Muy pocas veces tenemos una semana tan grata como esta que está a punto de culminar. Tuvimos eventos positivos para todos los gustos y de todas las dimensiones y eso seguramente servirá para mejorar el estado de ánimo general del país, lo que podrá por unos días apaciguar las caldeadas situaciones que nos dejó la amarga realidad de la corrupción y la pugnacidad política.
En orden cronológico la primera buena noticia fue el empate con la selección brasilera. En un partido de miedo, nadie esperaba que se le pudiera sacar un punto al mejor equipo que ha tenido Brasil en muchos años; pero los muchachos de Pékerman se sobrepusieron al mal momento que tuvieron con Venezuela y jugaron con garra, tanto que por momentos vimos posibilidades hasta de triunfar.
Del Metropolitano de Barranquilla las buenas noticias se trasladaron a Quito, donde ELN y la delegación del gobierno, encabezada por Juan Camilo Restrepo, firmaron una tregua y cesación de hostilidades bilateral por tres meses, pero con posibilidad de prórroga, ojalá indefinida.
Esta es la primera vez que cuaja una luz de esperanza con una guerrilla casi tan antigua como las Farc, pero más sectaria y con la que han fallado infinidad de acercamientos. Si llegara a progresar esta tregua y se prolongara, tendríamos la posibilidad de presenciar el año entrante las primeras elecciones en paz en más de medio siglo. El mejor homenaje a esta nueva Colombia sería hacer de esta ocasión electoral la más participativa y las más transparente que hayamos conocidos casi todos los colombianos. Esa sí que sería una magnífica noticia.
Como si lo anterior fuera poco, llegó la información de que el Clan del Golfo, o su facción Los Úsuga, una de las bacrim más fuertes y sanguinarias de la zaga de los Castaño, está considerando seriamente entregarse y negociar con el gobierno algunos beneficios a cambio de una rendición. Imagínense lo que sería si esto llegara a concretarse: eso sí que sería paz. Colombia respiraría otro aire y quien sea que llegue a la Presidencia, tendría el camino despejado para grandes trasformaciones sociales y políticas.
No dejemos ni siquiera que Uribe
nos robe esta alegría y esta esperanza,
nacida de una semana increíble
Y rematamos esta racha de buena energía con la visita del papa Francisco, un hombre de gran carisma, que ha sabido tocar las fibras del mundo para demostrar que el liderazgo religioso puede tener grandes repercusiones en lo político, lo económico y hasta lo ambiental. Miles de creyentes lo han acompañado desde el instante en que piso nuestro suelo, hemos escuchado de sus labios llamados a la reconciliación y, como les dijo a los jóvenes a su ingreso en la sede de la Nunciatura, “No dejen que nadie les robe la alegría, ni la esperanza”. Me atrevo a parafrasear al papa, con todo respeto: No dejemos ni siquiera que Uribe nos robe esta alegría y esta esperanza, nacida de una semana increíble.
Por supuesto en Colombia las dichas duran poco y tendremos que volver a la dura realidad de la Corte Suprema, corrompida hasta los tuétanos, un Congreso desprestigiado a niveles impensables y unas campañas políticas que se avizoran como una nueva guerra. Pero precisamente por estos grandes retos es que necesitamos oasis como el que estamos viviendo, en el que nos creemos el centro del mundo y poco nos importa que en el Caribe estén a punto de desaparecer varias islas, que Maduro siga su persecución contra la dirigencia de la Mud o que el loco que gobierna en Corea del Norte esté jugando con una bomba de Hidrógeno.
Lo que vivimos esta semana fue una Moñona de buenas energías con la que habremos recargado las pilas para seguir viviendo en este país macondiano que nos tocó por hogar.
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