Tras el secuestro por las Farc del sargento Pablo Emilio Moncayo y su retención prolongada, su padre, el profesor Gustavo Moncayo, inicia una de las protestas más significativas de la historia colombiana. Desde su natal Sandoná anuncia un periplo hasta la capital de la República.
En su recorrido, cubierto de cadenas y en permanente contacto con las víctimas de la violencia, genera un movimiento de protesta contra el grupo alzado en armas y el Estado colombiano.
A su marcha se unen cientos y miles de colombianos, simpatizantes y seguidores de su causa, solidarios con su dolor y en permanente fraternidad con su deseo de una liberación de su hijo.
Moncayo recorre varios departamentos a pie. Encadenado y con profundos signos de cansancio que no le impiden continuar con su misión de padre y víctima de un conflicto armado. Los medios, de comunicación lo asedian, los periodistas lo siguen y la opinión pública hace suyo ese lamento de un padre que busca por todos los medios la liberación de su hijo.
La llegada de Moncayo a Bogotá es apoteósica. Líderes de toda Colombia lo esperan con gritos, consignas y banderas blancas. El profe Mocayo pronuncia un discurso sentido y en un verdadero llamado a la paz. Su actitud obliga al gobierno nacional y a los partidos políticos a dar un vuelco a los diálogos de paz.
Logra su cometido y su su voz se vuelve una oración, su figura un símbolo y su presencia la imagen de la misma paz. Moncayo recorre el mundo llevando su mensaje, ofreciendo su testimonio, siendo una plegaria en el deseo de alcanzar en Colombia esa paz tan esquiva y anhelada.
Hoy sus pasos terminan su recorrido. Muere víctima de un cáncer terminal. Colombia entera llora a este sencillo profesor que se levantó para impetrar paz en Colombia y respeto por la vida misma.
Tuve la fortuna de acompañar a Moncayo en su recorrido, mirar el fervor y la devoción de la gente ante su sola presencia, su voz sencilla y serena cobijaba a los presentes como un manto de esperanza y fe. Se acercaban a ofrecerle su dolor, a buscar consuelo en sus manos y a tocar las pesadas cadenas que rodeaban su humanidad. Parecía invencible, imbatible, un superhéroe que no se amilanaba ante la presencia de enemigos o contradictores.
Cada paso se sentía en cada rincón de Colombia, en los hogares de las cientos y miles de víctimas que anhelaban la liberación de uno de sus seres queridos. Que se morían lentamente en las selvas y bosques, encadenados y silentes ante la complicidad de un Estado que poco o nada hacia por buscar su liberación. Fue Moncayo esa catarsis de luz y esperanza que se encendió en el pueblo colombiano.
Sus pasos descansan, su espíritu también. Moncayo fue un colombiano que no se resignó al dolor y las cadenas de su hijo, las hizo suyas, se desprendió de su libertad para ser el mismo un reo de injusticia y vergüenza mundial.
Paz en su tumba. Su camino ya se hizo justicia y paz.