre la incredulidad y la sospecha: aún no lograba aceptar -y superar la pena- de sentirse gobernada por un hombre tan diminuto y escaso como Donald Trump. Por eso, cuando me envió la foto de las nuevas seis congresistas, que representan lo mejor -y más olvidado- de su país por adopción, sentí que Carolina, la de siempre, había vuelto. Desde la distancia pude presentir -y anticipar- su amplia sonrisa mirando con anhelo la imagen de estas seis heroínas en vísperas, de postura desafiante y responsables históricas de evitar la debacle moral a la que el circense presidente republicano está llevando a los Estados Unidos.
Aparte de la fuerza que emana de la ya icónica fotografía publicada para la revista Vanity Fair,que compartió en su cuenta de Instagram la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, debe reconocerse y destacarse un mensaje fundamental: las mujeres en el poder son necesarias por el defecto e ineptitud de los hombres en el poder. Posiblemente, somos testigos de los días más prolongados y críticos para los movimientos feministas, liderados por mujeres enfurecidas, cansadas y determinadas a recuperar lo que les pertenece: su mitad del mundo. Aunque puede decirse que las mujeres siempre han estado próximas al poder, es indudable que, por decisión y estrategia de los hombres, no han ocupado el lugar que merecen y ahora reclaman. Así lo explica la elocuente autora Mary Beard, en su libro Mujeres y Poder, cuando resume el poder de los hombres a partir de la más pérfida de sus conductas: el silenciamiento de las mujeres.
Dicho silenciamiento, afirma Beard, se ha reflejado de forma contundente en la construcción social de un concepto de poder a partir de una perspectiva excluyente y exclusivamente masculina. El poder, desde esa perspectiva, es varón, viril y orgulloso pero sobre todo lejano y ajeno a la (supuesta e imaginada) fragilidad femenina. Por siglos se han construido mitos a partir de los cuales se acusa a la mujer de una imposibilidad natural para gobernar. Emocionales, traicioneras y manipulables, son solo algunos de los adjetivos con los que se ha desterrado a la presencia femenina en el poder y se ha desconocido su derecho -ese sí natural- a gobernar.
Por siglos se han construido mitos a partir de los cuales
se acusa a la mujer de una imposibilidad natural para gobernar
No obstante, esta manipulación vista con detenimiento alberga otra arbitrariedad aún más general: el invento masculino de la mujer incapaz. Es curioso que la definición de la palabra poder también haga referencia a la capacidad particular de hacer, ejecutar o emprender algo. No hace mucho, se pensaba y legislaba, que las mujeres no “podían” administrar sus propios bienes o herencias o siquiera “podían” tener la suficiente entereza política como para votar. La fábula de la mujer que no puede, incluso ha llegado a sus rincones más íntimos: su vida sexual y reproductiva. Hoy en día para muchos es verdad revelada que la mujer “no puede” gobernar su cuerpo y por lo tanto es incapaz de decidir sobre lo que es mejor para su propia vida; y como consecuencia, los hombres que sí podemos, desde distintas instancias y recintos, decidimos sobre -y por- las mujeres en asuntos que les competen de forma exclusiva a ellas. La mujer que no puede es un invento del hombre que siente amenazada su hegemonía y dominio sobre los asuntos humanos. Una explicación posible para un mundo que parece construido a medias por hombres que en apariencia podían. Y no, no pudimos.
La llegada al Congreso norteamericano de Alexandra Ocasio-Cortez, Ayanna Pressley, Ilhan Omar, Deb Haaland, Veronica Escobar y Sharice Davids, todas integrantes del partido demócrata, es una indiscutible oportunidad para que el ejercicio del poder femenino se lleve a cabo en la medida y sustancia que lo define; atrás deben quedar las trampas y laberintos de comportarse como los hombres soberbios, indolentes y voraces; estas mujeres -y todas aquellas que se atreven a desafiar el statu quo- deben continuar descifrando la manera en que el poder se ejerza desde su punto de vista y sentido. No me atrevería ni siquiera a insinuar de qué se trata esta nueva forma de liderar al mundo, no me corresponde, no lo podría hacer. Yo también soy responsable de todo este desorden.
@CamiloFidel