Monseñor Monsalve y Timochenko: un encuentro inesperado

Monseñor Monsalve y Timochenko: un encuentro inesperado

Después de muchos años, el obispo de Cali recibió al candidato presidencial en su casa del barrio Meléndez. Gabriel Ángel relata lo que sucedió

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febrero 13, 2018
Monseñor Monsalve y Timochenko: un encuentro inesperado

De nuestra visita a Cali, ciudad hermosa y calurosa, al parecer afectada por serios problemas en su movilidad, nos quedan muy bonitos recuerdos.

Para la conjura mediática afín a la derecha extrema del país, sólo cuentan los abucheos y violencias cumplidos por los provocadores pagos frente a la Casa de los periodistas, o el sabotaje violento al acto previsto por nuestro candidato presidencial en Yumbo.

Nosotros en cambio nos llevamos recuerdos inolvidables de las voces de afecto y solidaridad expresados a nuestro favor en el Valle. La Casa de los Comunes del barrio Junín se llenó de júbilo con la presencia de Timo, al igual que la calle del barrio Marroquín en Aguas Blancas, en donde nos presentamos a saludar y agradecer a la gente por su apoyo a nuestras propuestas.

En el lugar donde permanecimos hospedados durante nuestra estancia en el Valle, a escasos minutos de Cali, también pudimos percibir el calor humano del vecindario, la generosidad de los vecinos que se desvelaron por ayudarnos en cualquier cosa, el gesto de ánimo de los transeúntes que pasaban por enfrente y levantaban su puño sonriéndonos con alegría.

Todos eran gente buena, noble y pacífica, que nos transmitió su rechazo a la vulgaridad y la violencia ejercidas contra nosotros por los sectores que nos adversan. Se rumoraba en el pueblo que allí estaba Timochenko, pero nadie dijo algo que pudiera atraernos problemas. Se equivocan los azuzadores, sentimos que los corazones poseídos por la paz son mucho más numerosos.

Contrariamente a nuestros contradictores ruidosos, sabemos del trabajo positivo que cumplen de modo abnegado muchísimas personas, que quieren evitarse las diatribas y agresiones del fundamentalismo. Otra Colombia es posible, en paz, con justicia social, respetuosa de la diferencia, sin odios, en un ejercicio de reconciliación y convivencia auténticamente democráticas.

Lo percibimos la noche antes de partir de la ciudad, durante los encuentros con Henry Acosta, el facilitador de las conversaciones de paz entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos, y más aún, por su posición cristiana y comprometida, con Monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía.

Nuestra estancia de dos horas en la Arquidiócesis de Cali, estuvo envuelta de modo permanente por un ambiente de santidad. Me fue imposible evitar, a poco de oír hablar a monseñor, la idea de su extraordinaria similitud con el obispo Carlos Francisco Bienvenido Myriel, descrito magistralmente por Víctor Hugo en su monumental novela Los Miserables.

A quien los pobres de D. llamaban simplemente monseñor Bienvenido. Es muy fácil percibir en Monseñor Monsalve, como en aquel santo, que en él convergen las obras y las palabras de modo inexorable. Su trato y su conversación son afables y alegres, y sin duda su sonrisa también es la de un escolar. Un hombre bello, lo describió una de sus feligreses, dulcemente bello sin duda.

"No preguntéis su nombre a quien os pide asilo. Precisamente quien más necesidad tiene de asilo es el que tiene más dificultad en decir su nombre", escribía para sí solitario el obispo Bienvenido. Con esa bondad también somos recibidos por monseñor Monsalve y su secretario, el padre Guzmán. En su entorno no existen barreras, todos somos hijos de Dios, y por tanto iguales.

Con sorprendente simpatía celebra mi nombre, y entonces me dice que a partir de esa noche me convertiré en Gabriel Arcángel. Todos celebramos su espontaneidad.

Había oído hablar de monseñor Monsalve, incluso guardo un agradecimiento secreto hacia él por lo que se atrevió a declarar tras la muerte de nuestro Comandante Alfonso Cano. Ahora percibo que lo dijo sin ningún interés político, movido exclusivamente por sus sentimientos cristianos y de paz. Los mismos que lo mueven a hablar jovialmente con Timo delante de todos.

