*Video tomado de la Universidad de Sevilla
Se celebró el 11 de febrero el día Internacional de las Naciones Unidas de la Mujer y la Niña en Ciencia. Pasó sin bombos ni platillos en nuestros medios quizás porque el nombre es un poco largo. O porque tenía fuerte competencia ese día de la Virgen de Lourdes y también Día Mundial de los enfermos. O porque estamos un poco aburridos de los días mundiales de esto y lo otro. O porque todavía menospreciamos la participación del género femenino en las investigaciones científicas.
Para promover la discusión del tema propongo “cientista” como sinónimo para la palabra científico o científica, evitando el género y ocasional machismo (he leído algunas veces “la” científico) de esos términos. Machismo históricamente evidente en el olvido de muchas mujeres de ciencia desde Hipatia de Alejandría.
Se diría entonces la cientista o el cientista para mujeres y hombres de ciencia. Podría considerarse anglicismo por su correspondencia con la palabra inglesa scientist, sin género como exigen hoy los que promueven un lenguaje inclusivo. O latinismo por su origen en el latín scientia/scientiae que significa sólo conocimiento, no solamente el alcanzado por un supuesto método científico. Pero la gran ventaja simbólica de cientista sería además de su no distinción de género su parecido con artista.
Imitando a la incomparable Wikipedia en su definición de ciencia, el cientista sería aquella persona que realiza investigaciones en pos de una comprensión más integral de la naturaleza incluyendo lo físico, matemático y social, con alma de artista y sin género añado yo.
Si buscan en el diccionario de la machista RAE que solo puso un váter para damas, como dicen los españoles, en 1979 cuando entró Carmen Conde como académica se llevarán una sorpresa. Ni Gertrudis Gómez de Avellaneda, ni Emilia Pardo Bazán, ni María Moliner entre otras ilustres mujeres de letras tuvieron donde “hacer pipí” (perdón por esta expresión no inclusiva) en la insigne Academia. Y en su diccionario la palabra cientista significa casi lo contrario: cientificista, aquel o aquella absolutista que sólo cree en el conocimiento científico despreciando toda otra forma de llegar a la verdad. Mirada estrecha de la conservadora RAE.
El origen histórico de la palabra ilustra la nueva acepción propuesta aquí para cientista. En inglés scientist o cientista es una palabra que se inventó en 1834 para una polímata, o persona sabia que sabe de todo, la escocesa Mary Somervile al presentar su libro “Sobre la conexión de las ciencias físicas” Los señores que escribían sobre su pensamiento no sabían como llamarla porque evidentemente no era un hombre de ciencia con dos matrimonios (uno feliz) y seis hijos.
La señora Somervile estaba convencida que todo lo que podemos conocer de la naturaleza está interconectado. Lo que hoy llamamos Teoría del Todo (TOE) y es todavía una aspiración de los físicos actuales que buscan como unir la teoría general de la relatividad, la teoría cuántica, la “teoría de las cuerdas” y otros cositas. No lo han conseguido, a menos que Sheldon lo descubra en el último episodio de “The Big Bang Theory” el próximo mayo.
Pero la señora Somervile, la primera cientista o scientist, ya lo intentaba a su manera en 1834 para que no digan que las mujeres de ciencia no tienen además cerebro de artistas. Ella cuenta que en su infancia “se aburrió de los jardines y se dedicó a andar por los montes recogiendo especímenes curiosos”. Como muchas de nuestras niñas se aburren cuando las obligan a clases de economía del hogar, cocina y costura. Y su efigie adorna hoy los billetes de 10 libras del Banco de Escocia.
Otra cientista paradigmática sería Rosalind Franklin, química y cristalógrafa cuya investigación fue absolutamente necesaria para que Watson y Crick publicaran la estructura del ADN en 1953. Podemos decir que su estudio de las sombras por difracción de rayos X de los cristales del ácido desoxirribonucleico en donde está escrita nuestra información genética fue clave para dilucidar la estructura de la molécula. Díganme si estudiar sombras de cristales no es labor artística y merece la nueva palabra: cientista, artista y científica.
Franklin murió en 1958 de cáncer de mama a los 38 años, típica y triste historia de muchas mujeres en el siglo XX, por lo tanto no se le pudo conceder el Nobel de Fisiología y Medicina en 1962 con Watson, Crick y Wilkins pues la letra chica de los estatutos del Nobel no permiten premios póstumos. Injusticia de los hombres, la Asamblea Nobel del Instituto Karolinska y la historia. Ahora este año, cuatro días antes del Día Internacional de la Mujer y la Niña en Ciencia, se ha llamado Rosalind Franklin al vehículo europeo para investigar la superficie de Marte.
Y las cientistas no sólo nacen en países ricos sin grandes necesidades sociales. Si quieren comprobarlo lean esta entrevista del El País de Cali a una astrofísica nacida en Zarzal, Valle del Cauca, hoy instructora e investigadora en el MIT de Boston, Gladys Beatriz Vélez es una verdadera cientista: científica y artista.
Con esta exploración de palabras e historias quiero felicitar y celebrar el trabajo de mis colegas mujeres en ciencias básicas, ciencias clínicas, toda la medicina y todas las ciencias. Sin ellas seríamos distintos, o simplemente no seríamos. Todas las mujeres de ciencia merecen, a mi juicio, ser llamadas cientistas porque son a la vez científicas y artistas. Mientras nosotros, prisioneros del género masculino, contamos, separamos, calculamos, casi siempre adictos al poder y perdiendo a veces el saber que conecta. Pero no perdamos la esperanza, algún día podríamos ser llamados “el” cientista o hombre de ciencia.