Un país medianamente decente le hubiera dado el carácter de “tragedia absoluta” al derrame de petróleo en Barrancabermeja. Apenas conocido el hecho debió ser el foco de atención de todos los noticieros y medios, pero al parecer eran más importante los ataques personales entre los candidatos a la presidencia en el debate en la Universidad de Columbia y por supuesto, la victoria de la selección Colombia sobre Francia.
El gobierno debió de inmediato hacer un pronunciamiento formal al respecto y decretar el estado de excepción por calamidad ecológica, pero el hecho pareció no tener la suficiente importancia. O quizás la tenía, pero decidieron deliberadamente no dársela, por razón de conveniencia. Solo cuando pasaron los días y la noticia adquirió un cierto alcance se ejercieron ciertas medidas.
Lo ocurrido es tan grave que debió generar renuncias por parte de funcionarios del gobierno y de la administración local con alguna relación con lo sucedido. Es decir, se debió pagar un alto costo político.
El hecho debió generar una reacción social como la que produjo lo sucedido con la niña Yuliana Samboní, pero por lo visto en los medios y en las redes sociales solo para un reducido número de personas, la mayoría ambientalistas, el hecho posee verdadera importancia.
Cuando algo como lo de Barrancabermeja ocurre son cientos de especies de animales y de plantas los que resultan afectados, y normalmente las consecuencias son irreversibles. Los efectos se prolongan por años. Si mucho se pueden realizar medidas para mitigarlos.
Pero ocurre que, históricamente, como nación no ha existido nunca un auténtico vínculo con nuestro territorio y esa es probablemente la razón para que la noticia no tenga la importancia que merece.
Cuando las comunidades indígenas habitaban el territorio que hoy nosotros habitamos ese vínculo existía. Había una relación incluso mística entre esos pueblos aborígenes y el suelo que les daba de comer y de beber. La naturaleza tenía un carácter sagrado.
Pero cuando los españoles llegaron a América, en la realización de su proceso de conquista y colonización, esas costumbres fueron desconocidas y borradas. La tierra pasó a ser importante sólo en función de la cantidad de riquezas materiales como el oro que podían extraerle. No tenía ningún valor en sí misma.
Con la aparición de las ideas capitalistas, que hoy gobiernan en la mayoría de países de occidente, ese concepto de la tierra se mantuvo. Siguió entendiéndose como un medio para la consecución de recursos que generan riquezas, y no como un fin en sí misma. Esta noción se vio fortalecida por ideas provenientes de otras ramas del conocimiento como la filosofía. Ya en Hegel aparece la noción de los objetos naturales como cosas que no existen para el hombre, y que por ende el ser humano está legitimado para su apropiación.
En las últimas décadas, ante los efectos visibles del cambio climático, se ha desarrollado una creciente preocupación por la conservación del medio ambiente. Cientos de personas en todo el mundo han lanzado una voz de alarma sobre la necesidad de tomar cartas en el asunto. Los movimientos verdes en todo el mundo cada vez toman una mayor fuerza social y política.
Algunas naciones del mundo han entendido esa importancia de la preocupación por sus territorios. Lo que ha llevado a que se promulguen leyes para asegurar su conservación. Tenemos, por ejemplo, el caso de Ecuador, cuya constitución le reconoce un catálogo de derechos a la naturaleza, a la que se denomina “pachamama” (y que se traduce como madre tierra). En Nueva Zelanda a un río se le reconoció personería jurídica por su importancia para determinada comunidad.
Y es que parece que se nos olvida que la naturaleza es nuestro hogar. Que nos provee los medios necesarios para nuestra supervivencia. Que sin ella nuestra especie estaría condenada a la extinción. Mientras que sin nosotros la naturaleza podría seguir existiendo y desarrollándose, y lo haría de manera incluso más sencilla.
Somos uno de los países más afortunados en materia de biodiversidad. Y paradójicamente, uno de los que menos es consciente de la importancia de su conservación. Eso lo demuestra la no suficiente importancia que le hemos dado a lo ocurrido con el derrame de petróleo en Barrancabermeja. Además de lo que día a día sucede en nuestros bosques y ríos: la realización de minería extractiva que desgasta nuestros ecosistemas.
Solo el día que seamos conscientes de lo afortunados que somos como nación de poseer semejantes milagros naturales y le otorguemos por tanto el valor que merece tendremos el derecho de afirmar que somos un país medianamente civilizado.