La movilización por la defensa de la universidad pública ha dado muestras de que cuando se quiere avanzar en colectivo para recuperar garantías y derechos o conquistar nuevos se puede. En pocos días ya hay frutos importantes, hay atención de la sociedad colombiana y del conjunto de organizaciones sociales, el tema es noticia y motivo de preocupación. El gobierno entre la displicencia y solapadas actuaciones ya prometió escasos pero importantes recursos para atender las urgencias próximas y los gobernadores asumieron otro aporte, aunque sumado todo no supera la quinta parte de lo requerido.
La regla y conducta social de la movilización ha sido la de “unir en lo que une” y el núcleo es la defensa de la universidad pública colombiana, para impedir la muerte anunciada de su existencia pública, laica, plural y democrática y convertirla de manera radical y definitiva en una empresa más del Estado, atendida con mecanismos de gestión privada y gobernada por gerentes y asociados. La movilización nacional está compuesta por una compleja trama de movilizaciones locales, que marcan su fortaleza para resolver los problemas del conjunto y de cada una de las 32 universidades del sistema público y de las otras 50 instituciones técnicas y tecnológicas con iguales dificultades.
La movilización no es ajena a la dinámica social del país, es solo una de sus partes. Colombia es un país ampliamente desigual, que firmó la paz, pero su implementación está llena de obstáculos y barreras, que ya prevén incluso la entrada de la Corte Penal Internacional ante una presumible maraña de impunidades a terceros y militares que actuaron con barbarie. El péndulo de guerra regional y la paz nacional es producto de conflictos no resueltos como la inequitativa distribución de la tierra, la barbarie de los despojadores, la exclusión política de toda tercera fuerza distinta al bipartidismo liberal-conservador (asentado en el poder del Estado hace 200 años), los miedos y amenazas presentes que evocan todo el tiempo el levantamiento comunero de 1781 contra los elevados tributos y el mal gobierno, y el desprecio de las élites contra el resto de la población, a la que solo entiende como subalterna y humillada y se niega a verla educada, próspera y libre. A eso se suma la creación ficticia de una clase media, que sin serlo, es atacada como si lo fuera, con impuestos y créditos personales impagables, desempleo del trabajo calificado y quiebra de pequeñas y medianas empresas atacadas por los tratados de libre comercio.
Todos estos aspectos impiden diferenciar con claridad las causas y las consecuencias. Esto es aprovechado por las élites para mantener una confusión permanente, que le facilita mantenerse en pie firme y sólida, a pesar de sus fisuras y debilidades, que sabe superar muy bien con nuevas medidas de poder, caracterizadas porque cada una es peor que la anterior y cuando se queda sin salida hace uso de verdades a medias, cortinas de humo o uso intensivo y desmedido de la fuerza policial o militar.
La movilización universitaria ha sabido moverse entre todas estas dificultades y mezclar transversalmente el contenido de su lucha que incorpora partes de distintas demandas como la precariedad laboral del profesorado y trabajadores, la ineficiencia del sistema de salud, el endeudamiento de jóvenes para pagar sus estudios y otros factores propios del contenido del derecho a la educación. También ha sabido salirle al paso a tiempo y con prudencia a la espontaneidad y modular la velocidad de la negociación con el gobierno, propenso a minar, crear fisuras, desgastar e interrumpir el ímpetu y capacidad del movimiento, del que desconfía porque puede generarle complicaciones de fondo a su gobernabilidad y credibilidad, en un momento en que el presidente no logra asentar su poder, mantener las alianzas de sus asociadas clientelas, ni obtener la aceptación que necesita para gobernar, a lo que suma la incidencia de los pasos en falso del partido de gobierno, que aparece escuálido, incoherente, arbitrario y arrogante en su lenguaje frente a quienes se niegan a aceptar sus deseos.
La movilización universitaria es jalonada con total legitimidad por los estudiantes, en eso basan su potencia, en la legitimidad del movimiento y justeza de su causa. Y aunque empieza la entrada del fin de año su capacidad es de largo aliento y sabrá sortear esta coyuntura. La clase social beneficiaria de la universidad pública empieza también a hacer conciencia y a comprender que está en juego no la salvación del semestre académico, sino la de la universidad como concepto, símbolo, institución y base material del derecho a la educación de la clase social —que ni hace parte del poder del Estado, ni es tenida en cuenta para construir la democracia y sus instituciones—.
La movilización universitaria es conducida por jóvenes cuyos modos de acción pacífica y alegre mezclan lo viejo con lo nuevo, la pancarta tradicional con la besatón y la poesía, la arenga del "pueblo unido jamás será vencido" con los cánticos de repudio al patriarcalismo y al machismo. La vanguardia es colectiva, junta militancias múltiples con independientes comprometidos. El profesorado va a su lado y espera poner sobre la mesa las otras demandas que falta tramitar. La conclusión es que es un movimiento joven, independiente, democrático y democratizador, que permanece en situación de paro nacional, conducido por una amplia delegación de estudiantes que conforma la Mesa Nacional que funciona en Bogotá y Mesas Locales en cada universidad regional. Hay dinámicas que incluyen aulas abiertas en las calles, observaciones, deportes, música, danza, cine, ayunos, marchas permanentes, plantones y diversas actividades festivas para anunciar que algo pasa y es de fondo para recomponer el sistema de educación universitaria pública.