Es conocida y reconocida la premisa de que no importa tanto el contenido de lo que se diga, como —en su orden— el dónde, el cuándo, el cómo y sobre todo el quién lo diga.
También es aceptado que en una sociedad el poder de los medios hoy en día es más grande que cualquier otro; que hasta cierto punto la información es para ellos la fuente y al mismo tiempo el instrumento que les permite ese poder; y, para muchos, que más que la información es la capacidad de manipulación o de desinformación que la acompaña la verdadera razón de su existencia. Esto último es reconocido unánimemente cuando se afirma que la verdad es la primera víctima en un conflicto, aunque hay quienes no reconocen que toda sociedad gira alrededor de diferentes conflictos y pretenden que la participación de los medios es ajena a ellos, o que los conflictos sociales son diferentes a los conflictos armados.
Respecto al manejo de la información lo que ha sucedido es que lo que antes era un privilegio de unos pocos —sobre todo el de manejarla pero también el de ser informados— hoy, por la masificación que ha permitido el desarrollo tecnológico, dejó de ser un oligopolio y a través de diferentes alternativas se convirtió en un dominio al cual todos tenemos acceso.
Esto ha obligado a cambiar hasta cierto punto la naturaleza del periodismo. De las épocas en las que orientaban políticamente con sus editoriales la opinión pública pasamos a que ahora se manipula a través de los titulares y las secciones de noticias.
Se puede hablar de que se han desarrollado dos modalidades de periodismo tradicional: el que se dedica a tratar de influenciar a los lectores para que adhieran a las posiciones que asume el medio, directamente y a través de columnas de opinión —que muestran un falso ‘pluralismo’, en la medida que no incluyen orientaciones alternativas— ; y el que busca ser un producto de consumo para sus lectores, tratando temas de interés diverso (que por supuesto incluye lo anterior).
En los medios tradicionales impresos han perdido peso e influencia la columnas de opinión y adquirido relevancia los informes y los análisis que aportan elementos de mayor profundidad. Entre nosotros unos se han adaptado mejor a estas condiciones (pienso en El Espectador o Semana) mientras otros siguen apostando al peso de los nombres de quienes escriben (caso de El Tiempo).
Ha tomado fuerza el periodismo radial, o más exactamente una forma de éste. Los escándalos son los que más venden y en hacerlos o aprovecharlos se han especializado esos profesionales. Sea a través de especie de indagatorias en que entrevistan cual fiscales al denunciado de turno, o mediante la confrontación de personajes como en un circo romano, ganan una audiencia ávida de agresiones.
Pero la modernización de la actividad periodística se desarrolla en los blogs y las revistas virtuales. Si, como parece, la razón de esto no es solo tecnológica —todos los medios tradicionales tienen páginas web—, la explicación es que es ahí donde se encuentra lo que los medios adeptos y pertenecientes al poder ocultan.
Estamos en cierta medida acabando con el ‘Hermano Mayor’ que condicionaba el comportamiento de todos los ciudadanos al controlar sus vidas a través del poder mediático, y hoy, ya conociendo hasta dónde éste manipula la sociedad, vemos una insurgencia que parece lo puede derrotar.
Sea divulgando lo que supone ser reservado como en el caso de Assange y Manning en Estados Unidos, o supuestamente poniendo a temblar la seguridad de un país al manipular la opinión como el Hacker Sepúlveda y J.J. Rendón, el control que con la información —sea ocultándola o manipulándola— se ejercía desde el poder sobre el ciudadano se le sale cada vez más de las manos.
Las ‘redes sociales’ movilizan las masas más que los medios de comunicación y rompen el esquema de los ‘grandes comunicadores’ y los editoriales que formaban la opinión pública. Representan y sirven de instrumento a la ciudadanía para ‘destetarse’ de la dependencia del periodismo.