¿Morir de hambre o morir de COVID-19?

¿Morir de hambre o morir de COVID-19?

La realidad de la mayoría dista mucho del ideal de cumplir un horario, de estar afiliado a un seguro médico y un fondo de pensiones, y de recibir un sueldo fijo

Por: Andres Rojas Muñoz
mayo 14, 2020
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¿Morir de hambre o morir de COVID-19?
Cuando familias enteras tienen una insignia roja como reflejo del hambre, el gobierno nacional y los locales corren a comprarles comida a los grandes emporios. Foto: Leonel Cordero/Las2Orillas

En estos días melancólicos de profunda reflexión y encierro, en los que nos enfrentamos con nuestros demonios o incuso ante la realidad de nuestra mera existencia, en los que comprendemos que aun con todas las comodidades que nos brinda el hogar, sin nuestro trabajo, sin nuestro trajín diario no somos más que individuos con aspiraciones y sueños como los de los demás mortales que enfrentan esta tragedia global.

Algunos afortunados de esta pausa en el mundo nos ha dado la oportunidad para pensar y reflexionar, lo que los antiguos griegos llamaban “el ocio productivo” pero algunas otras personas su vida lejos de parar tomo un rumbo hacia la insatisfacción de las más básicas de las necesidades, la supervivencia.

El día de hoy y en el transcurso de esta semana de mayo, he tenido que desplazarme a varios puntos de la ciudad a realizar diligencias personales, bancos, notarias y demás. Para mi asombro el centro de la ciudad parece un domingo, en el cual no se ven oficinistas, pero si se ve una infinita procesión de vendedores ambulantes, extranjeros, e indigentes buscando su pan de cada día. El de los vidrios de celular, el de los dulces, el mendigo buscando unas monedas a cambio de un simple “gracias patrón, mi dios le page” el emprendedor que le pone la trampa al centavo vendiendo tapabocas y antibacterial en una bicicleta de tres ruedas armada con defectuosos puntos de soldadura realizados por algún ornamentador igual de emprendedor.

Todas estas personas tiene algo en común y es que pertenecen a un sector informal de la economía, es decir están en ese sector del llamado rebusque, donde si no salen un solo día a trabajar no tienen lo del diario vivir, ellos son el sector vulnerable de la economía, el que más se ve afectado durante este confinamiento obligatorio. Pero  no son una nueva raza de trabajadores producto del embate del coranavirus, por el contrario se trata del sector más amplio de toda la economía colombiana.  Basta con comparar la cifra de la cantidad de adultos en edad laboral y en estado de ocupación, con la cantidad de adultos en edad laboral afiliados al sistema de seguridad social en régimen contributivo.

La realidad de la mayoría de los colombianos dista mucho del ideal del trabajador que cumple un horario, que está afiliado a un seguro médico y un fondo de pensiones, y que quincenalmente recibe un sueldo sagrado. El trabajador colombiano es una raza de super hombres que resiste el frio, el rayo del sol, la lluvia, inclusive la persecución por las autoridades policivas. Que ante una pandemia y una amenaza de muerte por infección, le pone el pecho al viento y sale a buscar su sustento. No por que intente romantizar la pobreza de estos hombres y mujeres, sino porque de no hacerlo se mueren de física hambre.

Invito a los lectores que les queda algo de bondad en su corazón, que lejos de mirar con desdén y miedo al contagio a estos seres humanos, llenos de sueños, ilusiones y aspiraciones, les colaboremos en su diaria lucha por la subsistencia, no por que se trate de un acto altruista de buena voluntad, sino por el contrario de responsabilidad social con la sociedad colombiana, tengamos empatía y pongámonos en el lugar de estas personas que apresar de lo difícil de las circunstancias nunca niegan una sonrisa y un simple “gracias”. Hagámosle el gasto, compremos sus dulces, sus tapabocas, sus vidrios de celular, y sus múltiples chucherías. De nuestra solidaridad depende la vida de ellos y sus familias, tras esos rostros envejecidos por el sol, el viento y el frio, existen esperanzas e ilusiones, no solo los del individuo que nos atiende, sino el de toda una familia que espera angustiada en casa por el miedo al contagio el regreso de ese ser humano que sale día a día rebuscar el sustento de la familia.

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