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¿Google sabe más que algunos médicos colombianos? ¿Es Google más inteligente? ¿Se merece Google el título? ¿Es Google un doctor en medicina? ¿Google salva más vidas que la salud en Colombia?
«La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», así es como la define la Organización Mundial de la Salud. La cita fue pactada en el Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud.
Y es evidente que debe ser sometida a reestructuración, pues no se puede hablar de mala o buena salud, ya que se incurriría en una contradicción y/o redundancia. Decir que una persona goza de mala o buena salud es incoherente y/o un pleonasmo; es lo mismo que decir que un individuo tiene mal o buen bienestar.
Con la palabra salud ocurre lo mismo que con la palabra ortografía. Si se la domina, es válido afirmar que se tiene o no se tiene ortografía, y no calificarla de mala ni buena.
La salud en Colombia parece que no solo enfermara, sino que matara. Por supuesto, los doctores no son los culpables. Ni más faltaba. Los médicos también se enferman. Pero es asombroso que en el país los únicos desadaptados e inconformes sean los maestros.
¿Qué pasa con los demás profesionales? ¿Están muy satisfechos, complacidos y a gusto con este país enfermo?
Los médicos casi no protestan. Y motivos tienen de sobra. No está bien que los profesionales de la salud se acostumbren a ver morir a las personas en sus brazos. La ciencia médica ha avanzado mucho. A costa de las guerras, pero ha progresado. Sus hallazgos y descubrimientos son muchos.
Ya sabemos que la Ley 100 convirtió la salud en un negocio redondo y necrófilo. ¿Qué hacer frente a eso? ¿Cruzarnos de brazos, encogernos de hombros o fundar clínicas para aprovechar la ocasión? ¿Dónde queda el Juramento Hipocrático? Así no se vale.
He estado en algunos hospitales y clínicas y he llorado de indignación al ver a ser humanos hacinados y tirados en el piso como si ellos ya no fuero dignos de un trato humano, una atención humanizada y diligente.
La gente se automedica, pues está desesperada. Algunos consultan con Google a ver qué les receta. La Ibuprofeno no es la pastilla mágica, no sirve para curar todos los dolores y el cáncer.
Colombia es un país donde hay personas que estudian Derecho, pero terminan torcidas. Al parecer lo que hacen es refinar sus métodos de adueñarse de lo ajeno.
En los más escandalosos casos de corrupción ha habido personas a las que le sobran títulos, tienen más cartón que un reciclador. Pero nunca se ha escuchado de la participación de un analfabeto.
Y si hubiera habido alguno, le habrían descargado todo el peso de la Ley más por iletrado que por delincuente.
Gabriel García Márquez actuó como un fotógrafo o pintor de nuestro realismo fatídicomágico. El Nobel de Literatura colombiano dibujó con sus vallenatos de 200 páginas nuestra realidad, dolorosamente trágica, un mundo poblado de absurdidades, macondianas, y por eso mismo, divorciadas de la realidad, de la razón y la lógicas cartesianas y aristotélicas.
Se habla del paseo de la muerte. No es un agradable recorrido por los centros médicos. Es una tortura sanitaria. Es mandar al paciente de una clínica a otra por razones de tramitomía. La burocracia que recomendaba Max Weber no ha funcionado.
Al enfermo se le expide la orden de un examen acá, se lo practican allá y lo reclaman acullá. Recorre la ciudad con el fin de que realicen un diagnóstico. Esas caminatas en sí ya agravan la enfermedad.
Tanto que nos gusta despotricar de Venezuela, hablamos mal de aquel país, pero no miramos nuestra paja.
Buenaventura sufre la pobreza extrema. El Chocó está en el atraso más indignante. En La Guajira los niños siguen muriendo de desnutrición y la nación Wayuú está en la ruta de la extinción.
Colombia es un estado social de derecho, con la constitución política más redundantemente democrática del mundo, con un Premio Nobel de la Paz y con el mejor papel del mundo, porque el papel resiste todo.
Colombia tiene lugares a donde parece que nunca hubiese llegado la civilización. ¿De qué nos enorgullecemos? ¿De ser un país tardío con las mejores riquezas naturales del mundo?
En la Sierra Nevada de Santa Marta nacen alrededor de 75 ríos, y no sabemos qué hacer con esa fortuna, con esa dicha que parece problemática. No tenemos un acueducto importante. El agua es de pozo.
Yo me niego a creer que somos una raza inferior. Colombia tiene una enorme potencia. Estamos dotados de suficiente capacidad cognitiva e intelectual. Pero falta voluntad. No solo del Gobierno, sino de todos los miembros de la sociedad.
Debemos abandonar la costumbre del atajo. Prevalece el consenso mudo de que no es mejor ser honesto. La tradición corrupta corroe las bases morales de la sociedad.
Nuestros principios están enfermos. Las estructuras sociales están carcomidas. La descomposición social es asquerosa.
Como el coronel que no tenía quién le escribiera, así es nuestra podrida existencia. Esa es nuestra verdad. Podemos tener acceso a Google, a todas las redes sociales e incluso a la edición más reciente de iPhone, pero somos un país tercermundista. No lo olvidemos. El desafío es enorme y es gratificante. ¡Basta ya de que la gente se siga muriendo en las puertas de los hospitales y de que salud sea el mejor negocio para invertir en Colombia!