Mocoa huele a esperanza. Se puede palpar en las miradas de sus habitantes, en los comentarios de lo ocurrido hace un año y en las ganas de salir adelante. Sin embargo, en la capital de Putumayo también se respira incertidumbre, pues no están de más las voces que demandan ayuda del Gobierno y soluciones económicas para sus habitantes. Unos dicen que el desempleo se ha incrementado; otros señalan que es mejor vivir en otra parte.
En los alrededores del parque General Santander se escuchaban palabras de perdón, de arrepentimiento, de valentía y de lucha. Era Semana Santa y el sermón emitido desde la catedral San Miguel 'socavaba' en sus habitantes los más profundos recuerdos. La tristeza embargaba a muchos; la rabia, embriagaba a otros y un desaire de melancolía se descolgaba a través de las lágrimas de un grupo de mujeres arrodilladas en la entrada del templo católico.
“Se siente una gran nudo en la garganta. Es una sensación de impotencia, de tristeza por todo lo ocurrido”. Esta expresión del concejal Víctor Espinosa es la polifonía de la gran mayoría de los habitantes. En las zonas afectadas rezan toda clase de historias, las mismas que ilustran cómo en la noche del 31 de marzo del año pasado los ríos Sangoyaco y Mulato y la quebrada Taruca arrasaron con todo lo que encontraban a su paso. Los trozos de troncos, piedras y barro afectaron a 17 barrios y consigo cobraron la vida de por los menos 350 personas y otras 80 están desaparecidas. La avalancha dejó a 1.300 familias en condiciones deficientes. “Muchos quedaron con lo que tenían puesto esa noche”, recuerda Espinosa, quien también es uno de los afectados, pues su casa, ubicada en el barrio san Miguel, es una de las que no se pueden habitar, pues está en la zona declarada como de alto riesgo.
Minutos para olvidar
Preguntar a la gente sobre los 18 minutos durante los cuales la fuerza de las aguas golpeó como una espada de doble filo las paredes de las casas es contradictorio. “Esos minutos parecieron horas”. “Cada segundo, con el agua al cuello son como horas, pues la oscuridad, la zozobra y la desesperación nos tenían presos”. “Son minutos para olvidar y a la vez para no ser borrados de nuestra mente, pues de esto se debe aprender algo”.
Estos testimonios se suman a los de Erasmo Erazo, un campesino que vio en el barrio San Miguel la promesa de su futuro. Allí construyó una casa de dos pisos, para albergar a su madre de 101 años y a sus hijos. “En vista de un accidente que sufrí, ya no puedo realizar las labores del campo y por ello pude montar una sala de internet. Ya estaba todo adecuado. Es más, me había pasado a vivir en el fondo de la casa hacía dos días, pero ese viernes en la noche el agua daño todo. Esta esquina era un remolino que arrasaba con todo. Fíjese que la peluquera de la otra esquina, nunca salió. Tocaron su puerta y no respondió”.
El menú familiar de hoy incluye chontaduro. Junto a su pequeño hijo, Erazo prepara la leña para cocinar el tradicional producto, el cual solo se podrá consumir dentro de tres horas cuando esta fruta se cocine. “A las 8 de la noche más o menos estaremos listos para comer. Si alguien quiere venir, pues también le damos chontaduro. Aquí entre todos compartimos”.
Las noches de tertulia, en medio de una tenue oscuridad, sirven para hablar del pasado, de lo que se vive en el presente y de lo que se “nos viene en el futuro”. Al fondo aparecen como fantasmas de piedra y ladrillo los avisos de “se vende esta casa a buen precio”, pero “¿quién a comprar? La esperanza es los único que se pierde”, dice el hombre en medio de una risa burlona.
Empieza a llover y en la vereda San Antonio, unos kilómetros arriba del barrio San Miguel, rumbo a la montaña, el panorama es un tanto desolador. Grandes piedras 'adornan' la carretera destapada que comunica al casco urbano con este sector rural y como si fuera una película de terror, muchos habitantes relatan a su manera la tragedia. Andrea Erazo tuvo que alquilar una casa para no quedarse viviendo en la que fue afectada por la avalancha. “Nosotros pudimos salir, pero allá hay mucha gente, como la señora que quedó como en una isla, pues el río le pasó por lado y lado. Pero de allí no se mueve… no tiene para dónde irse”.
