Monserrate: más que un cerro

Monserrate: más que un cerro

Entonces volvamos al camino empedrado, al cerro empinado. Al sudor en la frente y la agonía en el paso buscando respuestas. A Monserrate

Por: Diana Patricia Jaramillo Peña
febrero 22, 2024
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Monserrate: más que un cerro
Fotografía: Cortesía

Hasta los cirros habían tomado la decisión de dejar al azul nítido ser protagonista de la jornada. El empedrado de la montaña carga la fuerza de cientos de pasos con sinsabores y quebrantos, alegrías, promesas y sueños por cumplir. Las florecitas amarillas son testigo de cada rostro, de cada lágrima que en silencio los seres lloran.

Imponente escucha los sollozos humanos y sale al encuentro con sus brazos maternales: las ramas de los árboles se convierten en sombrillas que protegen de los rayos furibundos de Sué; el viento refresca el cansancio de los cuerpos al subir, las nacionalidades se funden en un torbellino, mientras la ciudad hace cocos desde abajo.

Los párpados de las llamas se detienen en el tiempo, con esos ojazos redondos y negros, fijos, mirando al horizonte. Los burros equilibristas amarran las patas al suelo en plena pendiente para no rebuznar, entretenidos con la hierba poco les interesa lo que ocurre con los humanos, levantan sus ojitos, los miran, y los llevan de regreso a la hierba, y a los perros echados sobre los pedazos de piedra sembrada en el suelo, nada les perturba, ni el reguetón, el vallenato o el corrido prohibido a todo volumen. Los árboles escuchan y sienten cada pálpito, sonríen con cada sonrisa, los tallos se irguen, las ramas se estiran y las hojas se tornan verde cálido.

Son tantos los intereses que motivan a subir el cerro: por deporte, para cumplir una promesa, para asistir a los oficios religiosos, para deleitarse con la naturaleza, como plan dominguero de recreación, como punto turístico que forma parte de la cultura del país, como espacio idóneo para la fotografía; como espacio geográfico que constituye nuestro relieve, y al mismo tiempo es ecosistema; como lugar donde confluyen diversas actividades económicas y grupos humanos.

Así que mientras escurre el sudor por brazos y piernas, y la respiración se atora mientras el escalón espera, el olor a fritanga intenta seducir a los transeúntes, los colores de las frutas aspiran a hechizar las miradas y el olor a mazorca asada tiende a eclipsar el olfato. Las palabras se escuchan cortadas y cargadas de agonía en el esfuerzo por llegar, ¡¡Agua!! ¡¡Agua!! Alguien grita, es la oportunidad de sentar un ratico esa agonía, recostarla a la montaña, o ponerla a conversar. Entre tanto, la ciudad se torna silenciosa desde arriba, inmensa, hermosa, casi inmóvil, entonces posa de mil formas, aquí los puntos cardinales desaparecen, toda es una sola, todas las miradas de las cámaras, puesta en ella están.

En la cima confluyen acentos, idiomas, nuestra humanidad. Ojos visiblemente traspasados por la pérdida; miradas llenas de gozo por conocer otro lugar del planeta; personas a la espera de un milagro que no se sabe si llegará; la imponencia de la naturaleza, el ruido de su presencia. Canta para nosotros, somos uno con ella, se explaya en generosidad.

De su ser viene el alimento diario, de su suelo emergen las semillas que no saben a odio; su belleza ocupa lugares vacíos, y su fuerza sostiene como recién nacido pegado al pecho de su madre. Luego de contemplar la magnitud del evento, que no tiene medida, la tierra siendo tierra de cada criatura, te prendas de cada árbol, cada ave, cada flor, cada semilla. Indignos somos de poseerla. Ha cambiado, está molesta porque matan de sangre a sus hijos. Las ballenas lloran al mar por sus ballenatos, este año serán más, así lo han afirmado. A los toros de lidia les dan muerte por diversión. Conejos, micos y otras especies son tratados salvajemente en laboratorios de experimentación.

En un país cualquiera unos niños han dado muerte a palos a una mamá puma, que acababa de dar a luz. Entonces volvamos al camino empedrado, al cerro empinado ¿Qué es lo que estamos andando? Al sudor en la frente y la agonía en el paso buscando respuestas, y quizás una solución. Al mismo tiempo que sucede nuestra vida y todas sus dinámicas, la tierra nos exige ser más profundos, los próximos conflictos bélicos no serán por la información.

Plantas y animales no pueden defenderse de nosotros, si pudieran, ya estaríamos extintos. Su naturaleza es más humana que la nuestra; perros, gatos, caballos, conejos, gallinas, ovejas, vacas, iguanas; muchas criaturas de este reino nos enseñan el sentido del amor. Los botones de las flores que nacen en el jardín, todos los hijitos, de todas las plantas en el planeta, son un obsequio que ¿merecemos tener? Cada uno de nosotros conoce en el fuero interior que tanto.

Solemos acostumbrarnos a la presencia de las cosas; el árbol frente a la casa, al punto que, ya ni contamos con que está ahí, ocupando un lugar, dando sombra, escampando de la lluvia, siendo hogar de variedad de especies, generando oxígeno, y embelleciendo los espacios.

La belleza de este lugar estriba en el encuentro de diferentes culturas, en el gozo que genera la naturaleza en su esplendor, en el sentimiento de ciudad, que cada uno/a alcanza a imaginar y a construir estando en la cima.

En la huella del tiempo y el espacio; en el esfuerzo físico y mental que implica subir sudando toda la existencia, o en la inquietud que produce moverse en teleférico y/o funicular, en las historias que habitan la montaña desde el principio de los tiempos; en los hombres y mujeres que encuentran un sustento en las diferentes actividades económicas que se desarrollan a lo largo y ancho de la misma.

Además de entender a través de la música que transita en el ambiente las situaciones que les atraviesan. Y no menos importante, la oportunidad para reflexionar, para un poco de quietud y contemplación, para afinar el sí mismo y conectar más y mejor con nuestro planeta; este cargado de semillitas, animalitos, riachuelos, y en ocasiones seres humanos amables.


Especialista en ética Universidad Minuto de Dios y
Magister en creación literaria Universidad Central

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