Mono Jojoy, ¿un homenaje inconveniente?

Mono Jojoy, ¿un homenaje inconveniente?

A instancias de la maquinaria mediática del uribismo, se armó tremenda polémica por un homenaje al exguerrillero. ¿Por qué conocer otras versiones de su historia?

Por: Fredy Alexánder Chaverra Colorado
septiembre 24, 2021
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Mono Jojoy, ¿un homenaje inconveniente?

A instancias de la revista Semana y la maquinaria mediática del uribismo, se armó tremenda polémica en el país por un homenaje promovido por familiares y voceros del partido Comunes a Víctor Julio Suárez, excomandante del Bloque Oriental conocido en medio del conflicto armado como el Mono Jojoy. A finales de 2017 ya se había presentado un episodio similar tras una conmemoración convocada en la tumba del extinto comandante guerrillero. Pero en esta oportunidad la polémica fue aún mayor, pues lo que se pensó como un encuentro entre familiares, amigos y simpatizantes en torno al recuerdo de un hombre con el cual compartieron vínculos filiales o de amistad, se convirtió en motivo de polémica, y hasta Duque desde Nueva York se pronunció en contra.

En medio de una prematura campaña electoral y con la derecha languidecida tras el desastre del gobierno Duque, es claro que el uribismo se va a pegar de cualquier circunstancia para generar indignación y levantar cortinas de humo (el tema del momento debería ser el de los senadores cercanos al gobierno involucrados en la perdida de los 70.000 millones del MinTIC). Solo hay que ver la línea en la que se pronunciaron sus precandidatos presidenciales en sintonía con el tendencioso cubrimiento de Semana y sus principales columnistas: Salud Hernández y María Andrea Nieto.

Al margen de las intenciones de Semana, el homenaje también es un evento que a bien se podría considerar como un punto de inflexión para describir la colisión entre narrativas en un escenario de posacuerdo; es decir, comprender la manera como los exguerrilleros reivindican su lugar en la historia en contraposición con una “verdad oficial” instrumentalizada por el uribismo y convertida por parte de stablishment en una verdad histórica (recientemente fragmentada por los avances de la Comisión de la Verdad y la JEP).

Ante los cuestionamientos de varias organizaciones de víctimas, especialmente críticas con las infortunadas declaraciones de la senadora Sandra Ramírez sobre “las comodidades del secuestro” (de lo que rápidamente se retractó), fue un evento que permitió valorar los difusos límites entre las comprensiones de la memoria y la revictimización. Porque los exguerrilleros reincorporados, muchos de ellos víctimas del conflicto, tienen derecho a restituir su lugar en la historia y reforzar las identidades comunes que caracterizaron su “comunidad fariana” (es su derecho a la memoria); no obstante, sin transgredir los derechos de las víctimas o erosionar las garantías de no repetición.

Sobre el Mono Jojoy existe prácticamente un consenso en torno a su papel en el conflicto, pero es un consenso construido y atizado a partir de una matriz mediática que lo erigió como el auténtico “símbolo del terror”. En medio del conflicto armado, las Farc-EP nunca tuvo la capacidad de contrarrestar esa matriz (fue una guerra que si perdió) y su aparato propagandístico quedó reducido al limitado alcance de sus emisoras rurales o circuitos clandestinos. Por eso, al conversar con varios exguerrilleros que integraron frentes en el Bloque Oriental, no es extraño que se sorprendan por la forma como los medios presentaron al Mono o han demonizado su figura.

La realidad es que la gran mayoría de colombianos no hemos escuchado otra versión.

A ello también contribuyó la sobreexposición mediática de Suárez durante el fallido proceso de paz de El Caguán; su rol como estratega militar cuando las Farc evolucionó como ejército irregular y pasó a la guerra de movimientos; las tomas de bases militares a finales de los años noventa; las inhumanas cárceles para los secuestrados y el hecho de ser un objetivo de alto valor al asumir la comandancia del bloque más poderoso de la extinta guerrilla. Son las circunstancias con las cuales la gran mayoría de colombianos relacionamos a Jojoy. Apenas estamos escuchando o asimilando la versión de la exguerrilla. Algo que también debemos escuchar porque fueron la contraparte de un conflicto armado plagado de zonas grises.

¿Acaso, se construye la “verdad” a partir de una sola versión?

Desestimando la mediática instrumentalización del uribismo y las revictimizantes palabras sobre el secuestro pronunciadas por senadora Sandra Ramírez, algo de lo que afortunadamente se desdijo y pidió perdón, considero que el homenaje a Víctor Julio Suárez no fue inconveniente. En ningún momento fue una apología a la violencia o al terrorismo. Lo veo, sin anteponer su rol de comandante guerrillero, como un encuentro entre familiares, amigos y simpatizantes en torno a la figura y recuerdo de un hombre. Un hombre que al ser padre y amigo construyó unas relaciones afectivas que como sociedad no conocemos o no tenemos por qué conocer.

Aunque sea difícil de asimilar, comprender esa dimensión humana de los exguerrilleros también es un pilar importante para seguir caminando hacia la humanización que conlleva a la reconciliación.

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