- ¿Para qué es esto?
- Para grabar
- ¿Para grabar qué?
- Sonidos
- ¿Sonidos? ¿Sonidos de qué?
- Voces de la gente.
- ¿De cuál gente?
- De los que celebran los tres años de la revolución…
- Ellos no tienen nada que decir, nos quedamos con esto. El día que usted se vaya se lo devolvemos.
Así fue mi entrada al Cairo el 22 de enero de este año. Después de varias horas de espera y un sin número de interrogatorios pude pasar la aduana con las cámaras fotográficas, pero no con los micrófonos ni la grabadora que llevaba. En el taxi de ida al hotel me enfrento a un tráfico denso y sin ninguna señal, una selva donde cada quien busca su puesto, avanza como quiere y en cuanto puede. El taxista me pregunta qué edad tengo, si estoy casado, si tengo hijos. Él, orgulloso, me cuenta que tiene 33 años y tres hijos. Lo visto y escuchado en ese trayecto reafirman un estereotipo que me había formado previamente: el Cairo es una ciudad sobrepoblada a la que no le cabe ni un auto, ni una persona, ni una corriente religiosa o política más.
Al llegar al centro de la ciudad me encuentro con mi amigo Mohammed El Shamy, fotoperiodista, a quien acompañé durante el resto de mi estadía en el cubrimiento de las diferentes manifestaciones convocadas por la Cofradía de los Hermanos Musulmanes que tuvieron lugar antes del 25 enero.
Un poco de historia para entender dónde estoy y por qué razón. Hace tres años, el 25 de enero, miles de jóvenes ocuparon las principales plazas de Egipto, como Tahrir en El Cairo, en una manifestaciones pro-democráticas. Su principal reclamo era la apertura del sistema vigente que, desde hace varias décadas atrás, sólo representaba los intereses corruptos de unos pocos. La protesta se transformó en una revolución popular de millones de egipcios aglutinados bajo una misma consigna: expulsar al Rais: el presidente Hosni Mubarak, uno de los aliados más importantes de Estados Unidos en la región y aferrado al poder después de casi 30 años. Y lo lograron en tan solo 18 días.
La Revolución Democrática, como la llamaron entonces los egipcios, sólo podía ser consolidada con elecciones libres y competitivas. Y ello implicaba aceptar en la contienda a la única oposición política del país: la Hermandad Musulmana prohibida durante la era despótica de Mubarak. El 24 de junio del 2012 los Hermanos Musulmanes llegan al poder liderados por Mohamed Morsi, quien sale victorioso en las urnas y se convierte así en el primer presidente elegido democráticamente en toda la historia de Egipto. Sin embargo, su autoridad nunca pudo consolidarse. Una parte de la población temía que los Hermanos Musulmanes impusieran al país una agenda ultra religiosa. Este miedo de unos sectores a un Estado islamista fue atizado y aprovechado por el General Abdel Fattah el-Sisi, Ministro de Defensa nombrado por Morsi, para justificar el golpe de Estado del 3 de julio del 2013. Los militares deponen al presidente Morsi y, como cabeza visible del nuevo régimen dictatorial, declaran a Adli Mansur presidente interino.
El 14 y 15 de enero de este año y tras más de siete meses de manifestaciones en protesta por el golpe de Estado contra Mohamed Morsi, un 98,1 de votantes dijo sí en referendo a la Nueva Constitución propuesta por el gobierno pro militarista. Un resultado que el Ejército presentó a su antojo y conveniencia como autorización popular a la celebración de nuevas elecciones, aún cuando la pobre participación de esta consulta popular alcanzó apenas el 33% de los autorizados para votar. Es decir ni siquiera un 1% más de la que había obtenido un año atrás el referendo convocado por el entonces presidente Morsi para someter a la voluntad popular su proyecto de Constitución. El y hombre fuerte de Egipto, el hombre que orquestó el golpe contra Morsi, fue ascendido al rango de Mariscal en menos de una semana después de celebrada la consulta popular de enero pasado. Y anunció lo que ya todos sabían: su candidatura para las elecciones presidenciales anticipadas que tendrán lugar en marzo.
