”De San Diego concurría Andrés Becerra, que ocasionalmente llevaba a Juan Muñoz, el Negro Calde, Ovidio Ovalle, Hugo Araujo; y la representación de Valledupar estaba, naturalmente, a cargo de Rafael Escalona, que llegaba acompañado de Poncho Cotes, que vivía en la Escuela de Artes, de Alfonso Murgas, Jaime Molina y de los otros ya mencionados.
En ese ecuménico recipiente musical fue donde don Humberto Costa, un viejo y eminente patriarca pacífico que se convirtió en el más furibundo partidario de Escalona, descubrió una mañana de abril a Leandro Díaz, el cantor ciego que iba a asombrar al mundo con la luminosidad de su palabra y de su poesía: Allí tu vieron lugar más de dos lances de mentiras inofensivas y verdades peligrosas que pusieron en jaque la entereza y reciedumbre de aquellos hombres, para quienes la vida sólo tenía el significado justo de la amistad y del honor. Por sus alcobas se enredaron y desenredaron tormentos y secretos de amoríos imposibles y de aspiraciones irrealizables que sólo encontraron alivio en las cuerdas de las guitarras que sus mismas dolientes víctimas hacían gemir”
Palabras del compositor Rafael Escalona que denotan la sensibilidad de la cual ha sido partícipe todo habitante de la antigua región de padilla, esta sensibilidad que se veía plasmada en una bella canción para reír o para llorar, pero que ante todo mantenía ese significado por el respeto de la amistad y el honor, hechos que contrastaba con las madrugadas de correrías por toda la provincia de grandes hombres que demostraban con ahínco su valía en sus cultivos y manejo de sus ganados, pero que desahogaban desamores en la legendaria recordada y ya casi perdida PARRANDA VALLENATA.
Esta PARRANDA VALLENATA no era sino la reunión de grandes amigos que auspiciados por una vida saludable y sin tantos problemas como hoy en día, reflejaban la chispa y el vigor de amistades eternas e inquebrantables que al son de ese instrumento alemán, aporte de los Europeos, la Guacharaca invaluable aporte de nuestros indios caribes que a son de lamentos sacaban notas a esta caña y la Caja invento amable de los residentes de esa África americana traída a la fuerza y que a través de este instrumento pretendían comunicarse con sus antepasados, estas diferencias culturales y raciales era lo que nuestros parranderos lograban unir en una noche a la luz de la luna.
Amigos que reían al son de copas y días que entre risas y cantos se prolongaban en semanas donde anfitriones como el Negro Calde, Poncho Murgas y muchos otros ponían a disposición de sus amigos y visitantes la hospitalidad de que son famosos de los hijos del Valle de los Santos Reyes del Cacique Upar y como la inigualable gente de San Diego, La paz, Patillal entre otras. Quedan de estas memorables parrandas bellas letras de autoría de los grandes Juglares de nuestro folclore nativo, que fueron himnos de nuestros padres y abuelos y que hasta hace poco hacia parte de nuestra cultura propia, cultura que poco a poco se ha ido perdiendo y cambiando a un folklore más moderno y fusionado.
Estas Parrandas donde los excesos eran sinónimo de hombría, pero que también dejaban en el ambiente una estela de historias, risas, amistades también contribuyo a que nuestra sociedad por mucho tiempo se conservara esos lazos familiares y de compadrazgo que de a poco se ha perdido, estas parrandas dejaron una huella que ha sido imborrable en la mente de muchos que alcanzamos a vivir una verdadera parranda donde el alma callaba ante la imponente interpretación de esos mitos vivientes que ejecutaban con el alma en los dedos o en una voz ronca letras que se convertían en imágenes de una región fantástica y de ensueño, donde el aroma de un buen sancocho de gallina criolla o de chivo hacía parecer las demás comidas como una mentira y donde el amor cautivaba a cada nota el recuerdo de un amor pasado o de uno en gestación, así me queda dar gracias a estos personajes que pareciesen sacados de una novela de Gabo, por su aporte a la identidad de muchos que como yo aún creemos en esa institución…. la PARRANDA VALLENATA.