Vimos en el artículo Ahora la mermelada tiene marca registrada: COVID-19 cómo se organizó el derroche de los auxilios alimenticios para hacer una trampa legal. Es decir, comprar una costosa canasta de alimentos al amigo del gobernante en vez negociar una más económica con los fabricantes o los grandes distribuidores.
Ahora tenemos otra maroma de la misma incoherencia. Si bien durante la supuesta apertura gradual de los negocios podrán funcionar ciertas fábricas (colchones, automóviles, muebles etcétera), los productos que elaboran no se podrán expender al público porque el comercio está cerrado. ¿Entonces para qué los hacen?
Las consecuencias de semejante disparate son imprevisibles. De entrada, el fabricante necesita vender para obtener el dinero para pagar a sus obreros, comprar la materia prima (que ya le fiaron a 30 días) y pagar su arriendo. Además, requiere facturas de venta para ir al banco y entregarlas como respaldo a la deuda y plantear un factoring. ¿Entonces cómo quiere el ministro que se reactive la economía si la mercancía está pudriéndose en una bodega?
Aunque estos funcionarios del gabinete son expertos en economía, macroeconomía y comercio internacional (estudiaron en prestigiosas universidades del exterior, coleccionaros masters y PHD), nunca en la vida se han untado de pueblo, por lo que no saben qué mucho más allá de la teoría. Así mismo, ellos, al igual que los niños, usan un pensamiento prelógico, que funciona como un sistema de causa-efecto, sin medir consecuencias:
- Si el dinero se agota, impongamos una reforma tributaria.
- Si no tenemos popularidad, gastemos publicidad para mejorar la imagen.
- Si no hay circulante, démosle el dinero a los bancos.
- Si se acaba el dinero, entonces emitamos moneda
De manera que al paso que vamos, todas la fuentes de dinero, tarde o temprano, se agotarán: las de las próximas reformas tributarias, las de la reservas internacionales, las de los préstamos internacionales, las de la venta de las empresas del Estado, las de los préstamos del Banco de la República... y así sucesivamente hasta que el país se desintegre en un tsunami de despilfarro.
¿Entonces qué vamos a comer cuando todas las arcas estén secas? Vamos a terminar como todos los antiguos dictadorzuelos del tercer mundo: cerrando el Congreso (ya casi) y encendiendo las fotocopiadoras del Banco de la República para imprimir billetes a la lata. Entonces quedarán abiertas las puertas para una inflación de tres dígitos, tal como ocurre en Venezuela o pasó en Argentina.