A mi llegada a Egipto, tres años después de la Revolución Democrática que derrocó a Mubarak y recién celebrado el referendo constitucional propuesto por los militares, encuentro un país sumido en la violencia. Varias facciones se mantienen en las calles luchando por reivindicaciones específicas. Algunos están a favor de la Hermandad Musulmana, mientras que otros forman parte de grupos como el Movimiento Juvenil 6 de abril, líderes de la Revolución Democrática del 2011 y quienes actualmente, además de ser los opositores a Mubarak, desaprueban tanto a Morsi como a los jefes militares. De ese abanico, también hacen parte los adeptos de los militares, quienes apoyan al general Abdel Fattah el-Sissi para que asuma la presidencia del país.
Todos abogan por la democracia, pero hasta el momento no existe ninguna garantía para su ejercicio. Ello sin contar con el hecho que la libertad de prensa es considerada como una amenaza a la estabilidad del régimen instaurado por los militares.
Quizás nadie en Egipto ha sido testigo de primera mano de la amplia ofensiva contra la prensa como los hermanos Elshamy. Tres de los cuatro hermanos de la familia trabajan como periodistas. El mayor, Abdullah Elshamy, ha estado en prisión sin cargos durante más 160 días. Fue detenido junto con varios otros miembros del equipo del canal qatarí Al Jazeera el 14 de agosto del 2013 mientras cubría las violentas manifestaciones reprimidas por la policía dentro el campamento de protesta de la Hermandad Musulmana, en la Plaza Rabaa del Cairo. El otro hermano, Mohamed Elshamy, es fotógrafo de la agencia Anadolu y fue arrestado en mi compañía el 28 de enero pasado cuando salía de su oficina cerca de la Embajada de EE.UU. en la capital. Estuvimos detenidos durante seis horas antes de ser liberados. Mosa'ab Elshamy, el más joven de los tres, pasó varias semanas en la cárcel tras ser detenido durante el cubrimiento de la revuelta popular contra Mubarak en el 2011.
Mohammed me cuenta: ''Después del golpe de Estado del 3 julio del 2012 contra Morsi, la situación en Egipto se ha ido deteriorando política, social y económicamente. El Estado ha cometido varias masacres y ha participado en represiones y detenciones masivas. El número de víctimas sólo va en aumento y, por desgracia, todo esto se ha logrado con la indiferencia de la sociedad. La idea de libertad política actual es irónica de cara a este régimen militar''.
El 24 de enero, el Cairo se despertó entre bombas. Una gran explosión frente a un complejo de las fuerzas de seguridad situado en el centro de El Cairo dejó un saldo de cuatro personas muertas y provocó heridas a otras 76. La segunda explosión ocurrió en una estación de metro, cerca al barrio Dokki, dando muerte a un agente de policía y dejando heridas a una decena de personas. Dos explosiones más tuvieron lugar en el transcurso del día cerca de las pirámides. Una al frente de la escuela de cine del Estado y en la que perdió la vida una persona, la otra de escasa potencia no ocasionó víctimas. Ansar Bayt al-Maqdis, una organización yihadista con base en el Sinaí, reivindicó los cuatro ataques con explosivos.
Ese mismo día hubo varias manifestaciones de los Hermanos Musulmanes, el histórico movimiento islamista al que pertenece el derrocado presidente Morsi y que desde el 25 de diciembre pasado fue declarado organización terrorista por el actual gobierno egipcio. En las Manifestaciones de los Hermanos Musulmanes murieron 12 personas y, aunque en ninguna oportunidad esta cofradía reivindicó la autoría de los atentados de la jornada ni de las otras explosiones ocurridas durante estos meses convulsionados, para muchos egipcios y, especialmente, para el régimen militar ellos son los responsables y lo deben pagar con sangre. Sobre la base de esta verdad sentada, la policía dispersa violentamente y encarcela a manifestantes en cada ocasión que los Hermanos Musulmanes realizan una marcha.