La lluvia constante, algo que es característico debido a la zona en la que está construida la capital de Putumayo, no deja dormir en paz a sus habitantes. El pasado 23 de marzo, el río Sangoyaco volvió a crecer su cauce y todos estuvieron alertas. Tres días después, en la madrugada, los truenos y rayos fueron los dueños de la vigilia constante a la que se han tenido que acostumbrar sus habitantes. Incluso, los policías que custodian la subestación de energía, también afectada por la fuerza del río, se despiertan cada dos horas para no tener que vivir lo ocurrido hace 365 días. “Esa noche alcanzamos a subir al techo de una de las edificaciones y desde allí vimos como el río arrastraba a muchas personas. Nos dimos entonces a la terea de rescatar lo que quedaba de los cuerpos. Muchos no aparecieron”, dice uno de los uniformados.
Hacia una nueva vida
Mercedes González, de 76 años de edad, es una de las personas que recibirá el próximo 2 de abril una de las 100 primeras viviendas de interés social de manos del Gobierno Nacional. La urbanización Los Sauces, ubicada en un terreno al sur de este municipio y el cual fue adquirido en $1.900 millones, se convertirá en el nuevo territorio de la reconstrucción, no solo física, sino moral de los habitantes afectados.
“Se entregarán 100 de las 300 primeras soluciones de vivienda proyectadas. En total serán 1.209 viviendas que se construirán hasta el 2020. Hay que hacer énfasis que estas casas son las más grandes que ha entregado el Gobierno en todo el territorio nacional. (64 metros cuadrados, distribuidos en dos pisos)”.
Quien hace esta afirmación es el coronel Pedro Antonio Segura Varón, coordinador designado por la Unidad de Nacional para la Prevención del Riesgo de Desastres, UNGRD, para el proceso de reconstrucción de Mocoa. Para corroborar la gestión del Gobierno Nacional a través de esta dependencia, el funcionario señala que los datos oficiales dan cuenta de que 333 personas fallecieron en la tragedia; 398 personas resultaron heridas y 76 más están desaparecidas. En cuanto a las afectaciones, el coronel Segura dice que 1.461 viviendas resultaron averiadas, además del acueducto, la subestación de energía, 5 puentes y la red de gas del Municipio.
“Para ello, el Gobierno Nacional destinó $1.2 billones, con los cuales se reconstruirá a Mocoa. Además, de las viviendas que se entregarán el 2 de abril, este nuevo territorio contará con un megacolegio, una biblioteca, una sede de la Fiscalía, canchas deportivas, una casa lúdica y otros espacios para el beneficio de la comunidad”, destaca el coronel Segura.
A su vez, el alcalde de Mocoa, José Antonio Castro Meléndez, señala que estos 12 últimos meses “han sido bastante agitados, pues pasamos de una tensión por todo el proceso de ayudas a los damnificados en emergencia, para luego llegar a la planeación de cómo deseamos que el Municipio sea beneficiado con los recursos propios y por los que asignó el Gobierno Nacional”.
“Creo que ya es hora de poner el acelerador a las obras y consideramos que es importante que no se vayan a bloquear los recursos asignados para la reconstrucción de nuevos barrios, pues esa petición ya quedará para el próximo Gobierno, sin embargo, el mensaje es claro: el río no quiere que vivamos más a su lado y no se va a exponer a los habitantes a que residan en esas zonas”, añade el alcalde Castro, quien también fue damnificado y su vivienda destruida.
Las declaraciones tanto de los funcionarios del orden nacional como local no son desconocidas por los habitantes y líderes de la comunidad. De allí que muchas son las peticiones que reposan en sus despachos exigiendo respuestas a situaciones como las de quienes no han recibido subsidios, a pesar de que fueron censados, o de aquellos que a pesar de comprobar que fueron damnificados de la avalancha no fueron tenidos en cuenta a la hora del censo y no serán beneficiados con subsidios o entrega de vivienda. Igualmente, algunos líderes comunitarios consideran que las obras están demoradas y eso ha afectado, incluso, a que el costo de vida en la capital de Putumayo haya aumentado en un alto porcentaje.
Ya la lluvia ha pasado y un sol abrasador empieza a colarse por las ventanas de las casas en los alrededores del parque principal. Los vendedores de chontaduro dejaron atrás los toldos y empiezan a pregonar su producto, con la esperanza que la nueva plaza de mercado sea beneficiosa para todos. La terminal de transporte continúa con su agitado trasteo de personas presurosas; las avenidas San Francisco y Colombia, siguen expectantes para recibir el agua que correrá por las nuevas 'venas' del acueducto. Mocoa espera, paciente e impaciente a la vez, esperando su nuevo norte.