No más arañar un poco bajo la piel y de manera rapidísima el odio aparece en sus distintas versiones. Es un gesto humano alimentado desde temprana edad por religiones, credos políticos, museos de la historia, teorías científicas y en los comedores de los santos hogares, que no deja de ser uno de los retos más claros que tenemos como especie.
La guerra esa derrota de la humanidad, esa “fiesta” colectiva tan aclamada en las doctrinas de nuestra civilización aparece en las más disímiles circunstancias. La medicina está plagada de metáforas bélicas que en vez de estimular las fuerzas curativas de la vida la ha plagado de enemigos que en todo momento atentan contra el buen vivir. En cada resquicio de la piel, una bacteria nos amenaza y tenemos que matarla con remedios o con específicos de diferentes pelambres, bombas químicas contra el cáncer o cualquier célula sospechosa, a un diente fuera de la marcha estética se le colocan frenos de contención que movilizan a todos con más violencia que la utilizada para mover edificios, y las mujeres, como para variar, han sido receptoras de las más violentas guerras profilácticas.
En esta fiebre mundialista ni qué decir. Lo viví el pasado partido de Alemania contra Brasil en la peluquería donde las queridas muchachas del manicure no se conformaban con el 7-1 y querían más, 10-0 para que la humillación fuera más clara y contundente, para que la venganza quedara más refregada en la cara.
Esto parece ser una banalidad con lo acontecido en Gaza. Cientos de ataques aéreos, cientos de cohetes contra la población civil, cientos de justificaciones contra el terrorismo desde el terror. Una superioridad moral sustentada en las mismas acciones que dice combatir, el fin justificando los medios, “guerras defensivas”, “guerra buenas”, que pintan de monstruosidad y saña el rostro de los contradictores que en este caso, por cien palestinos muertos, uno israelí. En Colombia sí que lo sabemos, “en un mismo lodo todos manoseos”. Un uribista termina muy parecido a un antiuribista y un mismo modelo de pensamiento maniqueísta los conjuga. Y, ¿cómo alegrase, sin odio, de la tranquilidad que nos produce un adiós al procurador Ordoñez, un personajillo nefasto que ha hecho de la política una herramienta para expandir su ideario de católico oscurantista, fiero contra el derecho de las mujeres a controlar su maternidad, las diversidades sexuales y los avances de un Estado laico? ¿Cómo saber que representa a unos distintos, muchos que votaron por él, 81-1, y que conviven bajo el mismo universo que lo vio quemar libros de Proust, Flaubert, Thomas Mann o Víctor Hugo? ¿Cómo alumbrar su fiereza, no para parecerse a él, sino para desearle un reclinatorio a su medida?
Pero el fundamentalismo religioso es tan deplorable como la codicia y voracidad capitalista. Esta semana la ONU reveló su preocupación por el desplazamiento de unos cuatro mil habitantes en el Chocó y las urgencias de un territorio que en pleno siglo XXI sigue avasallada por el hambre y la usurpación. Por un modelo de desarrollo que impúdicamente saquea sus riquezas de formas legales e ilegales y nos ha negado la posibilidad de un territorio fundamental para construir nuestras identidades.
Frente al odio, necesitamos la acción civil contundente:
—Como Israel no cumple recomendaciones ni resoluciones de una comunidad internacional cómplice y mojigata, boicot ciudadano al consumo de empresas que sustentan las guerras. Los grandes o pequeños recursos que cada quien gasta en el consumo pueden ser definidos con conciencia.
—Frente al infanticidio que llega en imágenes de Gaza y del Chocó, es preciso decidirse por la infancia. Cada quien desde donde pueda. La piel de la infancia nos reclama.
—Seguiremos insistiendo en otros modelos de desarrollo porque este que deja al Chocó con el 80% de las necesidades básicas insatisfechas, muestra que es un fracaso.
—A los fanáticos les decimos que no repetiremos sus sentencias de muerte, no iremos a sus campos de batalla, no repetiremos sus rictus, ninguna guerra en nuestro nombre. Mirar el odio que con tanta facilidad brota, aún con las mejores intenciones, y saber que tendremos que lidiarlo.