El lente de mi cámara capta en las calles un país polarizado. O se está con el General –hoy Mariscal- Abdel Fattá Sisi o se está contra él. En este último caso, lo más seguro es que seas considerado terrorista. El Cairo está totalmente militarizado, hay uniformados en cada esquina. El presidente interino Adli Mansur, quien ocupa la jefatura del Gobierno tras el golpe de Estado contra Mohammed Morsi, advierte a los egipcios que si la situación así lo requiere « no dudará » en tomar medidas « excepcionales y extraordinarias » para devolver la seguridad y la estabilidad a su país « frente a la amenaza terrorista ».
El 25 de enero, día de la celebración de los tres años del derrocamiento de Hosny Mubarak, el Cairo tenía dos caras. En la primera, las manifestaciones en apoyo al General Sisi y su candidatura para las próximas presidenciales. Apoyadas por el gobierno, estas manifestaciones tuvieron lugar en las afueras y al interior de la Plaza Tahrir. Para entrar a esa « fiesta » se realizan requisas minuciosas y los periodistas extranjeros no son bienvenidos. Estas demostraciones que en principio deberían ser por la caída del régimen Mubarak no resultan ser otra cosa que manifestaciones de apoyo al General Sisi. Afiches, llaveros, camisetas y todo tipo de souvenirs son vendidos con el rostro del militar. El ejército y la policía animan la fiesta con camiones, carros y megáfonos cantando canciones en honor a Sisi.
Es paradójico. En la misma Plaza Tahrir, emblema de la Revolución Democrática, muchos de los que hace tres años celebraban la caída del régimen militar encabezado por Mubarak, hoy festejan la candidatura del General Sisi, artífice de derrocamiento de un gobierno democráticamente electo.
La otra cara de la capital estaba frente al sindicato de periodistas donde se reunieron los jóvenes protagonistas de la Revolución del 2011 y quienes critican tanto a los militares como a los Hermanos Musulmanes. La policía llegó hasta allí y los dispersó rápidamente.
Muy cerca, en el barrio Mohandeseen, al lado de Dokki, los Hermanos Musulmanes marchaban en descontento por la destitución de Morsi y la toma del poder por parte de los militares. Quemando llantas y poniendo ladrillos sobre el asfalto, los manifestantes avanzaban hacia la plaza Tahrir. Desde el mes de Julio del 2013, luego del golpe de Estado a Morsi, más de 1.500 miembros o simpatizantes de esta cofradía, han sido asesinados en toda impunidad. Al fin y al cabo, para eso los declararon terroristas.
Al llegar cerca a la Plaza Tahrir, empiezan los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes pro Hermanos Musulmanes : balas de plástico, gas lacrimógeno y disparos de armas letales. Empiezan a aparecer los primeros heridos y la situación se vuelve tensa. Decido retirarme y esperar la llamada de mi colega Elshamy. La otra posibilidad es esperar hasta que todo esté más tranquilo para poder salir de la zona. Guardo el material y lo pongo en mi espalda.
Un hombre se acerca a mi, supongo que es un policía vestido de civil. Me pide mis papeles, no se los doy hasta que me muestre su identificación. Se enfurece, alza el tono de voz, se dirige a la esquina y vocifera palabras que no entiendo. Dos policías vienen hacia mi, me encañonan y me agarran por el cuello, me quitan la maleta y mis documentos. Me arrastran hasta su barricada donde otros dos policías me golpean con sus ametralladoras y, luego, me empujan hacia una camioneta. En ese momento, una oleada de gente se dirige contra el camión y comienza a gritarme con odio “musulmán, musulmán”. Golpean el camión y también a mi. Los soldados se ven obligados a disparar al aire y entran en estado de estrés. Me tiran del pelo haciéndome entender que todo esto es culpa mía. Finalmente, el camión arranca en medio de la muchedumbre. Dos calles mas lejos, me bajan del camión y me introducen esposado en una camioneta blanca. Los cuatro policías que suben conmigo están armados y, sin dejar de apuntarme, me advierten que no hable. Uno de ellos revisa mi pasaporte y se da cuenta que no soy egipcio y que, además, no hablo árabe. Me da la impresión que ese hallazgo los tranquiliza un poco.
