En medio de la dramática sequía que afectó a los embalses que abastecen a Bogotá y sus alrededores, los cortes de agua se convirtieron en el pan de cada día. Sin embargo, los efectos de esta medida necesaria van más allá de la simple falta de agua. En las propiedades horizontales, los cortes han desencadenado una serie de eventos tan absurdos como preocupantes.
Imagina esto: Es un fin de semana, y es el conjunto donde viven mis padres, el agua finalmente regresaria ese dia a las 8 de la mañana de ese domingo, y la comunidad entera suspira aliviada... hasta que se dan cuenta de que las motobombas no funcionan. Allí, en la penumbra de la sala de máquinas, vigilantes nada expertos en el manejo de tuberías se quitan la camisa y, bajo la luz intermitente de una linterna, intentan arreglar lo inarreglable. El técnico especializado no llega ni llegara; es domingo, después de todo.
La angustia de cada corte
Este no es un caso aislado. En mi conjunto, ubicado en Mosquera y que comparte el corte de agua con Fontibón, la situación no es muy diferente. Los primeros cortes pasaron sin mayores contratiempos, pero con el tiempo, cada vez que iba al parqueadero, comencé a notar algo inquietante: la motobomba sonaba diferente, y el cuarto donde está instalada irradiaba un calor poco usual a la distancia.
Al principio, los cortes de agua duraban un día, pero luego se extendieron a dos y hasta tres dias. ¿El motivo? Daños en las motobombas, que parecían multiplicarse con cada nueva interrupción del servicio. Una camioneta con técnicos especializados se convirtió en una vista diaria en el conjunto, mientras los problemas se acumulaban. Primero, se reventaron las tuberías principales; luego, el registro de mi ducha se estallo, y el plomero, perplejo, mencionó que una presión inusualmente fuerte había sido la causa. Ahora, las tuberías cercanas al contador de agua también se están rompiendo, y cada corte se convierte en una fuente de ansiedad colectiva.
La tragicomedia de la desesperación
Mientras tanto, los vecinos, con bolsas de agua en mano, hacen fila en la tienda del conjunto, y el tema de conversación no puede ser otro que el agua. O, más bien, la falta de ella. La desesperación crece con cada día sin agua, y cada intento fallido de los vigilantes por arreglar las motobombas añade un toque tragicómico a la situación. Al final, lo único que se puede hacer es esperar, con la esperanza de que el próximo corte no traiga consigo un nuevo desastre.
Esta crónica no sería completa sin un llamado a la acción. Administradores de propiedades horizontales, es hora de tomarse en serio el mantenimiento de las motobombas y las tuberías. No dejen que vigilantes, por muy bien intencionados que sean, manipulen equipos que no están capacitados para manejar. Inviertan en un mantenimiento preventivo adecuado, porque cada vez que se va el agua, no solo se interrumpe la vida cotidiana, sino que se pone en riesgo la infraestructura del conjunto.
Que la próxima vez que corte el agua, la angustia no se apodere de todos, sino que sea un simple inconveniente, manejado por profesionales y con la confianza de que, cuando vuelva, todo funcionará como debe ser. La sequía puede estar fuera de nuestro control, pero el cuidado de nuestras motobombas y tuberías no debería estarlo.