La falta de un proyecto de nación y Estado propio y original representa la mayor irresponsabilidad histórica de la élite que usurpa el poder desde la disolución del Ejército Libertador. Esa élite se dedicó a copiar modelos, a buscar amos que le ayudaran a acumular y conservar sus privilegios, de ahí que naciéramos sin identidad propia, sin saber quiénes somos. Y, sin saber quiénes somos, menos sabríamos a dónde ir, condenándonos a la inmovilidad, subordinación y, por consiguiente, al atraso.
Entonces, la lucha histórica en el seno de nuestra sociedad es cultural por excelencia y en esencia: ha sido la lucha por poner en su lugar cada uno de los elementos que nos componen, para descubrir nuestro ADN, buscando encontrar la armonía necesaria para emprender nuestro propio camino trazado ya no por una minoría, sino por la inmensa mayoría nacional.
Esa lucha histórica se expresa con gran algidez a través de los sucesos de noviembre y diciembre, encerrando en sí dos polos contrarios, el que pugna por despojarse del tutor foráneo para ser libre y el que insiste en mantenerlo como amo, lo que también puede expresarse en términos de lo nuevo contra lo viejo, la patria libre que surge y la neocolonia que agoniza. Es la metamorfosis dolorosa de la sociedad, a través de la cual adquirirá las alas para echarse a volar.
Los dos grandes polos revisten a su interior matices, por eso dentro de ellos se libran también debates por sobreponer cada visión. Quienes están por mantener el pasado de tinieblas y sumisión, terminarán por implosionar; pero, quienes verdaderamente auspician el porvenir, deben conciliar esas contradicciones para avanzar: al fin y al cabo, el universo (dentro de él la sociedad) es la mutación constante derivada del desenlace creador de luchas permanentes.
La pugna entre los polos opuestos se está desenvolviendo en la medida que las tendencias progresistas y revolucionarias van inclinando la balanza hacia la civilidad y el humanismo, venciendo poco a poco (también pudiese ser de un solo golpe), a las fuerzas proclives al pasado, a la barbarie y el sometimiento.
Lo que dejan ver las jornadas recientes de movilización es que Colombia está en esa búsqueda de su propio ser y se apresta al futuro construyendo democracia y soberanía nacional.
De su éxito depende la vida de muchos, porque un día de servidumbre, un día de oscurantismo, equivale a muchas vidas, sufrimiento y desolación. Por eso, quienes hagan conciencia de nuestra historia, de su devenir y contradicciones, tendrán el imperativo moral de vencer lo viejo.
El desarrollo de los acontecimientos irá encubando la dirigencia apta para conducir el carro de la historia, esta surgirá del seno de la movilización del pueblo cuando se generen las condiciones para ello [1]. No será antes.
Esta dirigencia debe tener la sensibilidad necesaria para caracterizar con acierto los diferentes actores, sopesar las posibilidades propias y del adversario, así como medir en su justa proporción los movimientos que ellas permitan. Pero, sobre todo, debe tener la aptitud necesaria para comunicar efectivamente.
La algidez con que se exprese esta disputa irá escalando. Las multitudes irán ejerciendo la violencia en la medida que sea necesaria, irán aprendiendo a confrontar, adquiriendo experiencia como forma de aprendizaje natural producto del desarrollo del proceso político-social, como lo enseñan los acontecimientos recientes en Chile y otras latitudes.
No se puede forzar el ejercicio de la violencia. Si se pretende forzarlo o imponerlo en un momento inadecuado, se corre el riesgo de generar trastornos al interior de la sociedad, lo que puede generar efectos contrarios y desafectos hacia quienes ejercen esa violencia de manera aislada. De eso tenemos experiencia en este país.
Por supuesto, la reacción usará la violencia en cualquier momento, porque en todo caso su tiempo está agotándose, haga lo que haga, “bueno” o malo, solo acrecentará el ritmo de su derrota. Pero, no ocurre así respecto a quienes propugnan por el progreso, porque un error o mal cálculo de su parte trae consigo demoras y aplazamientos, con los costos que ya se señalaron.
La sociedad colombiana se sacude, está en movimiento autodescubriéndose, procurando liberarse del entramado que la ataja y mantiene atada a lo pretérito. Saber leer ese movimiento constituye un arte, dada la sensibilidad que requiere. De la capacidad para acertar dependen las posibilidades de avanzar y trazar un camino propio.
La historia es un proceso vivo. Los hechos recientes lo demuestran. También está viva nuestra sociedad, a veces con mayor o menor movimiento, pero viva al fin y al cabo.
[1] “En sus viajes y aventuras (Humbolt) no solo había arriesgado la vida (…) también había observado costumbres e intercambiado opiniones con americanos de todos los estratos. De todo ello sacó una conclusión: estos pueblos estaban maduros para la independencia. “Lo que no veo —añadió en tal ocasión—, es al hombre que sea capaz de llevar adelante tan alto designio”. A lo que Bonpland (colega y contertulio del prusiano) observó: “Las mismas revoluciones producen grandes hombres dignos de realizarlas”. Diario El Comercio, 29 de mayo de 2011.