Ningún simple mortal, de nombre y apellidos de lavar y planchar, se arriesgaría a poner en tela de juicio ciertas leyendas de la intelligentsia humana, cual es la de que cada ser humano es único e irrepetible. Una verdad a medias que si bien como discurso filosófico aguanta, no resiste análisis desde la práctica. ¡Mellizos —en rasgos físicos y en personalidad— los hay por todas partes! Aunque no sean ni prójimos. Somos del montón, que le vamos a hacer.
Observo desde la pedestre realidad que habito: las modelos, todas se parecen; los toreros, igual; los banqueros, se parecen; los futbolistas, las presentadoras, los estudiantes de ciencias sociales, los corredores de bolsa, los médicos residentes, los teatreros, las cuchibarbies, los activistas, los poetas, los políticos en campaña… Estos y los otros se parecen entre sí. Y, por supuesto, los jefes de Estado. Esos sí que se parecen, parecen clonados.
Con una que otra excepción, José Mujica, por ejemplo. Un mosco que le cayó a la leche del acostumbrado acartonamiento presidencial del hemisferio (y el mundo), que a pesar del folclorismo de los suéteres de lana de Evo, las camisas bordadas de Correa, las guayaberas XXL de Maduro, las sudaderas sudadas de Fidel, las sobredosis de bótox de la Kirchner y, para no alargar la lista, los boxers azules de Santos —pinceladas variopintas de la exuberancia latina—, sigue siendo prefabricado y poco convincente. Tal vez porque, más allá de la pinta, los que la lucen poco se salen del libreto. Nada muy novedoso puede esperarse de ellos.
Podía esperarse —en pasado, preciso—, porque el día en que, contra todos los pronósticos, un exintegrante de los tupamaros (banda musical, no; grupo guerrillero) fue elegido para gobernar a Uruguay en noviembre de 2009, la rutina cambió. Sin necesidad de pisar fuerte, ni de hablar alto, ni de cambiar el fondo de armario, ni de acomodar sus convicciones al nuevo estatus, el Pepe Mujica —“un veterano, un viejo que tiene unos cuantos años de cárcel, de tiros en el lomo, un tipo que se ha equivocado mucho, como su generación, medio terco, porfiado, y que trata hasta donde puede de ser coherente con lo que piensa, todos los días del año y todos los años de la vida”, en sus propias palabras— se ha hecho sentir, se ha hecho escuchar, se ha hecho respetar. Y, lo más difícil, se ha hecho admirar. Porque —independiente de que sus iniciativas gusten más o menos, según las encuestas— carece de lo que le sobra a la generalidad de los políticos: arrogancia, oportunismo, mesianismo, lagartería, intereses particulares…, y abunda en lo que le falta: coherencia, honestidad, austeridad, filosofía de vida, respeto a los demás…
Al alcance de la mano están las evidencias: entrevistas que ha concedido a medios de varios países y discursos que ha pronunciado en escenarios como la ONU, la cumbre de Río, la reunión de la Celac, etcétera. Estas frases suyas, escogidas al azar, sirven de muestra: “Es posible un mundo con una humanidad mejor. Tal vez hoy la primera tarea sea salvar la vida”/ “La economía sucia, el narcotráfico, la estafa, el fraude, la corrupción, son plagas contemporáneas cobijadas por ese antivalor que sostiene que somos felices si nos enriquecemos sea como sea”/ "Prometemos una vida de derroche y despilfarro, que en el fondo constituye una cuenta regresiva contra la naturaleza y contra la humanidad como futuro”/ “Tenemos una civilización contra la sencillez, la sobriedad, contra todos los ciclos naturales. Pero peor, una civilización contra la libertad que supone tener tiempo para vivir las relaciones humanas, lo único trascendente: amor, amistad, aventuras, solidaridad, familia”/ “Arrasamos las selvas, las selvas verdaderas, e implantamos selvas anónimas de cemento”/ “Hay que movilizar las grandes economías no para crear descartables con obsolescencia calculada, sino bienes útiles, sin frivolidades, para ayudar a levantar a los más pobres del mundo”/ “La historia de la humanidad la cambian solo los pueblos, sin embargo los dirigentes tenemos corresponsabilidad”/ “Si seguimos pensando como integrantes de una clase social o como ciudadanos de un país, antes que como especie, la civilización está condenada”.
Probablemente no está descubriendo el agua tibia con tales reflexiones; está intentando repartirla, al menos, con el solo hecho de desempolvar el escaso “pienso, luego existo” de Descartes.
Pero, más allá de sus palabras, el “viejito” —como suelen llamarlo de manera despectiva colegas y reporteros—, ha conseguido ejercer el mandato más “moderno, audaz y liberal” (The Economist) del mundo, en este momento. Y no solo por cuenta de sus polémicas políticas de desmontar el prohibicionismo en la lucha contra la droga, aprobar el matrimonio entre parejas del mismo sexo y despenalizar el aborto. También, y por sobre todo, por sus políticas de bienestar.
COPETE DE CREMA: Esta frase, memorable: “Uno no tiene derecho a sacrificar la vida de una generación en nombre de una utopía”. Quisiera ver la cara de los hermanos Castro (dúo musical, no; dictadores caribeños). No le guarda agua en la boca a nadie, me encanta. ¡Que me muero por el Pepe!