En la estación de policía me requisan. Sacan todo de mis bolsillos y de mi maleta. Me golpean en la cara, me rompen la nariz y me dejan un hematoma en el ojo izquierdo. Intento explicar que soy fotógrafo y que vengo hacer imágenes sobre la celebración de la Revolución Democrática del 2011. Ninguno escucha. Me sientan y me esposan a una mesa. Espero una hora o, tal vez, más hasta que un policía que habla inglés viene a interrogarme y anota varias cosas en un papel. Parece que para él es un procedimiento rutinario. Al final del interrogatorio, se queda con mi celular y tres tarjetas de memoria de mi cámara. Logro esconder una cuarta tarjeta dentro de una media. Me da una palmada en la espalda y con una gran sonrisa me dice: Welcome to Egypt!. En seguida se levanta, se despide de sus colegas y desaparece.
Aquí comienza un violento ritual que se prolonga por varias horas interminables. Cada cierto tiempo, policías muy jóvenes traen a niños o adolescentes a quienes golpean en frente de mis ojos. Les gritan, les pegan en los genitales, me gritan también a mi en árabe, me pegan cachetadas, me amenazan diciéndome que me va a ocurrir lo mismo que a ellos. Un policía trae a un muchacho que saca todo de mi maleta, lo pone en la mesa, filma y me toma una foto. Otro policía llega acompañando de una mujer joven a quien sientan a mi lado. Ella cuenta que estaba con su celular tomando fotos cuando las manifestaciones comenzaron, que le dispararon con una bala de goma y que luego cayó. La arrestaron y le decomisaron un celular donde tenía fotos propias haciendo el símbolo de representación de los Hermanos Musulmanes (la mano derecha mostrando cuatro dedos, el símbolo de los partidarios de Sisi es la “v”).
La mujer traduce las preguntas que me hacen los policías: de dónde vengo, que por qué no hablo árabe, que si soy seguidor de los Hermanos Musulmanes o de Sisi. Ella les dice en árabe mis explicaciones : que no soy de ninguno de los dos bandos porque no vivo en Egipto y solo vine a retratar la situación actual en el Cairo. Dentro del cuarto estamos la mujer y yo esposado a la mesa frente a dos policías sentados en sus escritorios. Uno es corpulento y de bigote espeso, detrás suyo hay un armario con miles de cartulinas llenas de fotos y nombres de personas clasificadas con un criterio desconocido para mi. El hombre saca una manotada de estos documentos, los clasifica y los pone en el otro lado de la biblioteca. Repite la labor durante largo tiempo, hasta que parece aburrirse y, para cambiar la rutina, saca su pistola y me apunta. Otro policía entra a la oficina y, ante la escena, decide hacer lo mismo que su colega. Los dos ríen y gritan mientras me apuntan. Cada cierto tiempo, se oyen gritos en los otros cuartos y gente llorando. Pido ir al baño. Aceptan llevarme esposado y en el camino veo a unas 50 personas tendidas en el piso con las manos contra la cabeza y custodiadas por policías con látigos. Entiendo por qué lloran y gritan. El baño no tienen luz y debo orinar atado de manos con esposas y con la puerta abierta.
