Es un hecho que el Departamento de la Prosperidad Social (DPS) se acaba para dar paso al Ministerio de la Familia, el cual manejará los temas relacionados con mujer, inclusión social, juventud, entre otros. Lo anterior es producto de nuestra inmadurez política, que con la llegada de un nuevo gobierno, que hace sus propias reformas institucionales, nos lleva a no construir sobre lo construido.
A las organizaciones de mujeres y a la comunidad LGTB nos preocupa esta decisión en la medida que puede convertirse en una entidad excluyente, que represente solo la familia tradicional y que se aparte por completo de la realidad social colombiana.
Si bien las familias están en crisis esto se debe a múltiples causas. Para nuestro caso el conflicto armado ha sido la principal, al producir desplazamiento, muerte de los seres queridos y sumado a ello, la destrucción y despojo de las fuentes de trabajo, principalmente la tierra.
A su vez las dinámicas de una sociedad cada vez más urbana e individualista, además de machista, dejaron a las mujeres (con o sin pareja) la responsabilidad de la crianza de los hijos e hijas, y la falta de recursos en el hogar les obligó a ellas buscar trabajo. Todos estos hechos han socavado las bases fundamentales de familia: el amor, el respeto y apoyo mutuo para que quienes la conforman puedan progresar de manera equilibrada y equitativa.
Y si a todo lo anterior le sumamos la precarización laboral y la reducción en el gasto social en temas importantes —como el cuidado de la primera infancia, la educación y la salud pública— vemos que esto ha llevado a una clara reducción del bienestar de cada una de las familias, sobre todo a aquellas vulnerables por su condición social y económica.
La visión ultraconservadora no puede detenerse a explicar solo la crisis de la institución de la familia por el avance y reconocimiento cada vez mayor de la igualdad en derechos de las mujeres y de la comunidad LGTB, es un absurdo y demasiado obtuso, y nada tiene que ver con la crisis actual de la familia.
Lo paradójico es que quienes hoy tienen el poder se opusieron con alma, vida y sombrero a una salida negociada del conflicto el mayor detonante de la crisis social y familiar. Hablan de recortar cada vez más el gasto social y su modelo neoliberal de desarrollo cada vez a más ha empobrecido a las familias independiente de cómo estas estén conformadas.
De manera que proponen una entidad sin reconocimiento de fondo del problema y las causas que lo generan, lo que puede llevar a que se convierta en letra muerta y a echar para atrás los avances logrados en equidad de género e igualdad entre mujeres y hombres, pues en la práctica habrá que ver cómo armonizan las políticas de todos los grupos poblacionales que dice va a atender.
Los altos índices de violencia basada en género no se pueden desconocer, hay que enfrentar el problema. Ya se ha recorrido un camino, aunque con tropiezos, por ejemplo, con una avanzada ley 1257, que aun con dificultades para su implementación, va en la dirección correcta. Si se reducen recursos para las entidades encargadas del tema y se pasa a un segundo plano tendremos dificultades de maltrato a menores y no parará el círculo de la violencia intrafamiliar. Recordemos las alarmantes cifras de feminicidio en los últimos años
Así que para cuidar y proteger las familias del país y mantenerlas como el pilar de la sociedad se requiere una fuerte política social con enfoque diferencial y de género, que pasa por los siguientes temas:
Una maternidad digna donde cada mamá independiente de su ingreso tenga garantizada una atención de calidad, donde las EPS no les nieguen la licencia de maternidad sino al contrario se las reconozca, y además las incentive, motive y no las someta al trato indigno que ofrece el sistema de salud.
De acuerdo al Dane más del 35% de los hogares colombianos son de jefatura femenina, lo que de entrada supone para estos hogares grandes problemas para el cuidado y educación de sus hijos e hijas. Por esto la inversión en primera infancia se hace necesaria para el cuidado especializado, donde los hogares no se expongan a pagar altos costos por el cuidado o en su defecto uno de los dos (por lo general la mamé) sacrifique su carrera laboral y el bienestar de la familia en general.
Por otro lado, se necesita un sistema educativo de calidad para jóvenes y adolescentes, que busque su formación integral, de manera que haya seguridad o que por lo menos contribuya a reducir riesgos como drogadicción, embarazo adolescente, uso inapropiado de las tecnologías de información u otros que puedan presentarse. Acá cabe anotar que eso no significa que madres y padres desconozcan su corresponsabilidad en la formación de sus hijos.
Además, hay que promover políticas de trabajo digno, cerrar las brechas salariales de hombres y mujeres porque las familias que dependen del ingreso femenino quedan en desventaja. Deben existir políticas armónicas para conciliar tiempo laboral con el el cuidado de los hijos e hijas y que se paguen salarios que garanticen la sostenibilidad económica de la familia y su bienestar.
Así mismo, se requiere crear lazos de solidaridad porque la soledad de la maternidad y paternidad puede contrarrestarse si el Estado propone conformar redes de apoyo que sirvan de factor protector de unas y otras familias, y que a su vez la familia sea el primer factor protector de cada integrante que la compone.
De nada servirá un ente burocrático que no ejecute verdaderos programas encaminados a mejorar el bienestar a todos los integrantes de la familia y que por el contrario se convierta en una trinchera de odio hacia la diferencia y la diversidad sexual. Sin embargo, al mismo tiempo contamos con un gobierno que prepara una reforma tributaria altamente regresiva que pone en desventaja a la clase trabajadora con más impuestos, que alienta el conflicto armado e invierte más en guerra que en educación. Estas son incoherencias propias de un gobierno ultraconservador, antidemocrático y excluyente.
Esta nota lo escribe una feminista, culpada por el establecimiento de ir en contra de la familia, de odiar a los hombres y a los niños, lo cual se basa en injustos prejuicios. Tanto amamos la familia que somos las primeras en hablar de educación incluyente no sexista, de una maternidad digna, del cuidado de la primera infancia. De hecho, hemos sido las primeras en hablar de la necesidad de formar nuevos hombres que se aparten del machismo y se comprometan en forjar relaciones democráticas y fructíferas, sobre todo si de crear una familia se trata. Tanto amamos a la familia que no podemos verla aislada de la sociedad sino que la consideramos integral, con gran potencial para construir y reconstruir el tejido social, y como el espacio idóneo por excelencia para la formación de seres humanos íntegros, afectuosos y democráticos.