Morronguería nacional

Morronguería nacional

En este país abundan los que cometen acciones reprochables, pero juran y perjuran que es la primera vez, los que dicen una cosa y hacen otra

Por: Fabian Camilo Doncel
octubre 02, 2018
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Morronguería nacional
Foto: Pixabay

Sabemos que un “morrongo” es un “gato” porque estas dos palabras son sinónimos, pero desconocemos el momento exacto en que el gato se volvió un morrongo. Si bien no somos los más estudiosos del origen de las palabras y su significado, no tenemos esa sed insaciable por beber de la copa del conocimiento, ese apetito voraz por la iluminación que separa los destinos de los hombres, esa voluntad irrefrenable por descubrir la esencia de la vida y si al final no estamos llamados por la divina providencia para habitar los templos de la inmortalidad, tenemos una pequeña gloria, un éxito minúsculo —pero sustancial— mediante la redefinición y representación nacional de un término: la morronguería.

Para el colombiano de a pie un “morrongo” no tiene ningún tipo de relación con los felinos. Un morrongo es una persona solapada, un taimado, un socarrón, un ladino. Sin embargo, nuestra tradicional inclinación por el cuidado del prestigio y las buenas maneras nos llevó a usar una palabra diferente, menos brusca, menos directa, más cautelosa y, en una suerte de ironía, más morronga para definir unos de los rasgos personales típicos de la nación —porque siempre hemos sabido que la sociedad colombiana es el pináculo de la morronguería y ejemplo del desdén por las verdades incómodas—. El solo hecho de no usar las palabras correctas para describir una conducta humana es una muestra de esta característica.

Por naturaleza el morrongo anuncia que prefiere que le digan las cosas en la cara, pero se ofende cuando se las dicen de frente. Para el morrongo el soborno debería tener una pena capital en las altas esferas del gobierno, pero también es una salida inteligente, viable y barata frente a un problema de tránsito, una pequeña licencia que todos en el país tenemos libertad de darnos. El morrongo no evade impuestos, pero levanta su voz de protesta excavando en los vericuetos de la ley todas las formas posibles de reducir la renta. Al morrongo le encantan las novelas, series y películas de narcos y prostitutas, pero le indigna que se lo recuerden en el extranjero. El morrongo es quien comete acciones reprochables durante una noche de tragos, pero jura y perjura que es la primera vez que le sucede. El morrongo es partidario cuando está de frente, pero es opositor cuando le dan la espalda.

Hace varios días se realizó un debate de control político al nuevo ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla y, aunque a todas luces los hechos muestran sólidamente la intención de enriquecimiento particular por cuenta de la fabricación de leyes acomodadas a negocios futuros, tanto el ministro de Hacienda como el presidente de la República responden que no hay nada ilegal en su forma de actuar. Esa es la salida “morronga” para sostener en el poder a personas cuya intención dista profundamente de un servicio a la patria y, además, se cubre con la cobija de una legalidad inmoral. En un país discreto y honesto Alberto Carrasquilla nunca podría ser un servidor público porque su inclinación natural no favorece el bienestar general para el cual es llamado a ser ministro.

Igualmente sucede con el presupuesto de la nación que no alcanza para la educación y la salud, pero sí se puede incrementar el presupuesto de defensa. Se rasgan las vestiduras porque el país está quebrado proclamando la necesidad imperiosa de ampliar la base gravable del IVA a todos los productos de la canasta familiar, pero hay silencio cómplice cuando se destinan los fondos al Ministerio de Defensa con la excusa infantil de una supuesta guerra con Venezuela. Tenemos políticos frenteros que dan la cara siempre, pero piden otra pregunta amigo. Tenemos desplazados por la violencia que llamamos “migrantes internos”, asesinatos selectivos de civiles llamados “falsos positivos” y grupos armados de asesinos que se llaman “Bacrim”.

Innumerables muertos han caído en Colombia por decir lo que se piensa o por buscar la verdad en este país de morrongos sin pena, pero sin gloria. ¿Será esta la razón por la que el poeta inglés dijo que dónde la ignorancia es una dicha, la locura es ser sabio? Mejor guardar silencio porque la tarde en que el minino caiga en cuenta de lo que es ser un morrongo, perderá una de sus siete vidas

 

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