La exigencia de los derechos humanos y civiles es el pan de cada día en distintos países. Colombia no es ajena a ello, somos testigos de cómo durante casi un siglo el pueblo ha luchado de incomparables formas para lograr garantías y beneficios que son propios de un estado. A partir de la Constitución de 1991 se fortaleció al estado, configurándolo en un estado social de derecho, donde las garantías constitucionales a sus asociados serían la orientación a cumplir en las distintas instituciones públicas y privadas, incluyendo a los funcionarios públicos como encargados de garantizar el nuevo estatus, como quien dice, el ciudadano sería lo primero en todo. Hoy vemos cómo los gobiernos han manoseado y prostituido la carta superior, solo con la finalidad de configurarla y acomodarla a sus intereses políticos y personales. Presidentes que se hacen reelegir, otros que pasan por alto los acuerdos y así un sinnúmero de acontecimientos que se nos olvidan a la semana siguiente de que pasan.
Otra de las figuras que trajo consigo la carta superior del 91 fue la de pasar de una democracia representativa a una participativa, donde la responsabilidad de la construcción y fortalecimiento del ejercicio democrático ya no se limitaría a los miembros de las instituciones como el Congreso y el ejecutivo, sino que de manera conjunta y articulado los ciudadanos tendrían el deber de participar de la vida política del país. Sin embargo, poco se ha desarrollado este mandato constitucional. La gran mayoría del pueblo sigue estancado en el siglo pasado, dándole a los políticos y representantes una figura divina y única, donde solo ellos pueden determinar los designios del país, dejando que estos hagan a su gusto lo que les dé la gana, donde lo único que se ha fortalecido es la corrupción, el mal que está acabando con lo poco que tenemos de un estado social de derecho.
Como colombiano tengo el derecho moral de hablar de mi país, no creo que nadie distinto a nosotros tenga ese merecido, por eso lo digo y lo sostengo y es que los colombianos tenemos una doble moral tan grande como nuestro territorio. Y ¿por qué lo digo? Por la sencilla razón de que tenemos un vecino llamado Venezuela que atraviesa por una de sus peores crisis políticas, económicas y sociales. El pueblo venezolano se ha levantado en protestas en contra de lo que ellos llaman el régimen de Nicolás Maduro, el actual presidente. A muchos venezolanos no les han gustado las políticas del actual gobierno, el cual pretendía dar continuidad a la revolución bolivariana y que tenía como su principal, si no único líder, al ya fallecido Hugo Rafael Chávez Frías. “El comandante” como lo llamaron por más de una década en su país. Al parecer Maduro no contó con la misma suerte, ya que si bien dio continuidad a las misiones que lograron el fortalecimiento de la revolución, no fortaleció a las bases, originando que la oposición sí lograra la mayoría en el parlamento en las pasadas elecciones a esa colegiatura.
Desde que se iniciaron las protestas en Venezuela, los medios colombianos, “nuestros medios”, que son expertos en trasmitir desde el vecino país, han dado cubrimiento casi durante las 24 horas. Pero no me detendré en eso, sino en la percepción que estos han logrado en el pueblo colombiano, llegando al punto de que nadie visualice la actualidad nacional, sino por el contrario, solo tengamos concepciones hacia el vecino país, cuestión que es bastante deprimente y hasta miserable. Actualmente en Colombia los pueblos negros del Chocó se han levantado en un para cívico departamental, donde las exigencias no son distintas a lo establecido en la Constitución y la ley: salud, trabajo, educación de calidad, una vida digna, seguridad y otras más que no están alejadas de la realidad del resto del país. Por otro lado, los maestros han decidido parar las actividades, debido al incumplimiento de los anteriores acuerdos llegados con los gobiernos, donde no solo el actual, sino los pasados presidentes y ministerios les han incumplido las promesas.
¿A dónde he querido llegar con todo esto? Simplemente a que nosotros los colombianos nos hemos demostrados a nosotros mismos que no tenemos memoria, no existe la solidaridad social, no tenemos sentido de pertenencia con nuestras instituciones raizales, ni gremiales. Que nos parece más importante destruirle la vida a una persona, divulgando un vídeo por las redes sociales. Nos brota la solidaridad cuando se trata de dar golpes a un ladrón en la calle, pero no cuando los políticos se roban la plata que nos pertenece; que somos solidarios con los vecinos venezolanos, lo cual no veo mal, pero se nos olvida serlo con nosotros mismos, cuando la gente se muere en las clínicas, hospitales. Se nos olvida ser solidaria con los maestros en los momentos en los que ellos nos necesitan, pero si dilapidamos los errores de ellos y los demás cuando se nos da la oportunidad de hacerlo, como si tuviéramos el don de acabar con la integridad de los demás. Se nos olvida ser solidarios con nuestras comunidades negras, o es que ¿no fueron ellos los que cargaron en sus espaldas los látigos de la esclavitud? Solo nos acordamos de ellos cuando ganan medallas, cuando triunfan en el fútbol.
Somos una sociedad de ingratos, de desmemoriados, de doble moral, o es que ¿acaso no son ellos los mismos que están soportando todo el abandono del estado? Pero no es suficiente, les mandamos el ESMAD para que los reprima, ya que estos han decidido alterar el orden público y constitucional, ese mismo orden que los pueblos han ratificado con sus votos.
Por favor, ya dejemos de ser tan miserables de mente y dediquemos nuestra gran solidaridad los hermanos colombianos.