No se expresa con tono oratorio, ni siquiera con el talante de un pastor, lo hace como un hombre convencido de lo que cree, sin aspaviento alguno, con tal naturalidad que inspira a un tiempo confianza y respeto. Nos cuenta de donde viene su devoción por la paz. Y para ello se vale del evangelio según San Juan.

Jesús ha resucitado. María Magdalena se percata de la tumba abierta y la ausencia del cadáver, y entonces el hijo de Dios se le presenta. Ella corre de inmediato a avisar la nueva a los apóstoles, a quienes encuentra encerrados por temor a los judíos. En la tarde de ese lunes Jesús aparece entre ellos y las primeras palabras que pronuncia son “la paz esté con vosotros”.

Tras mostrarles sus manos y su costado, con las huellas de los tormentos recibidos, vuelve a repetirles las mismas palabras. Enseguida, siguiendo un antiguo rito judío sopló sobre ellos. Para monseñor Monsalve, la escena representa el triunfo de la vida sobre la muerte, así como la victoria de la paz sobre la guerra, la violencia y el odio. El mensaje es claro.

Un discípulo de Jesús ya sabe qué causa le corresponde defender. Porque Dios está siempre por la paz, el perdón y la reconciliación entre los hombres. También por la justicia social. Y para ello apela ni más ni menos que a la virgen María, según San Lucas. Una vez producida la anunciación, ella visita a su prima Isabel, y entona su himno conocido después como el Magníficat.

“Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava… Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

Ante nuestros ojos se desarrolla un diálogo de fantasía. Es Timochenko, el último guerrillero como lo llamó Jorge Rojas, el firmante de los Acuerdos de La Habana, quien conversa animadamente con Monseñor Monsalve. Tienen un elemento común que los atrae, su lucha por la paz en Colombia. A los dos esa labor les ha acarreado profundos odios y resentimientos.

Tratando de ser imparciales podría pensarse que lo de Timo se justifica de algún modo. Permaneció cuarenta años alzado en armas, perteneció durante más de 30 años al Secretariado Nacional de las FARC, se supone que debe responder por innumerables hechos de guerra. Puede haber gente con razones para odiarlo. Pero el caso de Monseñor es muy distinto.

Y quizás suministra la clave para poner en su lugar las cosas. En nuestro país la ultraderecha puede perdonar a alguien haber sido guerrillero y tomado parte en muchas acciones violentas. De hecho en ella militan antiguos mandos de la guerrilla, como Hebert Bustamante. Lo que no le perdonan a ningún colombiano es su empecinamiento por la paz.

Por eso monseñor Monsalve está amenazado de muerte. Aunque ni una sola vez hace mención de ello. Para él es más importante exaltar los logros del Acuerdo de La Habana, intercambiar sobre todo aquello que hace falta implementar, aplaudir la dejación de armas de las FARC, expresar su apoyo decidido a cuanto signifique perdón y reconciliación entre los colombianos.

Nos brinda una copa de vino. Algunos de los presentes recuerdan la decisiva participación del monseñor en el acto realizado en diciembre pasado, cuando la FARC reconoció su culpabilidad y pidió perdón a las víctimas por la muerte de los once diputados del Valle. También sus gestiones por materializar un acuerdo de paz con el ELN.

La conversación sopesa de manera tranquila los avances y los retrocesos, las dificultades y los retos de los procesos de paz. Las advocaciones de monseñor para que no nos dejemos provocar, para que no respondamos del mismo modo a quienes nos violentan, para que continuemos nuestra lucha sin importar las frustraciones y esperas, surgen convincentes y sabias.

Antes de terminar la visita nos tomamos algunas fotografías con él, que sonríe generoso con nosotros. Accede también a que se dé noticia de este encuentro. Nos bendice en el momento de partir. Salimos de Cali con el ánimo en alto. Sabemos que no estamos solos, que es demasiada la gente buena que nos acompaña y que vale la pena luchar por nuestro sueño.

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