Las nuevas lecturas sociales deben pasar, ineludiblemente, no solo por la pandemia, sino por todo el entramado cultural, los modelos políticos y sistemas económicos que desde hace siglos han operado como dispositivos de exclusión y, que ahora, han encontrado una colosal excusa para eludir históricas responsabilidades.
No basta con actualizar el lenguaje, el problema no es remantizarlo. Recordemos que hasta ayer los países desarrollados, que llegaron a ese nivel en virtud de expoliar a países subdesarrollados, así clasificados, impúdicamente, por pertenecer a naciones cuyas reservas naturales fueron y son saqueadas, mientras se pactaban convenios financieros leoninos onerosos y se clasificaban, sin rubor político, como países atrasados. Categorización aceptada con beneplácito por las clases gobernantes.
No hay duda en considerar que esas ideas, para nuestro infortunio, entusiasmaron a las élites gobernantes por salir de la banca mundial, considerada intachable financieramente.
La tónica siempre fue la de apurar y acelerar el paso para llegar al objetivo del bienestar y, a cada meta concluida, se asignaban nuevas recetas que prolongaban la adversidad y la desventura de los menesterosos.
Prosperaron las engañifas ideológicas, las mentiras institucionales, los carnavales del desarrollo, las mascaradas de los programas sostenibles, el asistencialismo y la tercerización laboral, solo para hacer viables los planes de las metrópolis que, en los simposios internacionales, ofrecían quimeras, fábulas y trucos para el desarrollo.
Si en las últimas décadas los balances fueron lánguidos e inútiles para los desposeídos, los próximos balances ya no pasarán por los simposios de la plutocracia sino por las mesas de los desheredados, descartados y desahuciados, si permiten instalarlas.
¿Quién puede soslayar que el capitalismo, que ha recibido un duro golpe con la recesión económica, afectando su producción y consumo, obligue a sus socios, en el concierto del poder global, a utilizar relaciones impositivas para aplicar `paquetes pos pandémicos`?, paquetes que afectarán, inevitablemente, los ejércitos laborales de las industrias afectadas.
La historia ha confirmado que el capital es y ha sido insensible al sufrimiento y la angustia de los menesterosos. Así lo ha demostrado desde su génesis, creando hegemónicamente relaciones económicas asimétricas a nivel global.
Y tenían razón las organizaciones filantrópicas internacionales, antes de la peste, en calificar el crecimiento de América Latina como nulo y, ahora, con los mismos esquemas y bocetos, el progreso social terminará invalidado, mientras se buscan fórmulas disfrazadas y contrahechas para continuar con la mercantilización de la vida.
Callados han permanecido los voceros del neoliberalismo; atroz, cruel e inhumano, sería que se pronunciaran desde sus tribunas, como la Organización Mundial del Comercio, OMC, para reafirmar el rumbo neoliberal planetario que, en las últimas décadas, postró en la pobreza a los pueblos de la periferia, con tanta intensidad, como si tuviera parentesco social con el coronavirus.
Salam aleikum.