A Gustavo Álvarez Gardeazábal, el controvertido periodista de La Luciérnaga de Caracol Radio, le escuché decir que en nuestra querida Colombia teníamos tanta, pero tanta moral, que habíamos logrado tener dos. Horas después, por pura coincidencia, Pirry escribió lo mismo. Hoy, sin caer en atrevimientos, quiero unirme al coro y refutar tan desafortunada verdad: en esta paradoja de país, la doble moral parece haberse insertado en nuestra cultura.
No se trata de armar escándalos. Ni de lloriquear por este trágico hecho. Estas palabras solo buscan invitar a la reflexión criticando la hipocresía con que los colombianos nos hemos acostumbrado a vivir. Hipocresía presente desde el hecho de escandalizarnos por la patada a una lechuza, mientras disfrutamos de la fiesta taurina, o sencillamente asumimos con indiferencia la muerte por hambre y violencia de más de 30.000 colombianos cada 365 días.
Sin entrar en detalles tomemos como muestra de tal desfachatez a los supuestos representantes del pueblo: los políticos, sus partidos, el gobierno y los gremios.
Últimamente he visto con pinta de estadista y predicador moral al dirigente de la bandera roja y ministro del Interior Juan Fernando Cristo. El doctor Cristo con gran elocuencia critica con vehemencia las costumbres de pasados gobiernos y plantea soluciones extraordinarias para el país. Lo curioso del tema es que el dirigente liberal pretende corregir los vecinos sin arreglar su casa. No se ha escuchado una sola declaración oficial del partido sobre las irregularidades de la administración pública como el escándalo de las ambulancias en Bogotá donde él mismo fue mencionado por el exsecretario de Samuel Moreno, Héctor Zambrano, el detrimento al erario público en ciudades como Buenaventura, Quibdó, Ibagué, Yopal, entre más de un líder avalado por los rojos. Muy fiel don Juan Fernando al viejo refrán de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. El expresidente del Congreso se adueña de la crítica contra el mal gobierno, mientras sus inquilinos, concejales y alcaldes, no parecen ser los mejores defensores de los principios del buen gobierno.
La inconsistencia del ministro Cristo es común en muchos empleados del Capitolio, en huéspedes de palacios departamentales y municipales y aún peor en aspirantes al poder. Es risible como algunos honorables congresistas del oficialismo tratan por todas partes demeritar, con burla e ironía, las posturas distintas que se abren entre los colombianos, mientras sus copartidarios duermen en la Picota, cabalgan en los carruseles de la contratación y manejan las entidades del Estado bajo el criterio arcaico y despreciable de las cuotas políticas. En el mismo sentido es motivo de desilusión la diplomacia babosa de buenos líderes políticos que prefieren “no tocar los callos” de sus copartidarios corruptos, para no generar conflictos. Por la misma línea no deja de ser condenable la debilidad de candidatos que pretenden presentarse como alternativa política coqueteándole a las maquinarias, sin marcar diferencias claras y públicas frente a los malos gobernantes y los políticos poco amigos del bien común.
De la doble moral tampoco se escapa el popular gobierno de los tecnócratas. A la canciller Holguín le admiro su habilidad para recomponer relaciones e incluir al país en el escenario internacional con mucha dignidad, no obstante debo reclamar, con tono de exigencia de cambio, que parezca ahora “la nueva mejor amiga” del clientelismo diplomático. La señora canciller, que renunció hace no muchos años a su puesto de embajadora ante la ONU por distanciarse de los lazos entre politiquería y la diplomacia, hoy parece cómplice de la mala costumbre de entregar embajadas a personajes no especializados en el tema. Deja serias dudas el envío de funcionarios amigos de la política tradicional que desplazan a los profesionales del sector.
Los gremios también son invitados al baile de la doble moral. Les ha faltado contundencia a las agremiaciones para corregir y ajuiciar a muchos empresarios contratistas, que como lo denuncio la revista Semana, se han convertido en patrocinadores de la corrupción en el país. Entregando porcentajes a los funcionarios públicos o permaneciendo en la complicidad del silencio para no afectar sus intereses, el poder económico ha sido en ocasiones el gran ausente en la defensa del patrimonio público y la lucha por exigir un gobierno al servicio de todos.
No quiero caer en el pesimismo aburrido y destructor. Invito a una reflexión, a una revolución moral, personal y colectiva, para comprender que las cosas se pueden hacer bien. Miren por la ventana, en este país algo no está funcionando, la doble moral es una mala acompañante.
@josiasfiesco
Fecha de publicación original: 25 de septiembre de 2014