De regreso a mi «oficina » encuentro nuevamente a los dos policías. Un oficial entra, le devuelve el celular a la mujer y la deja ir. Ese gesto me genera un poco de Esperanza. Pero pronto se desvanece porque enseguida vuelven las escenas de maltrato a personas en frente mío. Esporádicamente, el encargado de los presos aparece, me venda los ojos, me da vueltas por todo el comisariato y me hace entrar en diferentes cuartos donde me interrogan en francés, español e inglés. Siempre las mismas preguntas. ¿Cuál es mi nombre?, ¿Por qué estoy en Egipto?. Infaliblemente, el interrogatorio en el último cuarto es el más largo. Allí, un oficial me pregunta si soy terrorista e insiste en que diga la verdad. En caso contrario, advierte siempre, me dejarán en la cárcel por 20 años. En cada ocasión, explico que soy fotógrafo y las razones profesionales por las que he venido a Egipto. El hombre repite innumerables veces el cuestionario, me cachetea nuevamente y, después, me conducen al cuarto original donde soy de nuevo esposado a la mesa. La rutina se repite una y mil veces, gente que entra y sale de la oficina : presos, policías.
Cuando estaba ya convencido de que iba a estar en ese lugar por largo tiempo, vuelven a llevarme al paseo con los ojos vendados y a interrogarme, pero cuando me conducen a la oficina me informan que puedo recoger mi maleta y me indican una puerta. Al salir me doy cuenta que estoy en la calle, camino rápido, me alejo del comisariato, no tengo teléfono, no se dónde estoy. Cojo un taxi y explico al conductor la ubicación del hotel. En el camino, pasamos por las inmediaciones de la Plaza Tahrir, es de madrugada y la gente sigue en las calles celebrando algo que todavía me pregunto qué es.
Al llegar al hotel me entero que no fui el único reportero retenido en el Cairo ese 25 de enero. Me informan que otros 15 se encuentran todavía en la cárcel, 4 han sido agredidos y cinco heridos de bala. Que además hay cerca de 1000 manifestantes retenidos y 20 muertos durante la manifestación que me encontraba cubriendo.
Mi liberación se pudo llevar a cabo pronto gracias a la movilización en las redes sociales de mis familiares, amigos, los diferentes periodistas que se encuentran en Egipto y a la embajada Colombiana en el Cairo que, al enterarse de la situación, decidió ir personalmente a la comisaría Dokki donde le informaron que ya había sido liberado.
Dos días después, fui a la oficina de la agencia fotográfica Anadolu, cerca de la Embajada de EE.UU. donde trabaja mi amigo y colega Mohammed ELshamy con quien había sido arrestado sin entender de qué nos acusaban. ''Los agentes de policía me insultaron, me acusaron de respaldar a los terroristas, me dijeron que era un traidor porque trabajo para una agencia de noticias turca ( el gobierno turco no apoyó el golpe de Estado militar contra Morsi), me cuenta Mohammed y añade que la policía lo acusó también de estar trabajando con una tarjeta de prensa caducada. La verdad es que expiraba el 31-12-2013 pero el centro de prensa egipcio no le ha entregado una nueva. « Me dijeron que los cargos por los cuales fuimos arrestados fueron los de tomar fotos a la banda terrorista de los Hermanos Musulmanes y a monumentos militares, es decir a un helicóptero que sobrevolaba la Plaza Tahrir" relata Mohammed.
Los funcionarios de la embajada colombiana me recomendaron salir lo antes posible del país porque los policías habían dado el ultimátum de que si no abandonaba inmediatamente Egipto me judicializarían por “apología y propaganda al terrorismo”. A la mañana siguiente dejo el Cairo pensando en las últimas palabras de mi amigo Mohammed ''No soy optimista sobre el futuro. La gente está celebrando a los asesinatos en masa. Mucha gente se siente feliz con el asedio a los medios de comunicación. Incluso las organizaciones no gubernamentales que siempre hablan de la libertad de expresión ahora no dicen nada sobre la represión en curso''
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Felipe Camacho