Al haberse superado el límite de la competencia,
todos en la organización se dan cuenta, menos el propietario, de la incompetencia
(Esteban Iriarte)
Desde el momento en que ingresamos a una empresa llevamos inserto en nuestro pensamiento el ascender o morir, esto es, escalar peldaños o morir en el intento. El problema es que nos enfrentamos a la paradoja del porqué los inútiles ascienden más rápido que los competentes.
Las organizaciones de todo tipo, en especial las del sector público son las que más sufren del mal mencionado, basta ver gerentes, directivos, fiscales y hasta presidentes, personajes que surgen a la sombra del caudillo político o mejor de la rosca política a la cual no todos tienen acceso.
Las habilidades escondidas tras la ignorancia y la inexperiencia, detrás de los amigos con cargos superiores o que llegan allí por un golpe de suerte.
Se ha generalizado la consigna del “ascender o morir” y ello colaboró a que nos llenáramos de “idiotas útiles”, que van desde presidentes, vicepresidentes, candidatos a la presidencia, jefes de oficina, fiscales generales, es decir una pléyade de personajes con aureola de sapiencia, pero de competencia nada.
“Porque una tierra sembrada de la sangre justa puede florecer” en términos de Alejandra Jaramillo en las Lectoras del Quijote, para indicar que nos merecemos mejores personajes, mejores dirigentes, pero aquellos construidos desde las locuras del caballero de la delgada figura, ideales de nación, de ayuda al prójimo y no desde las dislocadas locuras de los dirigentes que elegimos, donde estos compiten no por su incompetencia sino por su inutilidad.
Pareciera que esto fuera un fenómeno generalizado basta ver al todo poderoso Putin iniciando una guerra sin tener en cuenta sus consecuencias, un Biden más alejado de la realidad, un Maduro perpetrado por la pobreza que alimenta, un Ortega sostenido a través de la represión y un Castillo que representa a las minorías aburridas de lo mismo. Es decir, los ejemplos son muchos no solo en los países cercanos sino en otras latitudes.
La pregunta es si estos se encontraban preparados al momento de asumir al poder, lo más seguro que si lo consideraron, pero las trásfugas políticas los convirtieron en lo que son.
Se han idealizado políticamente sin moverse, acompañados del top management, un selecto grupo de individuos que conversaban con las personas adecuadas, manejaban los hilos del poder y alimentaban el ego corporativo y personal.
Las ambiciones de “crecimiento profesional y ascensos permanentes pueden llegar al límite de su inutilidad” (Andrés Hatum), pues esta es ese factor común de los que quieren llegar a los actos cargos organizacionales, sin embargo, hay que tener en cuenta que muchas veces son las corporaciones las que promueven a sus buenos empleados hasta los límites de la incompetencia y no se dan cuenta de ello, para terminar defraudados desde la propia autoestima hasta los medidores de resultados y a culpas compartidas.
La sensación de vació es grande, la infelicidad se apodera del ser humano y esa promoción ya no representa responsabilidad sino incompetencia e inutilidad.
Ese rango de liderazgo inútil comienza a generar aquellos inconvenientes que no vimos venir, o que si los vimos como casi siempre pasa por parte de los personajes a los que se ha hecho alusión se hacen los de la vista gorda, amparados en su ego idólatra, en su caparazón de sabios dirigentes, de estar haciendo el bien sin mirar a quién.
Se genera entonces el conflicto entre confianza versus competencia, escondidos en esa luz que se irradia y amparados en el cargo en el que se funciona, olvidando el compromiso del por qué llegaron al mismo.
“La competencia es cuán bueno uno es en algo. La confianza es cuán bueno uno cree que es”. En palabras de Esteban Iriarte, pero aquí florece la insoportable levedad del ser, la soberbia a la que alude Miguel de Unamuno o la rivalidad entre narcisismo y egocentrismo citado por Norman Mailer, valga decir, que ese talento de liderazgo va en contra vía de cómo se representa el mismo, de perdurar el trabajo en equipo, de identificar las destrezas y fortalezas de los jefes, y la capacidad de respuesta de los colaboradores.
Estamos en la obligación de identificar a los competentes y a los inútiles, a los líderes humildes a quienes emular, conocer lo carismático del individuo para que sirva como ejemplo, pero lo más importante, establecer quiénes serán aquellos que nos representarán en los diferentes cargos, desde elección popular hasta los compañeros de trabajo o los impuestos por las direcciones de alto nivel, para concluir si seguimos nuestra propia convicción o corremos tras una carrera directiva solamente por el hecho de correr.