Tras la lectura de 1408, muchas personas buscan en su dormitorio un rincón misterioso como el que describe Stephen King. Pero no lo hay. El misterio es que no hay misterio. O que abunda tanto que no somos capaces de verlo del mismo modo en que los peces, como suele decirse, no conocen el agua. No hay misterios ni cosas extrañas. Jamás en la vida un muerto volverá para revelarnos lo que vio al otro lado del túnel.
En cuanto a ese sótano grande en casa de los abuelos, no viven en él más fantasmas que los que proyecta tu imaginación. En cambio, puede, que haya alguna rata. La rata es el misterio: ¿de quién nació?, ¿cómo llegó hasta allí?, ¿de qué carajos se alimenta?, ¿qué hace en el tiempo libre? Una rata no es un libro de terror de Stephen King, por más composiciones literarias que le echemos. Es un mamífero. Se coaguló dentro de un útero, sus células se fueron aglomerando y especializando en ese túnel orgánico; allí le crecieron los ojos, los pulmones, el corazón, el hígado, la piel, los dientes, todo eso, que finalmente también nos constituye a usted y a mí. Salió al mundo a través de una vagina húmeda, mamó, fue destetada y tuvo que buscarse la vida fuera de la familia. Un día cualquiera llegó al sótano de nuestros abuelos, tal vez en busca de un lugar apropiado para dar a luz. Esos misteriosos ruidos que escuchamos a media noche no los producen los fantasmas de tus difuntos abuelos, sino una rata a punto de parir.
Lo siento, pero de verdad, no hay misterio; hay una rata. Quizá la rata tenga una camada de siete u ocho bebés de los que se comerá tres, los más débiles, debido al aporte súper extraordinario de proteínas que necesita para dar de mamar a sus críos. Tampoco hay misterio en eso. Nosotros mismos, en otros tiempos, fuimos caníbales. Mi consejo de todo corazón es que dejes de buscar el misterio en libros de Stephen King y empieces a buscar la rata. Contémplate en ella, en sus lindas pupilas, y comprenderás que no es que no haya misterio, es que el misterio está en todas partes y es inhumano.