Que si la firma de los acuerdos son malos o buenos para el país; que al decir SI en el plebiscito es bueno porque apoyamos la paz, y si decimos que NO es malo porque apoyamos la guerra o viceversa; si decimos que SI, es malo porque nos volveremos comunistas como Venezuela y si decimos que NO, es bueno por no venderemos el país a la guerrilla. Estas afirmaciones entre lo malo y lo bueno son la forma de hablar común entre nosotros, tanto en las conversaciones cotidianas, como en las publicaciones de las redes sociales.
Tratar los temas sociales como por ejemplo la paz, en términos de que si es bueno o malo, es una costumbre que convierte en infructuosa cualquier discusión. Por ejemplo tratar de bueno o malo la problemática del matrimonio gay o la educación sexual de los niños en Colombia, tratar de bueno o malo problemas como la legalización de la droga, el código de policía, la urbanización de zonas naturalezas protegidas, la explotación de recursos naturales en zonas de reserva, es totalmente inútil y conlleva a la polarización, al radicalismo y finalmente a la violencia.
Niklas Luhumann, el gran sociólogo alemán, dice que esta práctica, la cual llama moralización tiene una delgada capa que la separa de la intolerancia y de los conflictos bélicos. No hay nadie más radical y fundamentalista que un uribista, que sataniza todas las ideologías contrarias a la de su líder, tildándolas de MALAS para las futuras generaciones e igualmente peligroso que un mamerto convencido que Uribe es la encarnación de Hitler o del mismísimo Lucifer y que todos los capitalistas son colonialistas, imperialistas y salvajes. No hay nada más peligroso que un miembro del LGTBI que piensa que todas las demás condiciones sexuales son MALAS y están en contra de él, al mismo tiempo no hay nada más peligroso que un heterosexual que piensa que el ser gay es malo, que es una enfermada o una especie de tumor que hay que extirparlo.
Moralizar las conversaciones es una herencia de la “grandísima madre” católica española, que nos enseñó que todo lo que nos puede hacer daño es del diablo y que si nos hace bien viene de Dios. El problema surge cuando las decisiones de las personas son benéficas para unos y dañinas para otros. Entonces como se evalúa? De cualquier otra forma sería mejor; diferente a catalogarlo entre bueno y malo. Mirarlo en códigos binarios diferentes a bueno/malo, como por ejemplo: productivo/improductivo, viable/inviable, democrático/autoritario, local/colonial, ganancia/perdida. El proceso de paz no es ni bueno, ni malo, es una decisión que traerá ganancias para algunos, pero perdidas a otros, de manera inevitable. Entonces sería mejor mirarlo en términos de impacto social, de repercusiones económicas concretas, en términos de porcentaje de población restituida, en número de hectáreas devueltas a los campesinos, en cantidad de poblaciones protegidas de la violencia, en número de niños que se desmovilizan y vuelve a las aulas, en porcentaje de la población que deja las armas y se integran a las diferentes unidades productivas Vs. presupuesto, impuestos, crecimiento económico, impunidad y justicia, entre otras escalas. Solo dejando a un lado, nuestra retrograda forma de moralizar, de hacer juicios de valor, sesgados por nuestros propios prejuicios, podemos vislumbrar los problemas en su verdadera dimensión.