Estamos en presencia de una avalancha de partidos, en los cuales se escampan quienes suponen que van a ser rechazados si aparecen en las listas de los partidos tradicionales, les queda algo de dignidad o en su partido tradicional les negaron el aval y en el nuevo partido “sí me dieron el aval”, como me respondió alguien a quien le pregunté el porqué de su cambio de partido. Asi, Aico, Colombia Renaciente, Mais, Colombia Humana, Cambio Radical, Partido Verde, Centro Democrático, etcétera, pretenden apartarse de los tradicionales partidos Conservador, Liberal, Comunista, Unión Patriótica, M-19.
He preguntado a varios militantes de los nuevos partidos acerca de sus divergencias con los partidos conocidos como tradicionales, de su programa político, de su ideología específica y ninguna o muy pobres son sus explicaciones. Más parece que quieren seguir el camino trazado por los politiqueros de antes, sus prácticas clientelistas y corruptas, pero bajo un nuevo logo, una nueva bandera, con el objetivo de despistar al electorado. No encuentro diferencias conceptuales de fondo entre un militante de Cambio Radical y un Liberal, entre uno del M-19 y un progresista de Colombia Humana, entre uno del Centro Democrático y el Conservador más fundamentalista.
En el estercolero en que está convertido el país, a todo individuo con ínfulas de líder le da por fundar su propio partido o movimiento, sin que ello implique cambio intelectual, ideológico, filosófico o político. Suele ser el resultado de rencillas en la dirección de los partidos, de envidias en el pináculo partidista, de desequilibrios en el reparto de los contratos y mermeladas. En todo caso, con la desaparición de la moral pública y de la ética, la mayoría de los aspirantes a cargos públicos de cualquier rango sólo quieren volverse ricos de la noche a la mañana a través del erario y del poder estatal.
Ya casi nadie conoce los programas partidarios: cómo debe administrarse la hacienda pública, cuáles son los proyectos para mejorar la educación, la salud, los servicios públicos domiciliarios, cómo contribuir a mejorar la situación medioambiental, cuáles son las obras públicas fundamentales y cómo se van a construir, cómo se van a crear fuentes de empleo, cómo se va a garantizar el pleno disfrute de los derechos humanos a todos los habitantes de su jurisdicción, cómo recuperar los dineros en poder de los corruptos y cómo se va a judicializar a estos bandidos, cómo se va a realizar la urgente reforma agraria, se va a promover o no una necesaria nueva Constitución. Por lo regular las ofertas preelectorales se limitan a ideas nebulosas, generales, utópicas, a veces muy distantes de la realidad. Muchos de los actuales candidatos basan su discurso en el exterminio de la corrupción mientras en su interior están planificando la forma adecuada como ellos la harán.
La credibilidad en los políticos se ha venido al suelo, pues con idéntico discurso llegaron sus antecesores al poder. Caras jóvenes hay bastantes, pero cuál es su hoja de vida, su parentela, sus intereses personales, sus antecedentes públicos. Un nuevo elemento ha llegado a enrarecer el panorama, la militancia religiosa, la cual se utiliza para atraer votantes en nombre de seres celestiales, más peligrosos que los de carne y hueso que han cometido las fechorías que dicen van a erradicar. Basta con dos ejemplos: el triunfo del no al acuerdo de paz con las Farc y la elección de los nefastos actuales presidentes de Colombia y Brasil. Y aquí tenemos de nuevo el contubernio entre el Mira y el terrorífico fascista Centro Demoníaco. La ultraderecha no se detiene en su propósito de apoderarse del planeta.
Vemos, además, una mezcolanza de partidos, opuestos entre sí, apoyando a ciertos candidatos con pésimos antecedentes. Es urgente fortalecer ideológica y programáticamente todos los partidos políticos si queremos salir a la palestra a confrontar ideas y programas y no a comparar personas aparecidas a última hora, necesitados de empleo o aspirantes a seguir el perverso ejemplo de sus antecesores.