El ministro de Salud de Colombia sufre una importante enfermedad. Importante no porque la sufra una persona importante ni por ser necesariamente mortal. Importante porque no es un malestar ni un resfrío común y corriente. Además tiene como se lee en la prensa un nombre asustador: Linfoma No Hodkgin, difuso, de células grandes tipo B. Pero tranquilo, señor ministro, probablemente no muera de esto. Hay que cuidarse de exageraciones clínicas cuando se es una persona pública. No hay que caer en salir del hospital en helicóptero como la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner cuando le diagnosticaron un carcinoma de tiroides tipo papilar. Entonces no todo es malo. Usted tiene, ministro Gaviria, una enfermedad que puede ser tratada con buenas posibilidades de éxito. Todo depende, y lo digo sin sarcasmo, del sistema de salud que lo proteja a uno.
Tranquilo, señor ministro,
probablemente no muera de la enfermedad que le diagnosticaron
La otra cosa buena en lo que le ha ocurrido es que usted publica una excelente carta informando su situación de salud: correcta, breve y en tono personal. Muy distinta a los usuales comunicados de los funcionarios gubernamentales. Ya que es una carta dirigida a todos me atreveré a hacerle varios comentarios. Lo haré usando el método Sic et Non propuesto por el filósofo, monje y romántico castrado Pedro Abelardo hace unos mil años. Toda pregunta o afirmación compleja puede uno investigarla en síes y noes sucesivos, así nos acercaremos dialécticamente a la verdad. También recomiendo a todos repasar la hermosa historia de Abelardo y Eloísa y visitar su tumba en el Père-Lachaise de París (no olviden dejar una rosa allí para que perdure su amor personal). Comencemos entonces a leer la carta del ministro entre síes y noes.
Sí. La carta comienza diciendo “Cosas que pasan”. Toda enfermedad es un conjunto de cosas que pasan. Toda enfermedad es una narración individual de experiencias dolorosas o preocupantes. Y el escrito del ministro Gaviria cuenta muy bien su historia: el jueves me desperté con una sensación de llenura, abotagado, inapetente, con dolor en la parte superior del abdomen, intenté distraerme pero no pude “mamarle más gallo” al dolor que se hizo insoportable. Pienso usar el próximo semestre la carta de Gaviria en un módulo de un curso que dicto cuyo problema a discutir es: Toda Enfermedad es una Narración. Las enfermedades no son cosas ni demonios alados, son relatos de pacientes, experiencias reales de personas individuales. Por eso el profesional de salud debe entrenarse para escuchar narraciones del enfermo y ofrecer después narraciones explicatorias: creo que lo que está viviendo es esto (poniéndole un nombre al sufrimiento) y podemos hacer esto o aquello, esperando que las cosas ocurran así o asá, etc. La enfermedad no es una cosa, es una narración y la carta de Gaviria lo muestra muy bien.
No. Se cita luego un buen pensador y escritor quien no me es personalmente muy simpático, Christopher Hitchens: “¿por qué yo?... ¿por qué no?”. Ante la enfermedad la mayoría de los porqués son inútiles y destructivos. Básicamente porque como se dice en inglés Shit happens o sea la mierda ocurre. La gran mayoría de las enfermedades son producto de la evolución o del azar. Y si pensamos que dependen en gran parte de nuestro estilo de vida ¿qué tanto de este es producto de la genética y del azar? Prefiero dejar los porqués a un lado cuando pienso en las enfermedades para evitar pensar en su justicia pues las enfermedades, creo yo, nunca son justas.
Sí. Sigue el ministro Gaviria: la enfermedad no es un llamado ni una prueba ni un castigo. Completamente de acuerdo. Nadie merece sufrir una enfermedad, me decía una vez un estudiante. Sí, pero todos las sufrimos o las sufriremos. Ya lo decía el Buda hace muchos siglos: todo lo que vive sufre. Esta es la Primera Gran Verdad del budismo, Dukkha, pero todos preferimos negarlo. Con el sufrimiento nadie nos llama ni nos prueba ni nos purifica ni nos castiga, es la naturaleza humana sufrir. Lo que no nos exime de luchar contra el sufrimiento y su injusticia radical.
No. Dice luego el ministro de Salud que su enfermedad tiene “causas conocidas”. Lo de creer en varias causas conocidas es como creer en varios dioses. Yo prefiero creer en Uno lo que ya es bien difícil pero hay que luchar el buen combate de la Fe (1 Tim 6:12). De todas formas el linfoma del ministro no tiene una causa conocida. Ahora, eso tiene solo una importancia relativa en el acto médico: tenemos que tratar bien innumerables enfermedades de las que desconocemos sus causas, guiados por la evidencia publicada como apunta el ministro. Pero, espera el ministro, “sin apuestas experimentales”. Le recuerdo que todo tratamiento es hasta cierto punto un experimento. Entonces, ministro, tras síes y noes ¡Buena Suerte!