Por mucho tiempo se me rebosó la boca de saliva con la estrategia de Renault (<<llévatelo sin pagar nada, y cámbialo por otro nuevo, tan solo un año después de la compra>>). Me parecía idílico que pudiéramos pensar en desechar un carro con olor a nuevo, y cambiarlo por otro más coqueto sin hacer ningún esfuerzo. Infortunadamente los pseudoambientalistas le han hecho la vida imposible a esa valiosa y responsable compañía, que porque supuestamente estimula la compra innecesaria de carros, en unas ciudades donde ya no cabe ni un solo vehículo. ¡Que falta de visión la de esos muchachitos científicos!
Afortunadamente, ahora aparece una verdadera oferta; una promoción tan saludable, que ni los pseudoambientalistas vegetarianos podrán atacar. La visión sin límites propia de los grandes emprendedores paisas, la potente capacidad intelectual de nuestras lideresas bilingües, ha logrado crear el perfecto mecanismo para sacar a Colombia de este atraso miserable: el centro comercial San Burrando Plaza empieza a repartir motos gratis a cada uno de los compatriotas valerosos que tengan la entereza, la firmeza, el tesón, de entregar su bicicleta a cambio; de desarmar su movilidad construida sobre esas dos rueditas tímidas.
¡Así es! ¡Una moto gratis! Una moto elegantemente manufacturada en la India, de componentes chinos, y con mano de obra internacional. La moto se entrega directamente en el mismo San Burrando Plaza, y el único requisito (además de deshacerse de su aparato de velocidad humana), es que la persona prometa, con la mano sobre el recibo de la primera tanqueada, que ya cuenta con nociones básicas de conducción de moto, y que jamás volverá a empuñar ese vehículo de pobres que es la cicla; ¡bravo!
Yo seré el primero en esa fila. Cuando me enteré, inmediatamente saqué mi bicicleta del garaje y la amarré a un poste de luz al frente de San Burrando. No la pude dejar adentro, porque el único cicloparqueadero que tienen allí, se trata de una pequeña reja incómoda, en la esquina más apartada de la caverna en el colosal parqueadero de carros, y para llegar hasta allá, me tocaría atravesar la nube negra de material particulado que usualmente adorna los sótanos cerrados.
Eso sí, no me demoré mucho sin meterme en un problemita que ahora debo encarar. Ya lleva dos días Matilda preguntándome por mi bicicleta, y creo que algo se huele. Yo hago lo posible por no preguntarle nada, trato de no cruzar miradas con ella durante el batido verde de la mañana. Pero ella insiste que durante toda su práctica de yoga, su mente continuamente la lleva de vuelta a pensar en mi bicicleta. ¡Que vaina con esas pseudoyoginis pseudoiluminadas!
Lo más grave no es que se entere de que me desmovilizaré por completo del ‘equipo bicicleto’. Lo más grave es que ella se ha convertido en una de esas inmmables evangelizadoras urbanas, e insiste —en cuanta reunión social llega— en que la alta dependencia al carro y la moto en nuestras ciudades, es la mayor amenaza a la salud pública de este país. Exagerada, como solo lo puede ser una persona alérgica a las botellas plásticas y los vasos de icopor, Matilda no se achanta gritando que en Colombia se muere más gente a causa de la combinación letal entre (1) los accidentes viales (donde haya implicada una moto), (2) las enfermedades pulmonares obstructivas crónicas, y (3) las enfermedades cardiovasculares relacionadas con la contaminación del aire por los vehículos motorizados, que del total de acciones relacionadas con el conflicto armado.
Pero como yo no soy bobito, ya tengo mi estrategia de defensa diseñada. Inspirada en el honorable Congreso de Colombia, simplemente negaré y negaré, para después volver a negar. Puede parecer una estrategia complicada, pero está demostrado que su efectividad es absoluta. Ya la aplicó la exsenadora Wilches al desaparecer el sanitario y el lavamanos de su antigua oficina. Al final, nadie la siguió molestando. Y mejor aún, ya funcionó para las 31 armas que se perdieron la semana pasada. No me refiero a navajitas de publicidad comercial, me refiero a 16 revólveres, 13 pistolas, y 2 bellas escopetas dignas de un “duelo entre caballeros”, que hacen parte del inventario de la entidad, y que ahora ya no aparecen. ¿La estrategia de negación iterativa funcionó? Claro que sí, siempre funciona, porque en aras del progreso, todo es posible en San Burrando de Macondo.