Mohámed bin Salmán y sus quince matones

Mohámed bin Salmán y sus quince matones

Jamal Khashoggi, periodista del Washington Post, usó la palabra para denunciar a la monarquía saudí, lo que le terminó costando la vida

Por: Manuel Guillermo Jaimes Roa
octubre 18, 2018
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Mohámed bin Salmán y sus quince matones
Foto: U.S. Department of State / POMED - Mohammed bin Salman's Saudi Arabia: A Deeper Look - CC BY 2.0

En una tierra muy muy lejana en el este vivía un príncipe heredero del reino, miembro de la casa Saúd, que mandó a sus quince matones a perpetrar un cruel asesinato en una de sus cuevas en donde guardaba “tesoros”. Cuentan que el príncipe enojado, como de costumbre contra quien lo criticaba, mandó a interrogar, asesinar y descuartizar a un hombre que sencillamente usó la palabra, oral y escrita para criticarlo.

Aquel reino se levanta en la península arábica y se le conoce como el reino saudí. Todo empezó con la fundación del Emirato Diriyah, después vino el Emirato Neyed y después la fundación del reino. Cuentan que esto fue gracias al casamiento del hijo de Abdulaziz bin Saud con la hija de Abd al-Wahhab, por ahí en 1744. Este esplendoroso matrimonio fue la terrorífica unión de una visión político-religiosa del islam que se autoproclamó pura, considerando con ello a todos los demás unos apostatas que deben, por lo tanto, ser ejecutados.

En este reino se encarcela, tortura y ejecuta a las personas bajo cualquier pretexto y sin ningún pudor. Cuando Ali al Nimr salió a protestar por el reconocimiento de derechos apenas tenía 17 años, aun así estaba condenado a muerte por protestar. Por otra parte, por no cumplir la ley que obligaba a las mujeres a salir acompañadas del marido o de un familiar, una joven que fue violada por siete hombres en el 2006 cuando tenía 19 años fue condenada a seis meses de cárcel y a recibir 200 latigazos. Es tan perverso aquel lujo del terror, que se condena a muerte por delitos como ser “homosexual”, “hechicería”, “drogas” o “adulterio”. Pero no es cualquier ejecución, no, se les corta la cabeza con una espada y posteriormente se les crucifica.

Desde el 2015 este reino empezó a teñir el cielo y la tierra de su vecino Yemen de fuego y sangre, cometiendo crímenes de guerra. Bombardeando a diestra y siniestra, asesinando mujeres, hombres, ancianos y niños. Amnistía Internacional nos dice que, desde marzo de 2015 a agosto de 2017, cinco mil, ciento y cuarenta y cuatro civiles han sido asesinados. De estos, más de 1.184 eran niñas y niños. El reino saudí y su interpretación político-religiosa, llamada wahabismo, ha sido por lo tanto considerada como una fuente del terrorismo mundial. No olvidemos que 16 de los 19 terroristas de las torres gemelas eran sauditas, y que Osama bin Laden, fundador de Al-Qaeda, lo era y tenía una estrecha relación con la familia real saudita y que el Daesh es también de esta rama del islam.

La última hazaña de este particular régimen tiene que ver con Jamal Khashoggi, un periodista del Washington Post que nació en Arabia Saudita, en 1958, y que se había autoexiliado a EE.UU. Khashoggi se encontraba en Estambul con su novia (turca), con la cual pretendía casarse. El 2 de octubre fue al consulado de su país para solicitar un certificado de divorcio y así poder realizar la boda. Entró al consulado a las 13:14:38, su novia estuvo afuera durante once horas esperándolo, pero por arte de mafia, desapareció. Sí, por los quince matones mafiosos que el príncipe envió.

Con el pasar del tiempo y al ver que no salía del consulado, su novia Hatice Cengiz se preocupó y lo reportó como desaparecido. Los señores del reino dijeron que el periodista había abandonado el consulado por la puerta de atrás, cosa que nadie creyó.

"Con la emoción apretando por dentro" dice Rubén Blades en su canción Desapariciones. Así su novia, amigos, colegas y el mundo entero nos preguntamos dónde está, qué han hecho con él. Según las informaciones que se conocen fue brutalmente asesinado en frente del cónsul, el cual abandonó Turquía y volvió a Arabia Saudí. Posteriormente, lo habrían descuartizado para no dejar rastro.

El reino lujoso del mal, que al comienzo dijo que el periodista había salido del consulado, ahora parece reconocer que este fue asesinado, pero la forma de hacerlo es vulgar y trata al mundo como estúpido. Lo primero es que va a evitar hablar de asesinato para hablar de muerte y lo segundo es decir que el príncipe y su gobierno no sabían nada y que todo fue producto de unos agentes en solitario. ¡Vaya estupidez!

Como era de esperar, el dinero del petróleo ha comprado a un gran relacionista público, pues la teoría de los agentes solitarios la ha dicho el señor Trump. Aunque nada tiene de raro, él ya había expresado no querer perder el dinero de los saudíes que, entre otras cosas, llega a los EE.UU. por la venta de armamento.

Por el lugar en donde nací soy colombiano, y por circunstancias de la vida siento un gran aprecio y estima por España. Por eso, que Colombia mantenga relaciones comerciales tan alegres con Arabia Saudita y guarde silencio es algo vergonzoso. Por otra parte, que España vaya a continuar adelante con la venta de unos barcos de guerra llamados corbetas es aún, más vergonzoso.

En definitiva, Colombia debe pronunciarse con vehemencia, pero ¿cómo va a hacerlo, si en su propio suelo ocurren crímenes igual de atroces? Aún así, algo de pudor tiene Colombia, pues no se ha llegado al punto de que un crimen de este tipo se produzca en una instalación diplomática. Por lo tanto, sí, debe pronunciarse y tomar medidas.

Por su parte, España y la Unión Europea deben tomar medidas de una vez por todas ante la dictadura terrorífica de Arabia Saudí.

Una frase que se le atribuye a Albert Einstein dice: "La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa". Jamal Khashoggi usó la palabra para denunciar aquel régimen y le costó la vida. ¡Que su muerte no sea en vano!

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