Hace un año, exactamente el 10 de julio de 2017, Haider Al-Abadi, primer ministro iraquí, declaró la victoria en la Batalla de Mosul. Por tres años esta ciudad, que es la segunda más importante de Irak, fue controlada por el autoproclamado Estado Islámico (Daesh) y fue allí donde, en 2014, el líder de este grupo yihadista, al-Baghdadi, anunció el surgimiento de un nuevo califato.
Si bien la retoma de Mosul significa una victoria para Irak, la coalición liderada por Estados Unidos, los peshmerga kurdos y las milicias chiíes, no deja de ser una victoria desde un punto vista militar. Por eso, antes de hablar de una victoria real existen muchos retos que deben ser atendidos.
Mosul es un claro ejemplo del nivel de destrucción que puede provocar una guerra a infraestructuras urbanas. Los casi nueve meses que duró la ofensiva militar para recuperar la ciudad y las acciones ejecutadas por Daesh en su huida, dejaron como resultado la destrucción parcial o total de las plantas de energía, suministros de agua, hospitales (subsiste uno de diez), escuelas, y otras tantas infraestructuras públicas y privadas (54.000 casas demolidas) de Mosul.
Una década es lo que se pronostica para la reconstrucción total de la ciudad, además de mucho dinero. El Consejo Noruego de Refugiados (CNR), ONG que ha socorrido permanentemente desplazados iraquíes, asegura que se necesitan $874 millones de dólares para reparar la infraestructura básica de la ciudad. Este dinero estaría destinado, por ejemplo, al levantamiento de los ocho millones de toneladas de escombros que se arruman en las calles.
En materia humanitaria, todavía hay 384.000 residentes en estado de desplazamiento (CNR, 2018). Además, el 30% de estos sobreviven por fuera de los campos que atienden desplazados, los cuales ya están saturados de personas. Tampoco el auxilio internacional ha sido suficiente para atender esta crisis: Wolfgang Gressmann, director de la ONG noruega, afirma que las familias desplazadas de Mosul ahora sufren, no por Daesh, sino por “la ausencia de ayuda internacional”.
Asimismo, la heterogénea población de Mosul debe recuperar su confianza para poder coexistir sin temores y pacíficamente. La población que hasta ahora ha regresado pide justicia e incluso rechaza el retorno de familiares de miembros del Daesh. Otros quieren venganza. Younis Daoud, portavoz de la Universidad de Mosul, considera que la ciudad no debe únicamente reconstruirse en términos físicos, pero también psicológicos “para aliviar traumas y nuevamente cohesionar la sociedad”.
Como se esperaría, la economía local está desintegrada. Además, pareciera que el gobierno iraquí hiciera poco por recuperarla: Zuhair Al-Araji, alcalde de Mosul, dice que el gobierno central ha “olvidado” su ciudad y asegura que los ciudadanos están “frustrados por el apoyo insuficiente” de Bagdad. También, el 80% de los jóvenes están desempleados y hay una ausencia de combustibles y electricidad. La economía iraquí, basada principalmente en el petrolero, tampoco está en su mejor momento, por eso su gran dependencia a préstamos y paquetes de ayuda internacional.
Finalmente, la derrota de Daesh en Mosul no significa la desaparición de este grupo ni de las ideologías extremistas en Irak. Actualmente, Daesh continúa dirigiendo atentados y secuestros en este país, al tiempo que se repliega en la frontera con Siria. Esto nos recuerda que la sola utilización de medios militares es insuficiente para eliminar ideas.
Así pues, se requiere de tiempo, de suficiente ayuda humanitaria, de voluntad política doméstica, del combate de ideas con ideas y del regeneramiento del tejido social iraquí, previo a la declaración de una real victoria en Mosul.