Como a ras de suelo ya queda muy poco que aprovechar, los más temerarios se aventuran a las alturas, a los restos de techumbres donde aún se puede hallar algo de metal para cambiar por unos pesos que a su vez sirven para bajar a la olla y comprar las dosis inaplazables.
Se mascaba la tragedia
Ya habíamos advertido que se mascaba la tragedia, el edificio está sin control, nadie se apersona del viejo Anarkos y nadie quiere o tiene los recursos millonarios para demolerlo, así que es mejor dejarlo a sol y lluvia, que sea lo que Dios quiera, y si un día se viene abajo será plata ahorrada. Pero este pobre hombre al que nos referimos perdió el precario equilibrio y cayó sin atenuantes sobre un lecho de tejas y concreto.
Gente sin alma
Sin embargo sobrevivió un tiempo a la caída, pero nadie lo auxilió, a pesar de las llamadas desesperadas de los testigos, ninguna ambulancia acudió. Estuvo agonizando el hombre un buen rato hasta que la mujer se lo llevó a descansar de una vida tan trabajosa, tan echada a perder. Lo terrible de esto es que si se hubiera tratado de un accidente de tráfico como los que se ven a diario en esta desmadrada ciudad, habrían llegado tres o cuatro ambulancias a pelearse el herido, el contusionado. Eso es cash, contante y sonante. Pero se trataba de un pobre indigente para el que nadie iba a dar un peso, entonces mejor no.
El gran negocio
Este es el mercantilismo del socorrismo, del negocio de las ambulancias, que no se pone colorado para dejar morir a un ser humano, cuando podría haber hecho algo por él. Pero no había dinero de por medio. Al fin y al cabo esto es un negocio, dirán los empresarios, como es un negocio la salud, nuestra salud en su conjunto. Si no tienes plata para pagar medicina privada y si tus males son complejos, lo más seguro es que te mueras a menos que le caigas en gracia al creador y tenga un poquito de misericordia. Así estamos.