Las fotografías de decenas de muertos de la Unión Patriótica invadieron la carrera séptima. El verde y amarillo del partido político de la senadora Aida Avella le recordaba a los mirones y curiosos desde los locales comerciales que en este país un movimiento fue exterminado por ser de izquierda, por acercarse a la guerrilla, por ser campesino. Sin embargo, 30 años han pasado desde aquel baño de sangre político. Unos 200 metros más adelante, entrando por la casa de Llorente y el Palacio de Justicia, las banderas de la FARC se ondeaban fervorosas y aplaudidas por los marchantes. Sí, la gente salió en defensa de la paz, y esa paz, golpeada y torpedeada, ya estaba haciendo presencia en la Plaza de Bolívar.
Era la hora del Sí. La decisión del presidente Iván Duque de objetar en seis puntos la ley estatutaria de la JEP había volcado a la gente nuevamente a las calles. La oposición encontró una excusa perfecta para hacer un llamado a sus seguidores, ansiosos de una nueva marcha que les midiera las fuerzas y el pulso político. Tras la réplica a la alocución presidencial, todas las miradas estaban puestas en este día y en qué tanta fuerza tenía los movimientos alternativos de volver a convocar a la gente en una nueva manifestación.
No recuerdo haber estado tantas veces seguidas en una marcha rumbo hacia el centro de Bogotá en unos cuantos pocos meses, observando, preguntando, detallando cada cartel trazado con rabia y pasión rojiza: "No a la guerra de Uribe Duque", era la consigna qué tanto se repetía. Estudiantes, profesores, trabajadores sindicales, nuevamente estudiantes, políticos, campesinos, artistas, mujeres, víctimas... El gobierno, empecinado en unir al país con decisiones con las que solo la mitad del país se siente identificado, ha tenido que enfrentar la furia de los ciudadanos opositores, esos que casi les arrebatan el poder a las fuerzas tradicionales hace unos cuantos meses.
La música de los tambores retumbó por toda la carrera séptima, y los jóvenes tomaron la batuta de la marcha en defensa de la JEP. Al unísono, el grito "sí a la paz, sí a la JEP" llenó la boca hasta de los típicos transeúntes afanados del centro capitalino, preocupados constantemente por el tráfico y el desquiciante transporte público.
Sin embargo, el furioso río de personas se apaciguó en su desembocadura en la Plaza de Bolívar. Ya no parecían miles y miles de personas, sino pequeños reductos políticos, grupos de jóvenes agarrados a sus pancartas opacados por la Catedral Primada, el Palacio de Justicia, el Palacio de Liévano y el Congreso de la República; los poderes estatales vigilaban ansiosos la Marcha en Defensa de la JEP. Los vacíos eran evidentes, y aunque desde la tarima la voz de una mujer acompañada por la música intentaba entusiasmar a los cautos, asegurándoles que ahí, en el centro de Bogotá, no cabía una persona más, bastaba con darle una mirada a la plaza para saber que no había sido suficiente.
Los líderes políticos estuvieron presentes. Petro, Goebertus, Mockus, Pizarro, Antonio Lozada, Pablo Catatumbo, Ángela María Robledo hicieron presencia, pero cada uno por su lado, con sus grupitos incapaces de mezclarse por un momento, sin estrechar las manos, con los egos alborotados y cuidadosos de no cruzarse para no pasar un momento incómodo frente a las cámaras, que los observaron en cada momento. Una sorpresa devolvió el entusiasmo: la minga indígena, que tiene bloqueado al departamento del Cauca, estaba de visita en Bogotá. La bandera verde y roja fue agitada con fuerza por los representantes de la guardia, que tuvieron su lugar reservado en el centro de la multitud. Sin embargo, una plaza apenas a la mitad, se apagó luego del juramento en defensa de la paz.
¿Quién tenía la responsabilidad de convocar masivamente a la gente? De un lado, el petrismo se citó en la Plaza de las Nieves para iniciar el recorrido, unas seis cuadras más al sur del planetario de Bogotá, donde los verdes y el Polo levantaron sus banderas para unirse a la manifestación. Pero creyeron que la réplica encabezada por Juanita Goebertus, que hizo el llamado para el 18 de marzo, iba a ser suficiente.
Las pancartas fueron guardadas al final de la noche, los jóvenes encendieron sus linternas blancas exigiendo respeto al Tribunal de Paz, que sigue funcionando a pesar de no tener un marco jurídico que lo regule y lo deja a su propia merced. Una nueva fecha fue puesta sobre la mesa: el 2 de abril se volverán a ver las caras frente al Congreso, intentando intimidarlo para que no le dé vía libre a las objeciones a la JEP, mientras tanto, las linternas, volverán a ser guardadas, esperando iluminar con más fuerza, exigiendo el llamado el llamado de sus líderes.