Dentro de un año serán las elecciones de autoridades locales (gobernadores, alcaldes, diputados y concejales), ojalá que la ciudadanía no admita ni elija a mercenarios o paracaidistas de la democracia.
En la antigua China 🇨🇳 a todos aquellos que habrían de ocupar cargos públicos los empezaban a formar desde los 4 años de edad; se tenía que pasar por pruebas eliminatorias, que incluían exámenes en una especie de celdas, vigilados las 24 horas por guardias armados; solo uno entre cada 3000 aspirantes lograrían aprobar ese escrutinio tan riguroso. Así lo hicieron durante trece siglos; fue un método eficaz para depurar su sistema político; ellos comprendieron desde el principio que un cargo público no es un trofeo ni un botín, sino una responsabilidad enorme en la que no podrían encontrar cabida los advenedizos.
Tal vez en esta época resulte extremo pensar la posibilidad de un proceso tan drástico para alcanzar una posición pública; no sería partidario tampoco de exigir un mínimo académico para ser alcalde o gobernador, pero si al menos una formación básica en democracia y administración pública, pues hay que decirlo, algunos de los investidos con dichas dignidades, incurren en despropósitos que seríamos generosos si los calificamos solamente como vergonzantes.
El timón no puede entregarse a cualquiera, el éxito o fracaso de las sociedades está en la altura de sus gobernantes, el desarrollo de los pueblos se determina inexorablemente por la capacidad de sus dirigentes; administrar lo público no es cosa menor; pues cuando lo eligen el ciudadano común, se convierte en guardián de los derechos y libertades de todos los asociados.
Qué bueno sería que ese último domingo de octubre de 2023 el elector honre con su voto a personajes de los que después se pueda sentir orgulloso; sometan a los políticos políticos al estricto examen, y que demuestren; como bien lo reseña la escritora española Irene Vallejo, que ellos tienen “la voluntad del dragón, la fuerza de la mula, la insensibilidad de la carcoma y la resistencia del camello”; pues un voto es casi que un contrato que tiene como cláusula primigenia la fidelidad entre gobernante y gobernado. ¡No vendan su voto! La plata de la que presumen ciertos candidatos seguramente no les alcanzará para comprar lo que se necesita para gerenciar, que es precisamente razón e inteligencia.